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Historias de conservas y carneadas
Dos tradiciones .en las chacras de .la región. .Con el paso de los años su práctica se .ha ido perdiendo.

Hoy significa negación, rechazo. Difícilmente los quechuas hayan querido simbolizar a la minga como algo negativo. Este es el origen de una palabra que simboliza una forma de vida sustentada en el nivel de confianza, de responsabilidad compartida.

Es que existió una forma particular de compartir trabajos que consistía en que cuando alguien necesitaba ayuda de los otros para realizar una tarea, la requería a los otros miembros de la comunidad con el compromiso moral de "devolver" el favor cuando fuera solicitado. Era un esfuerzo colectivo para un mismo propósito sin ningún tipo de contrato laboral, no se efectuaban pagos y no existían jefes ni patrones; los más experimentados guiaban a los demás. La minga finalizaba con una fiesta organizada y atendida por el anfitrión. Aquellos que no hubieran participado de los trabajos no podían concurrir, no había minga para ellos. De ahí se deriva "ni minga..."

La minga era un compromiso con la vida, con la amistad, con la solidaridad bien entendida, con el amor a sus semejantes, con el trabajo honesto en bien de todos.

Y por casa, ¿cómo andamos? ¿Es posible rastrear actividades de impacto social -en el sentido de construcción de la identidad del chacarero- que combinen sentido común con tarea bien realizada y satisfacción por el esfuerzo compartido? Las chacras encierran costumbres y tradiciones, actividades que reunían a toda la familia para sumar el esfuerzo del trabajo y elaborar productos artesanales, alimentos que serían utilizados a lo largo del año. Las carneadas y los envasados de conservas fueron prácticas que se convertían en grandes encuentros festivos.

En la chacra de Irma Mancini (72), situada sobre el acceso Martín Güemes, no hubo un solo año en el que faltaran las conservas. Sobre las estanterías de madera de un pequeño depósito reposan decenas de frascos y botellas de salsa de tomate, de duraznos y peras al natural. Todo comienza con el minucioso trabajo de lavar a la perfección frascos y botellas. Después hay que conseguir y seleccionar la materia prima. Un día de trabajo alcanza para elaborar cada tipo de conserva. La jornada comienza a las 5:30, cuando recibe a sus hermanas y a su hija, quienes le van a dar una mano. Irma les prepara el mate, un poco después el desayuno y se encarga de cocinar un rico menú para el almuerzo. Mientras tanto, en el galpón, sobre un tablón sostenido por caballetes, las mujeres pelan y procesan los frutos entre charlas y risas. "Lucho", el hijo de Irma, también es un gran colaborador. Cortar la leña y hervir los frascos y botellas en tambores de 200 litros es una de las tareas más difíciles. "Uno sabe lo que come, cómo lo prepara, es muy distinto a lo que comprás en el mercado. Es una lástima los que nos enseñaron nuestros padres se vaya perdiendo, reemplazando por lo que es más fácil. Voy a seguir con las conservas hasta que me den las patas", señaló Irma.

En la chacra Nº 85, de Liberato (85) y Ester Piergentili (78), las carneadas de cerdos siempre fueron infaltables. Cuenta Liberato que si de carnear se trataba, entre vecinos y parientes formaban una cadena de ayuda. "Era una andanza de 15 ó 20 días, íbamos a una chacra y después a otra a carnear. Primero carneábamos el chancho y al día siguiente había que facturarlo", recuerda Liberato. El trabajo que requería más fuerza, matar al animal y despostarlo, quedaba en manos de los hombres pero después, cuando comenzaba la preparación de las facturas, se sumaban las mujeres. Desde temprano acompañaban esas tareas unas ricas tortas fritas con mate y al mediodía se cocinaba a la parrilla el costillar del chancho.

Chorizos, quesos, jamones, morcillas y bondiolas iban a parar al sótano de la 85. Quien haya visitado la chacra de los Piergentili sabe de esas exquisiteces y del buen vaso de vino casero que también produce Liberato. "Hace algunos años que no carneamos, pero extraño hacerlo", confiesa.



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