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Tesón y experimentación | ||
En 1986 "Adita" hizo su primera tanda de dulces y la mandó a analizar a Bromatología que en ese momento estaba en Villa Regina. "Nos aprobaron el producto, pero faltaba que dieran el visto bueno al lugar donde trabajaríamos. Estábamos en una parte de este local que tenía una pequeña cocina con unas piletas y una mesada. Lo vieron y nos autorizaron a producir ¡Una alegría total! Esto fue hace 21 años. El primer año vendimos entre los conocidos esos tres productos. Trabajábamos con mi hijo mayor, Dante, mi hija y mi yerno, Daniel. Ellos trabajaban medio día en la oficina de Tierras y medio día acá. Si bien teníamos ingresos para subsistir, yo siempre fui de la idea que había que tener un ladrillo más para poder progresar. Yo tenía mi retiro, mis hijos un sueldo, pero con eso subsistíamos y yo aspiraba a estar mejor...". El segundo año, la familia decidió hacer una cantidad mayor de dulces. Ofrecerían a los clientes conocidos del año anterior y fabricarían para productores que etiquetaban el dulce de los Rapari como propios. "Así nacieron los productos Don Alfredo recuerda 'Adita'; elegimos ese nombre en honor a mi marido. El me acompañó los primeros años de este emprendimiento, era una persona maravillosa, sin igual... Realmente sentí mucho su partida. Era mi gran compañero. Estuve muy mal cuando se fue, pero decidí seguir adelante por mis hijos. Siempre puse el corazón en mi trabajo. Costó el aprendizaje, pero pasito a paso nos fuimos ampliando. Aprendimos a trabajar juntos, a dividir las tareas, aprendimos a comprar los insumos, a hacer cálculos para administrarnos mejor y tuvimos que aprender a vender...". "Adita", dicen todos los que la rodean, siempre fue la que estuvo "al pie del cañón", el alma del emprendimiento y la que guardó las recetas familiares que le permitieron ponerse al frente de esta empresa. Su hijo Dante y su yerno, por su parte, la secundaron con otras tareas: iban a comprar fruta a las chacras, los frascos para los dulces a Bahía y a Roca. "Nada fue fácil. Fue una lucha. Durante un tiempo vendíamos el dulce a una fábrica que le ponía su etiqueta. Al principio no teníamos etiqueta, nos llevó tres años poder hacerla. La tuvimos como tres años guardada en un cajón porque no la podíamos imprimir. Finalmente pudimos hacerlo, Bromatología nos había aprobado el proyecto y nos largamos a hacer 80.000 etiquetas. Las hicimos y a los pocos días nos dijeron que no estaban bien hechas. ¡Nos habían aprobado el proyecto y las imprimimos, no podíamos volver a hacerlas otra vez! Pero la peleamos hasta conseguir que las aceptaran". En ese lapso, los Rapari crecieron y pudieron ampliar un poco más. Multiplicaron la variedad de dulces y comenzaron a hacer fruta al natural, primero peras y duraznos, luego frutas finas y encurtidos. Cuando estuvo segura, "Adita" empezó a probar con cosas nuevas y, a medida que ampliaron la capacidad de producción, fueron encendiéndose más mecheros y crecieron los metros cubiertos de la fábrica. Paralelamente a estas transformaciones, evolucionaron en el aspecto comercial. "Muchas veces volvimos con los productos en la mano, pero en general fuimos ganando espacio. Nos sirvieron los contactos que teníamos por la bodega, y tanta gente que confío. Un poco entre conocidos hicimos la cadena y se fueron abriendo puertas... Hacíamos un buen producto, sólo faltaba difundirlo". Y en este punto fue clave la ayuda de Antonio Torrejón, que estaba frente a la Secretaría de Turismo de Río Negro. Y lo hizo desde las ferias y exposiciones de productos patagónicos. "La primera exposición a las que nos invitó fue en Bahía. Su ayuda fue crucial, él invitaba a la gente a probar nuestros productos y nos hizo un montón de contactos. Esa primera exposición fue un éxito. Eso nos levantó. Nos hizo crecer, no sólo el ánimo, vendimos y aprendimos. Esa fue la primera salida a una feria, y seguimos asistiendo a todas las que pudimos; allí hicimos nuestra siembra". Durante mucho tiempo la familia trabajó fuerte desde noviembre a abril pero, desde un tiempo atrás, lo hacen a lo largo de todo el año alquilando frío. Mientras "Adita" y sus hijos hicieron camino, sus nietos crecieron y se fueron sumando al emprendimiento familiar. Nazareno Rapari, su nieto y mano derecha, hizo las pasantías con su abuela, mientras estudiaba la carrera de técnico en Alimentos en Bahía Blanca."Repetimos recetas familiares y experimentamos cosas nuevas. Estuve cinco años para sacar las frutillas al natural. Yo trabajo sin químicos, así que no es tan fácil, pero probé hasta que salió. Ahora estoy experimentando con higos, que son un poco mi hobby", relata. ¿Proyectos a futuro? ¡A montones! Afirma "Adita" que sus hijos la frenan porque ella siempre quiere hacer más. Pero por ahora se conforma con ampliar su producción y mejorar su producto. "Este año queremos comprar las pailas para hacer producción en escala. La idea es salir de las ollas... y estamos cerca de hacerlo".
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