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Dulces hechos con frutas de la isla y con el corazón

"Adita" López de Rapari es el alma de la fábrica Don Alfredo, situada en Luis Beltrán.

Inmigrantes le dieron las recetas que hoy elabora junto a sus hijos y a sus nietos.

Hacen productos regionales todo el año, con frutas y verduras del Valle Medio.

Anunciada López de Rapari "Adita" tiene la piel marcada por su tarea. Las manos de quien pela frutas y alguna que otra quemadura provocada por las explosiones que hace el dulce cuando está en plena cocción. "Adita" huele a dulces caseros, a fruta madura.

Nació en Luis Beltrán y toda su vida estuvo en contactos con las frutas del Valle Medio. Sus padres, José López y Anunciada Giretti, le contaron sus historias de inmigrantes que llegaron a la isla de Choele Choel hacia principios de siglo.

Su padre, era español, de Cádiz, y su madre de origen italiano. José López vino a este país cuando tenía 2 años y fue el mayor de una familia que siguió creciendo. "Mi padre contaba que la gente salía de Europa llamada por familiares o amigos y que llegaban a Buenos Aires y allí alguien los orientaba", relata "Adita". "Así llegaron ellos a Valle Medio, atraídos por los comentarios y por el agua. Ellos, tanto mi padre como la familia de mamá, eran agricultores y los llamaba la cercanía al agua".

Las familias de "Adita" llegaron a esta zona silenciosamente y apostando a un buen destino. Trabajaron la tierra ajena y pudieron tener la suya. Sus padres se conocieron en esta zona y se casaron. "Ellos trabajaron en las chacras de la familia Rosauer, allí hacían pasturas. Primero vivimos en la chacra de los Rosauer acá en la isla y con el tiempo pudimos comprarnos una chacra propia, donde mis padres tuvieron frutales, nogales y hortalizas".

"Adita" nació en aquella primera chacra familiar, al igual que sus cinco hermanos. "Todos nacimos y crecimos allí y todos nos quedamos a vivir por la zona".

A Alfredo Rapari, su esposo, lo conoció muy joven. En realidad la familia de él y la familia de su madre, familias italianas ambas, eran amigas. Se reunían con gente de la colectividad a comer tallarines o se veían en la misa.

"Con Alfredo recuerda no nos frecuentábamos mucho porque vivíamos en chacras alejadas, él en una punta de la isla y yo en otra, además andábamos en sulky. Mi papá tenía un autito, pero nosotros salíamos a hacer visitas en el sulky. Nuestra relación comenzó cuando éramos un poco más grandes, en una fiesta. Como yo era la mayor de mis hermanos y mis padres no salían para nada porque vivían en la campaña, mis tíos Giretti me llevaban a las fiestas que hacían en un club de Beltrán. Y allí nos pusimos de novios. Este año cumpliríamos 57 años de casados..." , relata.

La familia Rapari tenía una bodega, La Gentilita, y habían hecho camino como productores de vid. Alfredo trabajaba con sus padres, de modo que cuando se casó con "Adita", se fueron a vivir a la chacra de la familia Rapari.

"Allí viví 20 años con mis suegros y allí tuve a mis tres chicos: Noemí, Dante y Dino. Para mí fue una experiencia lindísima vivir con ellos. Mis suegros fueron para mí un ejemplo, ejemplo de trabajo, de honestidad. Crecimos en la cultura del trabajo, tanto mi marido como yo. Todo el mundo trabajaba en la casa, se trabajaba en familia. Cuando fuimos a vivir con mis suegros todos compartíamos responsabilidades. Y por esas cosas de la vida y de la crianza, hoy seguimos igual, trabajando en familia. Hoy en la empresa Don Alfredo trabajamos abuelos, hijos y nietos. Tengo 7 nietos y todos ayudan, uno ya es técnico en Alimentación...", resume con palabras rebosantes de satisfacción.

En aquella chacra, la familia se dedicaba a la producción de vino que vendía en la región y hacia el sur. "La Bodega no era muy grande, pero la familia vivía de esa actividad. Allí estuvimos muchos años, cuando la chacra no tenía electricidad, ni gas, ni agua potable. En medio compramos esta hectárea, donde hicimos con mi marido un comercio y hoy tenemos nuestra fábrica...".

Esa hectárea, que hoy quedó en uno de los extremos de Luis Beltrán, es el centro de la actividad familiar. Allí continúa "Adita" trabajando junto a su familia.

"Mientras vivíamos en la chacra yo tenía metejón con tener un comercio, trabajar en algo vinculado a la producción. Compramos una hectárea de frutales y adelante pusimos un comercio de forrajes. Eso hace 38 años. Mi marido se iba a trabajar a la chacra y yo atendía el negocio. Con el tiempo fui incorporando almacén, ramos generales... Trabajamos bien, crecimos, abrimos otro local grande en el centro, pero cuando vino la hiperinflación tuvimos que cerrar. Por esa época, empecé a vender nueces y, justo cuando la economía se complicó, mi marido se enfermó; estuvo varios años muy mal. De modo que fue un período negro, estábamos deprimidos por todo. Pero un día reuní a mi familia, a mis hijos y a mi yerno para debatir qué hacíamos a futuro. Habíamos cerrado el negocio antes de fundirnos y sí o sí teníamos que inventar algo. Se me ocurrió proponerles hacer productos regionales. En ese momento a mí me parecía que eso era algo sencillo, algo que sabíamos hacer, casi como tomar mate (risas) y nos largamos. La idea era hacer dulces regionales. Empezamos con tres dulces: de durazno, de manzana y de pera. El primer año supe que la cosa no era tan fácil como hacer mate...".

En aquella reunión familiar, no sólo se dio vida a una pyme familiar, sino que se inició un aprendizaje que aún hoy continúa. Desde hace 21 años, la familia Rapari perpetúa las recetas traídas por sus ancestros. Recetas a las que han añadido trabajo y corazón.

 

SUSANA YAPPERT

sy@patagonia.com.ar



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