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Pasado rojo, presente oscuro

Lejos de encontrar una solución a las crisis que se mantienen abiertas, el gobierno de Vladimir Putin se ha mostrado como un continuador de la política de Yeltsin durante la década de los '90.

Tras la muerte de Brezhnev en 1982, la dirigencia del PCUS tuvo que dirimir quién reemplazaría al fallecido general en la conducción de la URSS. Luego de una sucesión de dirigentes que murieron antes de consolidarse como líderes Andropov, Chernenko, en marzo de 1985 Mijail Gorbachov fue elegido secretario general del partido comunista soviético. Frente a las divisiones existentes, Gorbachov emprendió una serie de reformas para establecer una solución de compromiso entre los sectores conservadores, que pretendían mantener el statu quo, y los liberales, que demandaban la "occidentalización" económica y política de la URSS. De la búsqueda de esta transacción surgieron la Glasnost (apertura) tendiente a la conversión de la URSS en una república democrática multipartidaria y la Perestroika (reestructuración), con la que se apuntaba a incorporar mecanismos de mercado en ciertos sectores de la economía soviética. La serie de reformas constitucionales efectuadas entre 1988 y 1991 da cuenta de la acelerada búsqueda de compromisos entre aquellos sectores en disputa.

La resistencia de los sectores conservadores frente al rumbo reformista de Gorbachov se tradujo en un frustrado golpe de Estado, en agosto de 1991. El fracaso del intento fortaleció las posiciones de los sectores liberales del PCUS que, encabezados por el ascendente Boris Yeltsin, levantaron de modo bastante instrumental, por cierto las banderas del nacionalismo ruso para oponerse a la dirigencia soviética. Esto aceleró la desintegración de la URSS, provocando que el 8 de diciembre de 1991 varias de las repúblicas que integraban la unión vieran reconocida su independencia, al tiempo que otras se coaligaban en la efímera Comunidad de Estados Independientes. Al calor de la crisis política de 1991, los nacionalismos fueron atizados en cada república por quienes apostaban por separarse de la URSS y constituirse en estados independientes. Mientras en algunos casos esos intentos tuvieron éxito, en otros se toparon con un gobierno ruso poco dispuesto a seguir permitiendo escisiones territoriales, como sucedió con la guerra que en 1994 se emprendió contra Chechenia.

A partir de 1991, los dirigentes de la Rusia independiente conducidos por Yeltsin, embarcaron a su país por la senda de las reformas que con tanta vehemencia venían reclamando desde la década de 1980 y con las cuales sedujeron por años a importantes sectores de la sociedad rusa. En el campo económico, se encaró una radical liberalización de la economía, insistiendo en los beneficios que traería el libre mercado pero sin hacer lo propio con los costos que el mismo implicaría pobreza, desempleo, marginalidad y que adquirieron especial gravedad con la fuga masiva de capitales en 1998. Todo esto dio como resultado la formación de una economía criminalizada, controlada por grupos mafiosos y atravesada por la corrupción. En el terreno político, las medidas apuntaban a la formación de una democracia multipartidaria. Sin embargo, el carácter presidencialista del sistema político y la debilidad de los partidos políticos rusos -con la excepción del PCUS, al que Yeltsin intentó prohibir en 1992-, llevaron a la joven república a graves crisis políticas como la de 1993, que terminó con el bombardeo del Parlamento por orden de Yeltsin y el asesinato de decenas de opositores. Lejos de encontrar solución, todas estas crisis se mantienen todavía abiertas bajo el gobierno de Vladimir Putin, un ex miembro de los servicios de inteligencia rusos que, ungido por el "partido del poder", se ha mostrado como un fiel continuador de la política desarrollada por Yeltsin durante la década de 1990, profundizando el uso del nacionalismo ruso como su principal fuente de legitimidad política.

LISANDRO GALLUCCI (*)

Especial para "Rio Negro"

(*) Profesor e investigador en la UNC



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