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Ernesto Wolfschmidt, viverista apasionado

Este hijo de alemanes vive en Allen y tiene

un colosal vivero de plantines hortícolas.

Es agrónomo y nieto de pioneros; sus abuelos se radicaron en Allen en la década del '20.

 

Ernesto es hijo de Otto Martin Wolfschmidt y de Ursula Girsch, ambos alemanes que migraron a la Argentina en la década del '20.

Otto reconstruye los primeros años de la familia en el país y en el relato lo sigue su hijo, pues hoy es él quien continúa la tradición familiar que los vincula con la tierra.

El mayor de nuestros entrevistados cumple hoy 86 años y, desde que recuerda, está cerca de los frutales. Nació en Frankonia, al norte de Baviera, y llegó a la Argentina en junio de 1923, con dos años de edad. Viajó con sus padres y sus tres hermanos: Hans, Elsa y Emilio. Los primeros cinco años en este país los pasaron en el Chaco, donde había una importante colonia alemana. "Vivimos en Villa Angela, al sur de esa provincia, relata Otto. Desconozco por qué mis padres decidieron irse de allí, aunque imagino que como tantos alemanes no soportaron el clima. Sí sé que en Alemania mi padre (Hermann Wolfschmidt) se dedicaba al comercio de fruta, por lo que, enterado de que había una zona en Argentina que nacía a la fruticultura, la eligió para radicarse. Se enteró de la existencia del Valle de Río Negro por avisos que salían en los diarios que recibíamos, diarios alemanes. La primera parada en Río Negro fue en Paso Peñalva, en el vivero de Roberto Rosauer."

Allí estuvieron los Wolfschmidt unos meses. Luego se mudaron a la Colonia Agrícola General Roca. Mientras buscaban una chacra para comprar, estuvieron alojados en la de la familia Douglas Price. Finalmente, adquirieron tierras en Allen, en un loteo que hizo Patricio Piñeiro Sorondo.

Durante los primeros años en Allen recuerda Otto los hermanos Wolfschmidt se relacionaron con la colectividad alemana de la zona, entonces muy importante, que solía reunirse en la chacra de Pohlmann. También asistieron a la escuela y poco a poco se fueron sumando a las tareas de la chacra. "Pasé toda la vida subido al tractor relata Otto. Me encanta la chacra, siempre me gustó, aun cuando es una actividad dura. En aquella primera propiedad cultivamos alfalfa, maíz, viña y, de a poco, fuimos plantando frutales, especialmente ciruelas, duraznos, peras y manzanas".

Cuando comenzaron a tener producción, entre 1935 y 1940, su familia hizo un secadero de frutas, tuvo colmenas y un pequeño vivero. A esa propiedad la llamaron "La Frankonia". Allí vivieron hasta 1947, año en el que compraron otra chacra, la misma que hoy trabajan.

Cuando la adquirieron, la nueva chacra estaba plantada con peras. En los años siguientes acrecentaron la producción y, junto con otros alemanes, hicieron una sociedad para comercializar la fruta. En 1954, y con esa experiencia asociativa, los Wolfschmidt y otros productores fundaron la Cooperativa Cruz del

Sur. Ese mismo año 1954 nacía el hijo de Otto y de Ursula, Ernesto; luego llegaría su hermana Elena.

Ursula, la esposa de Otto, había venido al Valle haciendo un derrotero similar al de los Wolfschmidt. Recuerda Otto que un día llegó un alemán al Valle a comprar fruta y le comentó que en el Chaco había un matrimonio alemán que tenía cuatro hijas, una de ellas era Ursula. "Este hombre cuenta prometió relacionarme con esa familia y así lo hizo. De modo que, gracias a la fruta, conocí a quien sería mi esposa, que se radicó aquí con su familia. Dos hermanos Wolfschmidt se casaron con dos hermanas Girsch (Otto y Ursula y Erika con Emilio)".

"Por ese tiempo, mi padre continúa Otto mandaba fruta a todo el país por ferrocarril. Hacíamos encomiendas, encomiendas postales; eran cajoncitos de veinte kilos de fruta. Hacíamos propaganda en los diarios alemanes y provinciales y así nos poníamos en contacto con los compradores, normalmente alemanes. Vendíamos fruta fresca y desecada y miel. La fruta desecada iba en cajoncitos de cinco y diez kilos y la miel salía en latas de cinco kilos. Cuando hubo más producción se empezó a vender a los galpones. Vendíamos a AFD, a Fischer, a Saladino, a Tortarolo, a Mariano Bizzotto... pero, antes de eso, nosotros la comercializábamos. Con el tiempo, la familia dejó el secadero y en esa segunda chacra ya nos hicimos productores frutícolas y mi hijo Ernesto afirma Otto con orgullo es el que siguió con la tradición que nos vincula desde hace tantas generaciones con la fruticultura. Es el único Wolfschmidt que siguió la tradición..."

Ernesto, al igual que su padre, creció entre frutales. Durante su adolescencia inició su formación en el Colegio San Miguel, donde se recibió de técnico agrónomo.

"Pertenezco a la primera promoción de sexto año del San Miguel relata. Durante mi secundaria estaba el padre Belis. Recuerdo especialmente a un profesor, don Bruno Müller... con él aprendimos muchísimo. De hecho, en ese colegio aprendí cosas que ni siquiera me enseñaron en la facultad. Esta experiencia marcó mi vida; tanto, que seguí Ingeniería Agronómica en la Universidad del Sur (Bahía Blanca). Mi idea siempre fue volver al Valle, de modo que me recibí y a los 23 años ya estaba trabajando en la chacra y haciendo asesoramiento. Me recibí en el '77 y en el '78 ya incursioné en un camino más personal, en los invernaderos."

Su primer invernadero fue construido por él mismo. Medía cuatro por cuatro metros y lo hizo con soportes de madera de álamo y láminas de polietileno transparente que guardaba de las bolsas de fertilizantes que usaban en la chacra. En aquel invernáculo hizo tomates de la variedad Marmande. Recuerda con ternura que su primer tomate lo cosechó el Día de la Madre: "¡Fue algo extraordinario! ¡Los primeros tomates del Alto Valle se cosechaban a fines de diciembre y yo había obtenido una primicia total!", recuerda.

El éxito de su primer experimento lo entusiasmó y se abocó a la producción de tomates en invernáculo, una actividad que se transformó paralelamente a la evolución de la tecnología aplicada a los cultivos bajo estas condiciones. "Si bien mis invernaderos este año cumplen 30 años, fueron cambiando de aspecto y de contenido. La producción y venta de plantines hortícolas arranca en 1997 (ver "Historia de acá"). Hasta entonces fue un largo camino, con ensayos, viajes y aprendizajes. Fui evolucionando simultáneamente en las dos actividades que desarrollé a lo largo de mi vida: fruticultura y horticultura. Aun así, siento que lo que he hecho en invernáculos me ha dado más satisfacciones porque desarrollar cosas nuevas es mi pasión..."

Ernesto empezó con tomates y, poco a poco, fue aumentando la superficie de sus invernáculos, que crecieron donde talaban viejos frutales de la chacra. "Siempre fui muy innovador en mi trabajo y, cuando hacés invernáculos, querés probar de todo. Hice un tiempo tomates porque era lo que más venta masiva tenía. Además, hacer tomates de invernáculos era un nicho por cubrir en la zona. Cuando empecé, hasta los comercializaba yo, cargaba los cajones y los vendía uno por uno... salía en mi camioneta y vendía cajón por cajón. Durante el tiempo que dediqué a eso, unos diez años, fui experimentando con nuevas variedades y salí al mundo a conocer experiencias similares (ver "Historia de acá"). En 1983 compré una chacrita que estaba cerca de Allen. Como tenía gas natural, eso me permitió ca

lefaccionar los invernáculos y anticipé aún más las cosechas. Mi sueño era poder hacer tomates durante todo el invierno y la primavera y lo logré. Todo a pulmón, sin pedir nunca un crédito".

Paralelamente, Ernesto siguió manejando la chacra y el vivero y se desempeñó como presidente de la cooperativa Cruz del Sur, que en la década del '80 ya formaba parte del grupo PAI (Productores Argentinos Integrados).

El vivero de Ernesto Wolfschmidt ocupa a unas 40 personas en plena temporada, y la familia trabaja en equipo. Don Otto acompaña con su presencia y experiencia, Susana (esposa de Ernesto) es la responsable de la administración del emprendimiento y Andrés, el hijo del matrimonio, se ha sumado para atender el frente comercial. La hija de ambos, Katia, por ahora estudia en Buenos Aires. Ernesto, en tanto, es el alma del lugar. Su vivero cumple 30 años, tiempo en el que logró amalgamar conocimientos, pasión, mucho trabajo y la experiencia que lleva en la sangre por pertenecer a la tercera generación de productores del Alto Valle de Río Negro.

SUSANA YAPPERT

sy@patagonia.com.ar



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