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Padres pioneros, hijos chacareros
Antonio Ais llegó al Valle en 1910. Se casó con Baltazara Ríos, con quien tuvo 10 hijos. Ñeca y Joaquín García –la hija de ambos y su esposo– cuentan la historia de sus familias.

Encarnación Ais, “Ñeca”, hace 50 años está casada con Joaquín García. Tanto tiempo como el que llevan en la chacra que habitan en la zona de Gómez. Una propiedad impecable, amorosamente cuidada y que este año tendrá su primera cosecha de fruta orgánica.
Pero ambos están vinculados a la fruticultura desde que el Valle es valle. Nacieron entre vides, verduras y frutales. Ñeca pasó sus primeros años de vida cerca de las chacras de Romagnoli. Sus padres, Antonio Ais y Baltazara Ríos, criaron en esa zona a sus 10 hijos.
Antonio era español, nacido hacia fines del siglo XIX en Huercal Overa, Almería. Allí vivió hasta sus 16 años, momento en el que decidió convertirse en inmigrante. Salió de polizón en un barco hacia la Argentina. Contaba que el día que embarcó nació su hermana menor, a quien nunca pudo conocer. Nunca regresó a su país.
“Aun así volvía con frecuencia a sus afectos y a España. Cuando tenía 13 años –cuenta su nieta Susana García– le ayudé a mi abuelo a hacer un mapa de su pueblo. Lo reconstruyó sobre un papel… Sacamos fotocopia de su mapa y lo mandamos a España. Un primo de mamá lo guardó en un cajón donde guardaban todas las noticias que llegaban de los parientes de la Argentina. Muchos años más tarde, conocimos el lugar y vimos que su recuerdo era exacto…”.
En Argentina, Antonio no tenía familia; imaginan que llegó al Valle ayudado por algún connacional. Esto ocurrió en 1910. “Llegó a Roca cuando esto era la nada y todavía se veía pasar indios –relata su hija Ñeca–. Les tenía miedo y cuando los veía venir se escondía en unas cuevas y los espiaba mientras pasaban montados en sus caballos...”.
Antonio consiguió empleo en la chacra de la familia Palmieri y también en una propiedad de un coronel del Ejército. Contaba que entonces desmontaban con rastrones, pero venía un ventarrón y debían pasar la rastra una y otra vez hasta domar la geografía.
Un tiempo después de radicarse en la zona Antonio conoció a quien sería su mujer, Baltazara Ríos, española de Zamora y mujer de carácter con quien tuvo 10 hijos. Siete mujeres y tres varones: Diego, Inocencio, Antonio, Melchora, Juana, Ñeca, Delia, Rosa, Sara y Felisa. Todos los hijos del matrimonio asistieron a la Escuela N° 86. Tenían un sulky de 4 ruedas que conducía uno de los hermanos mayores para que llegaran al establecimiento escolar los Ais y algunos vecinos.
Antonio Ais trabajó muchos años de peón, hasta que pudo comprar su propia chacra. Adquirió 12 hectáreas que trabajó con sus hijos. Aun así, siguió empleado fuera de su propiedad. “En lo de Palmieri –cuenta Ñeca– papá cortaba pasto y yo, con 12 años, lo rastrillaba. Todos los domingos iba con el caballo a ayudar a papá. Eramos muchos hermanos y cada uno tenía su actividad. La mayoría de las mujeres trabajábamos el tomate y hacíamos cosas de la casa, como lavar y planchar con una plancha a carbón, que llevaba mucho tiempo. La verdad es que trabajábamos todo el día”.
Los padres de Ñeca compraron una propiedad donde está hoy la Bodega La Sarita (sobre ruta 22). Esa bodega fue levantada por las familias García, Parra y Ríos. Baltazara aparecería como una de las primeras mujeres accionistas de la Cooperativa Valle Fértil.
En esa chacra plantaron vid y frutales pero, mientras esperaban que esas plantas entraran en producción, sembraban tomates y hortalizas. Para entonces, 6 de sus 10 hijos ya estaban casados.
“Hicimos una casa al lado de la bodega. Mis padres vivieron allí el resto de sus vidas. Papá murió a los 77 años y mamá lo sobrevivió como 20 años. Todos nosotros, sus hijos, excepto mi hermana Rosa, seguimos vinculados a la fruticultura. Mis hermanos siguieron trabajando la chacra de la familia y nosotras nos casamos con chacareros...”.
Ñeca conoció a Joaquín García cuando tenía 12 ó 13 años. Ella visitaba a una hermana que vivía en Roca y lo vio pasar. Muchos años después, lo volvió a ver en una fiesta en Canale.
“Hacían bailes lindos en Canale, nosotras íbamos acompañadas por mamá. Esa vez nos vimos con Joaquín pero no hablamos. Pero unos días después vino a comprar plantines de tomates a la chacra. El vivía en Cervantes y vino hasta acá. Luego volví a verlo en otra fiesta en Canale y ya empezamos a noviar”.
“En ese momento él vivía en Colonia Rusa y venía a visitarme en bicicleta. Por ese tiempo también se organizaban paseos a la orilla del río. Ibamos en sulky y pasábamos la tarde cantando. Lo pasábamos muy bien. Después volvíamos al trabajo. Nos casamos en el Recreo, que era un lugar increíble”, recuerda Ñeca.
Cuando Ñeca y Joaquín se casaron, se fueron a vivir a la chacra de los padres de él, ya mudados de Colonia Rusa a Gómez. Durante dos años vivieron con ellos. “Mi marido y yo trabajábamos en la chacra, carpiendo, trabajando la viña, el tomate, las verduras. Una de mis hermanas se casó con un hermano de mi marido, así que salíamos los cuatro al monte a trabajar, y empezaron a llegar nuestros hijos. Yo tuve tres”.
Joaquín García era hijo de José Antonio García y de Isabel Parra, ambos españoles de Almería que migraron hacia el Alto Valle porque aquí tenían un tío, Marcos Pérez. Joaquín nació en Godoy, en las chacras de Rey Pastor, donde se habían empleado sus padres. Cuando las propiedades de este señor se subdividieron, José Antonio García compró 12 hectáreas en las que sembró papas, pero terminó vendiéndolas.
“La cosa no fue fácil, vinieron años malos... La gente había pasado de la alfalfa al tomate y a la viña y esto durante la crisis del ’30 –recuerda–. Fueron muchos años feos, como después fueron los años de Menem para los chacareros. Venía la Junta Reguladora y por presión de los viñateros mendocinos nos hacían enterrar la producción y arrancar la viña. Así obligaron a la gente a pasarse a la fruta para que no se compitiera con los viñateros cuyanos. Hubo un caso para la historia, porque fue el único que enfrentó la situación, hizo juicio y ganó: fue Duscovich, un chacarero de la Colonia Rusa. Este vecino había solicitado su tierra, le habían cedido 10 hectáreas y cuando le dijeron que no podía plantar viña, él plantó igual. Y ganó el pleito porque en el boleto de cesión se decía que allí podía plantar cualquier cosa”.
El padre de Joaquín compró una tierra en Colonia Rusa, la chacra 266, donde Joaquín conoció los secretos de la tierra. Recuerda que su padre era muy amigo de Bernardo Riskin y que solían visitarlo en su casa. En ese tiempo la familia hacía verduras y su papá trabajaba como alambrador de cajones en la AFD. “Mi mamá era bien chacarera, más que papá, quien tenía espíritu más de comerciante, como su padre. En cambio, mi mamá araba, carpía la tierra, hacía las verduras y luego salía en su jardinera a vender por el pueblo”.
Mientras tanto, Joaquín soñaba con unir esos dos talentos y ser su propio patrón.
A Joaquín le gustó siempre trabajar de modo independiente. Cuando era joven había visto el fracaso de algunas cooperativas de productores y optó por trabajar solo. Con los años y luego de experiencias frustrantes, volvió a asociarse con otros para poder defender su producción.
“Para el chacarero no es fácil… nosotros no vendemos la fruta, la entregamos. Yo trabajé con 5 ó 6 galponeros y en más de una oportunidad los galponeros se quedaban con mi cosecha o decían que les había entregado tantos kilos y yo constataba en otras balanzas y no era así. Hace unos 7 años me asocié y le vendo a la Primera Cooperativa. Mi papá le vendía tomates a la fábrica Apolo de Cervantes y vimos cómo parte del directorio la fundía... Yo tenía esa mala experiencia, pero con los años entendí que a los chacareros chicos y medianos nos conviene estar juntos, si no quedamos a merced de mafias...”.
Joaquín compró su chacra en 1969. Primero fue medianero y ahorró lo suficiente para tener su tierra. Le compró 12 hectáreas y media a los descendientes de Fernández Oro. Joaquín trabaja hoy con sus hijos, tiene 76 años, la voz clara, la mirada limpia. Parece estar en paz con la vida. “Ya tenemos 8 nietos y 1 bisnieta, pero no pienso en jubilarme, es toda una vida en esto. Este año tendré mi primera cosecha de fruta orgánica. Hace 10 años que estoy en el tema y ya somos 6 socios de la cooperativa que nos metimos en esto. Esta temporada, con suerte, vamos a alcanzar los dos millones de kilos”, afirma con orgullo.

 



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