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¿Microempresarios cambiarán a Cuba?
Se espera que las reformas de mercado .del gobierno sumen .un cuarto de millón de emprendedores privados a la economía y alivien así parte del lastre de la burocracia estatal. Pero no es un proceso sencillo.

LA HABANA .- Donde muchos podrían ver el marco de una ventana carcomido por termitas y un mostrador de concreto revestido con lozas blancas Julio César Hidalgo percibe algo distinto: ve la sala de su modesto apartamento convertida en una pequeña pizzería que exhala un rico olor a ajo y orégano en la calle bulliciosa de Centro Habana.

A sus ojos, la gruesa capa de concreto que recubre el mostrador es un flamante mostrador blanco lleno de sándwiches, bocaditos y dulces, masas de harina y levadura y una pequeña cocina de gas en la esquina llena de pizzas horneándose.

Cuando las autoridades cubanas anunciaron, en septiembre pasado, que abrirían la economía marxista de la isla a una cantidad limitada de negocios privados, Hidalgo fue uno de los primeros en pedir un permiso comercial. En un país donde escasean los sueños, la ilusión de este panadero de 31 años es sencilla: ser el dueño de su propia empresa.

"No me voy a hacer rico", dice riendo. Agrega que sólo piensa ganar un poco más que los 12 dólares de salario que gana en una panadería estatal. "Lo que me gusta de esto es que estoy en mi casa y me mando yo mismo".

 

El año de las definiciones

 

Hidalgo y decenas de miles de emprendedores como él aspiran a realizar sus ambiciones empresariales en el 2011, año de los cambios económicos en Cuba. Sólo que anhela que esta vez sea realidad la llamada "actualización" de la economía anunciada el año pasado por el presidente Raúl Castro.

El mandatario cubano explicó que medio millón de empleados estatales será despedido antes del 31 de marzo y que se otorgarán licencias para trabajos por cuenta propia en diversos sectores, algunos un poco sorprendentes.

A estos nuevos empresarios les esperan enormes retos para poder sacar adelante sus negocios: impuestos altos, escasez de materias primas, clientela inestable, un laberinto burocrático y créditos limitados.

El éxito o el fracaso de estas iniciativas constituye un largo camino que será determinante para el futuro de la revolución.

En la isla el Estado emplea el 84% de la fuerza laboral y controla el 90% de la economía, en uno de los últimos bastiones del modelo soviético que existen en el mundo.

Si la experiencia del libre mercado funciona, el gobierno, que enfrenta una importante falta de liquidez, podrá recaudar millones de dólares de nuevos impuestos, mientras que nace una nueva clase de hombres de negocios y de consumidores.

Será también una manera de legalizar un mercado negro en constante auge y en el que se venden desde salchichas hasta antenas de televisión por satélite.

Si la experiencia fracasa, en este país ya desilusionado y en crisis, los cientos de miles de trabajadores estatales despedidos enfrentarán un futuro incierto.

Todo esto en el año en que Raúl Castro cumple 80 y se espera que su hermano mayor Fidel renuncie como primer secretario del Partido Comunista, último cargo oficial que ostenta.

Al 7 de enero más de 75.000 personas habían recibido nuevas licencias y se habían unido a los cerca de 143.000 trabajadores de un incipiente sector privado que ya existía desde la última vez en que el país había experimentado con el capitalismo. Cerca de un cuarto de millón de nuevos empresarios surgirán con estos cambios, de acuerdo con las previsiones de economistas gubernamentales.

La mayoría de estos nuevos negocios son pequeños. Se pueden hacer desde casa, en la esquina de una calle o puerta a puerta. Entre ellos figuran la manicura, pintar inmuebles o manejar un taxi.

Pero la apuesta para Cuba no puede ser mayor, en un país donde la economía sufre una desorganización paralizadora, la infraestructura está dañada y hay una corrupción endémica y una fuerza laboral acostumbrada a trabajar poco y recibir poco a cambio.

Entre los miles que han dado el salto en la iniciativa privada están María Regla Saldívar -de 52 años y cinturón negro de taekwondo, quien planea abrir un gimnasio sobre las ruinas de una lavandería destruida- y Javier Acosta, que abrió un restaurante de lujo dirigido a los turistas que visitan la isla.

Incluso el gobierno cubano -según aparece en un documento interno del Partido Comunista al que Associated Press tuvo acceso- advirtió que muchos de los negocios podrían quebrar en un año. En privado, numerosos cubanos comentan que prefieren esperar para ver si empresas como la de Hidalgo prosperan antes de dar el salto.

Entre los empresarios la emoción impera por el momento.

"Nosotros vamos a tener éxito, estoy segura", dice Gisselle de la Noval, de 20 años y novia de Hidalgo. Su cara se ilumina con una amplia sonrisa cuando dice: "Es maravilloso (la apertura económica)... si se sabe aprovechar tiene un buen futuro". La joven venderá las pizzas y compartirá las ganancias con su novio.

 

Economía en ruinas

 

Pero la pequeña apertura de la economía cubana hacia la empresa privada ocurre no por un profundo cambio ideológico sino por necesidad.

La economía cubana fue duramente golpeada por la crisis económica global, la caída de los precios del níquel y los embates de tres devastadores huracanes ocurridos en el 2008. También cayeron los ingresos provenientes del tabaco, el ron y el azúcar, al igual que las remesas procedentes del extranjero, muchas de ellas de Florida, golpeada por la recesión.

Como el país no tiene acceso a los préstamos de las instituciones monetarias internacionales por el embargo que Estados Unidos impuso a la isla desde hace 48 años, el gobierno se vio obligado a reducir en un 37% las importaciones de alimentos y otros productos de sus principales socios comerciales.

La economía creció a penas el 1,4 y el 2,1% en el 2009 y el 2010 respectivamente, un resultado terrible para un país pequeño.

"Me temo que el Estado cubano está quebrado", dice Uva de Aragón, experta en Cuba de la Universidad Internacional de Florida. "No quiero ni pensar en lo qué puede pasar si (estos cambios) no funcionan aún medianamente´´.

La escasez se nota dondequiera: en los estantes de los poco surtidos mercados estatales, en las calles de la ciudad, casi vacías, llenas de baches y sin alumbrado público; en las fábricas anticuadas de las afueras y en las fincas donde la tracción animal sustituye muchas veces a los tractores u otras máquinas para trabajar la tierra.

El Estado paga salarios de unos 20 dólares al mes y los trabajadores tienen derecho a educación y salud gratuitas, en tanto el transporte, los alquileres y otros servicios públicos cuestan muy poco. Además, cada ciudadano tiene una libreta de abastecimiento con la que puede comprar, cada mes, productos básicos a precios altamente subsidiados.

Los salarios son tan bajos que el robo en las empresas estatales resulta casi inevitable. Pero el tener un trabajo constituye un excelente beneficio, así como una alarmante pérdida en caso de ser despedido.

Desde que relevó a su convaleciente hermano Fidel en el 2006 -primero temporalmente y después de modo permanente- Raúl Castro ha reducido los subsidios. En meses recientes cerró algunos comedores obreros, quitó varios productos de la libreta de racionamiento y sugirió la eliminación gradual de los subsidios.

La situación económica quedó en evidencia en septiembre pasado, cuando un titular en letras rojas en el diario "Granma", órgano oficial del Partido Comunista, anunció el despido próximo de cerca del diez por ciento de la fuerza laboral de la isla y la apertura del sector privado.

Unos días después las autoridades publicaron la lista de las 178 actividades en las que se otorgarían nuevas licencias. La lista incluye oficios variados como pelador de frutas pero excluye toda actividad que podría amenazar el monopolio del Estado. No hay licencias para abogados independientes, banqueros o ingenieros ni para trabajar en oficios en sectores estratégicos.

Sin embargo, no hay que subestimar el alcance del cambio. Por primera vez desde la década de los 60, los cubanos podrán contratarse como empleados entre sí y alquilar sus casas o sus coches sin tantas restricciones y tienen la esperanza de recibir algún día préstamos de los bancos estatales. Raúl Castro convocó a un inusual Congreso del Partido Comunista -del 16 al 19 de abril- en el que se deben ratificar las reformas como única vía para sacar el país adelante.

 

Los nuevos empresarios

 

Hidalgo es un hombre de cara redonda y una eterna mirada divertida. A diferencia de la mayoría de los cubanos, él ya anduvo por las calles de la libre iniciativa privada con resultados desastrosos. Cuba ya había hecho una pequeña apertura a la empresa privada después del colapso de su principal socio, la Unión Soviética, en la década de los 90. Ello marcó el inicio de una época de crisis llamada el "Período especial´´.

El joven Hidalgo tenía 17 años en 1997, cuando abrió una pequeña pizzería en el mismo apartamento de hoy con su primo mayor. Pero no pudo comprar queso, harina y puré de tomate en las tiendas estatales. Tuvo, entonces, que recurrir al mercado negro y ahí empezaron sus problemas: "Los inspectores venían muy seguido, una vez a la semana o dos -dice Hidalgo-. Pedían las facturas, si no las tenía lo confiscaban todo. Nos obligaron a cerrar".

En aquel entonces Fidel Castro consideró las reformas como un mal necesario para sacar el país de la crisis pero luego revocó las medidas tomadas apenas la crisis amainó.

Raúl Castro aseguró que esta vez las cosas serían diferentes. El gobierno prometió una inversión inicial de 130 millones de dólares para las materias primas que los nuevos negocios necesitan. Hidalgo, por ejemplo, mostró unas cajas de lozas blancas que compró por ocho dólares en una tienda estatal.

Aun así, el camino para los nuevos empresarios promete ser duro. Teniendo en cuenta los precios de los ingredientes, Hidalgo calculó que tendrá que vender a 20 pesos (casi un dólar) una pizza con orégano y aceitunas, un precio que representa una pequeña fortuna para alguien que sólo vive del salario estatal. Además, Hidalgo tiene la competencia de dos vecinos que ya les entregaron una licencia para vender café en la calle de Centro Habana.

El gobierno facilitó el alquiler de bienes raíces entre cubanos, pero no hay mercado de propiedades para negocios particulares y, de existir, pocos tendrían dinero para eso. La mayoría de la gente debe trabajar en una parte de su casa o ser creativo para paliar la escasez de inmuebles.

Saldívar le pidió al gobierno el título de propiedad de la lavandería para construir un gimnasio. Mientras tanto, dicta clases de aerobismo en un pequeño parque cercano. El edificio ya no tiene paredes ni techo y el piso de cemento está cubierto con manchas de aceite de auto y con piezas de camiones oxidados. Pero nada de esto la detiene: "Yo lo voy a arreglar", dice.

Su mayor preocupación es que las autoridades excluyeron las artes marciales de las actividades autorizadas. Saldívar dice que se limitará a dar clases de aeróbicos o a "inventar", una palabra que en cubano significa "improvisar".

"No pienso dar clases de taekwondo -dice-. Yo les estoy enseñando a los niños quimbumbia", palabra que Saldívar le puso a una disciplina muy parecida al taekwondo.

 

Retos y oportunidades

 

Otro reto al que se enfrenta el sector privado son los impuestos, que pueden llegar hasta el 50%, sin contar las obligaciones empresariales derivadas de la seguridad social. Los impuestos, además, pueden incrementar las dificultades para que los nuevos empresarios lleven sus empresas a punto de equilibrio y asustar a quienes se ganan la vida en el mercado negro e impedirles trabajar en forma legal pidiendo una licencia.

Pero quizás la mayor advertencia sobre la apertura vino de dos economistas del Centro de Estudios Económicos de Cuba, adscripto al gobierno.

Según Pavel Vidal Alejandro y Omar Everleny Pérez, no es suficiente liberar unas actividades a la iniciativa privada en un país donde medio millón de personas se quedará sin los puestos estatales que tenía.

Vidal y Pérez escribieron sobre sus preocupaciones en una revista católica, algo poco usual en la isla.

Su mayor inquietud frente al emprendimiento es que las nuevas empresas no tendrán suficientes clientes con tantos nuevos desempleados. "Se necesita de un shock positivo de demanda que la economía (la política fiscal y monetaria) no están en condiciones de propiciar en estos momentos", escribieron.

Aun así, los nuevos empresarios están surfeando en una ola de esperanza que había estado dormida por mucho tiempo.

Hidalgo, entre tanto, espera una camioneta que trae la cocina de gas que le prestó su suegra. Tiene la esperanza de que la pizzería abra a finales de este mes y la quiere llamar "Baldoquín", en homenaje a su abuelo.

Después de más de diez años soñando con abrir su propio negocio, Hidalgo dice que no cabe en sí. "¡Imagínate! -exclama pensando en la primera pizza que sacará del horno-. Para mí será como realizar un sueño que siempre tuve´´.

 

PAUL HAVEN

AP



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