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¿Locos con carné?

Presenciar el K42 y el K15 de Villa La Angostura es descubrir cientos de historias.

Están las de los hiperatletas que cubren la distancia con suficiencia y marcando el paso. Con oficio de coreógrafos llegan a la meta con amplia sonrisa y frescos como lechugas pronto reconocerán que han disfrutado de la prueba. Este segmento, admirado para el resto de los mortales, está más allá del bien y del mal.

En las antípodas, están los que sin entrenar lo suficiente confían en que el espíritu santo descienda sobre ellos. Más este último, suele estar ocupado en otro tipo de trámites más perentorios.

Luego está el grueso de los competidores. Para algunos unos locos con carnet, para otros una secta de masoquistas.

En ese cardumen hay peces de distintos tamaños y edades que nadan en el mar de sus sueños. El oficinista que revoleó la corbata, la docente que tiró la tiza, el peluquero que dio descanso a las extensiones y la doctora que guardó el estetoscopio. Allí todas las remeras son iguales y no siempre el mejor corredor es el que en su vida laboral ostenta más pergaminos.

Han venido hasta aquí quien sabe para qué. Intentar averiguarlo lleva a conclusiones extrañas. Por que han seguido extenuantes rutinas de entrenamiento pero para burlar la rutina, han viajado para correr pero en busca de una pausa y han sacado músculos en sus piernas, pero para fortalecer la cabeza.

Antes de recurrir a Freud o a alguna transcripción de Bucay, sería bueno saber qué piensan algunos conocidos "devorakilómetros". Haruki Murakami, en su libro "De qué hablo cuando hablo de correr", confiesa que no cree que su carácter le guste a nadie? "Y que la mayoría de lo que sé sobre la escritura lo he ido aprendiendo corriendo por la calle cada mañana". Dean Karnaces en una curiosa entrevista dijo que lo mejor del correr era que lo transformaba en un hombre común. Edison Peña, el minero chileno sobreviviente de Copiapó que corría 10 kilómetros diarios dentro de la mina y acaba de participar en la Maratón de Nueva York, ha dicho que el correr significa para él "ser libre".

Habrá que convencerse entonces que cada participante encuentra en su propia carrera un desafío personal. Un objetivo que motoriza su propia superación. Un antídoto inocuo contra las tensiones cotidianas. Un seductor elixir que quitapenas y años. Por eso el correr, en contacto con la naturaleza, tiene un efecto tan terapéutico.

No importa que en algún tramo del camino se hayan preguntado que diablos hacían ahí, o que hayan dudado en seguir ante algún síntoma de dolor. Precisamente estas dificultades son las que ponen a prueba la voluntad. Decididamente las pruebas de largo aliento, constituyen una lucha intestina con uno mismo. Un viaje interior de cada atleta, al descubrimiento de sus fortalezas y debilidades.

Es allí donde radica la contagiosa magia de este tipo de eventos.

Al pisar la meta se ven rostros de cansancio, pero a su vez de intima satisfacción. El llegar, es el bálsamo que redime cualquier esfuerzo previo.

Porque el correr, después de todo, no es más que una inusual metáfora. De esas que nos pellizcan y nos hace sentir vivos.

(*) Abogado. Prof. nac. de Educación Física. marceloangriman@ciudad.com.ar



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