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Christopher, el sigiloso

Para el mediodía del 2 de mayo del 82 el submarino nuclear británico "Conqueror" llevaba más de 15 horas siguiendo al "Belgrano" y a sus escoltas: los destructores "Piedrabuena" y "Bouchard". Su comandante -Christopher Wreford-Brown- tenía 36 años. Esperaba la orden de atacar. Tenía que librarla el máximo mando político de la Gran Bretaña de aquellos días: Margaret Thatcher. Egresado de "El Matadero", la escuela de submarinistas de la Armada Real, Wreford-Brown conocía muy bien al almirante Sandy Woodward, el jefe de la flota de más de 50 buques y 28.000 efectivos que desde el 25 de abril operaba al este de Malvinas. Objetivo, recuperarlas. Una década atrás Woodward había sido su jefe en el submarino "Warspite". En sus memorias -"Los cien días"- el almirante lo recuerda como un marino inteligente. Estilo cortés. Un tanto burlón. "Podía sentirme seguro -acota- de que en batalla, si alguna vez llegaba el caso, sería fríamente eficiente, aun cuando apenas se había hecho cargo del ´Conqueror´ hacía unas pocas semanas".

Woodward sabía que el "Belgrano" era viejo, lento, quejoso. Más nostalgia de los lejanos días en que con el nombre de "Phoenix" había salido ileso del ataque japonés a Pearl Harbor que un peligro terminante para la Royal Navy. Pero había que sacarlo del juego. Incluso para demostrar determinación frente a Argentina. "En la guerra, la victoria no tiene sustituto" sabía Woodward que había sentenciado Douglas McArthur, "El César americano".

Y en esta línea de reflexión estaba forjado Christopher Wreford-Brown.

En la tarde del 1º de mayo, el "Conqueror" había descubierto al "Puerto Rosales", buque tanque del Grupo de Tareas 79.3 que lideraba el "Belgrano". Éste lo llevó al crucero y a sus dos escoltas. Se situó a popa del conjunto y los siguió toda la noche y la mañana del 2. Los siguió en inmersión profunda, también a plano de periscopio.

Ya entrada la tarde de ese día, la "tensión en el submarino era alta, mientras los operarios del sonar escuchaban con atención el continuo y estable golpeteo de las hélices de tres hojas del ´Belgrano´, puf, puf, puf... puf, puf, puf, elevándose y cayendo en las largas ondulaciones del Atlántico, ligeramente más débil en la medida en que la popa se hundía un poco más", comenta Woodward en sus memorias.

Y Londres dio la orden.

Christopher Wreford-Brown situó el "Conqueror" a babor del "Belgrano". Ángulo recto con el crucero pero apuntando delante de éste.

-Disparen -ordenó y, con diferencia de siete segundos, dos torpedos partieron del submarino.

A trece nudos de velocidad, el "Belgrano" iba al encuentro de su muerte.

Cincuenta y cinco segundos mediaron para que en el "Conqueror" se escuchara la primera explosión. La proa del buque comenzó a desprenderse. De inmediato, la otra explosión.

Christopher Wreford-Brown pispeó por el periscopio. "Se sorprendió -escribe Woodward- al ver un enorme relámpago hacia el cielo".

El comandante del submarino ordenó máxima profundidad y velocidad. Salir rápido del escenario. Evitar que el "Piedrabuena" y el "Bouchard" se le vinieran encima.

Luego Christopher Wreford-Brown pidió un té.

El "Belgrano" era historia.



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