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"¡Acá no se rinde nadie!"
Como el mítico personaje de historieta "Poncho Negro", los chilenos decidieron no rendirse a pesar de las evidencias en contra y encararon un rescate que asombró al mundo.

Bien vale aquello que se le acredita al mítico "Poncho Negro":

-¡Acá no se rinde nadie, carajo!

Porque el rescate de los mineros chilenos expresa, en términos de primer estallido de su alcance, el triunfo de la inmensa voluntad de derrotar un imposible: ganarle a la muerte ahí, en el socavón. Así, empecinadamente. Ratificando que el destino más digno de lo humano es la lucha por la vida.

Según Bertrand Russell, desgarro que implica lo definitivo en el ser humano, suele desencadenar vientos de contramano: "Vientos en los cuales el humano emerge echando a andar una historia que deshace la historia que venía lacrada".

Casi a modo del temple que reclamaba Almafuerte: "No te des por vencido ni aun vencido".

Ir más allá de lo que jamás pudo ser imaginado. Enfilar en direcciones con mucho de desconocido.

Hacerlo desde el convencimiento de que la partida era de resultados inciertos como mínimo. Pero que por su naturaleza, no admitía retrancas. Se trataba de la vida.

Afrontar la tarea sabiendo que estaba abierta la posibilidad de mucho desorden e incertidumbre. Pero a costa de tener en cuenta que, en procesos signados por esas características, suele suceder que "nos damos cuenta de que trabajar con el desorden y la incertidumbre no significa dejarse sumergir por ellos: implica, en fin, poner a prueba un pensamiento enérgico que los mire de frente", señaló Edgar Morin, un pensador profundo a la hora de reflexionar la realidad en términos de disyunciones excluyentes.

Y eso hicieron los chilenos que en la superficie dibujaron y ejecutaron el rescate.

Y desde aquella regla se asumieron los que esperaban en el socavón mientras que en la intimidad más última seguramente se sentían más en el final que en la vida.

Pero unos y otros derrotaron el cielo del pesimismo que parecía consagrado: el de ese final. Unos y otros se organizaron en el orden que les fue siendo posible. Con cautela, pero bajo tiranía del cuanto antes, mejor.

Y avanzaron desde la dudas hacia certidumbres, que siempre supieron bajo acecho de lo inesperado y sin retorno.

Sólo unos y otros saben del tumulto por donde deambularon sus pensamientos más íntimos en estos 70 días. Pensamientos que comulgaron, también que preservaron mientras la vida, en este entrevero con la muerte que fue Copiapó.

-Fuimos descomponiendo el problema en partes, la mejor forma de acercarnos a toda la dimensión que implicaba el desafío? y así, así, juntamos ideas y avanzamos y avanzamos -declaró horas atrás ese hombre de perfil bajo y largo conocimiento sobre las entrañas de tierra y roca que fue el jefe del operativo de rescate, el chileno Andrés Surraget.

 

El rol de Piñera

 

Sobrio, cauto de palabra. Distante del fácil camino de la fácil promesa, a lo largo de estas semanas se comunicó diariamente -por decisión de éste- con el presidente Sebastián Piñera. El mandatario lo escuchaba, sólo formulaba una pregunta, generalmente cuando el relato de los avances de los trabajos de rescate llegaban a su fin?

-¿Cómo estamos en relación a mañana?

-Mañana le cuento, señor presidente, cómo estaremos en relación a pasado mañana?

El mañana era incógnita. O historia terminada en un pestañear. También las horas inmediatas lo eran.

Porque en relación al manejo del tiempo, apurarlo tenía sus riesgos.

La decisión bajo presión del intenso y complejo espacio de emociones que abrió el accidente. La decisión equivocada. Estéril. Perderlo todo en un instante.

La operación de rescate no debía perder la brújula.

Se trataba de intentar gestionar y sacar adelante una historia que les había sido impuesta por la dialéctica que es propia de vida. O mejor, de la vida siempre al límite que es propia del fiero trabajo del minero.

Ese trabajo, esos mineros como aquellos a los que da vida Émile Zola en "Germinal". Mineros a los que el socavón les arranca sigilosamente girones de vida con maniática tenacidad.

 

Apuesta al futuro

 

El rescate tenía, nada menos, que domesticar primero la historia que le habían entregado. Luego, dominarla. Inyectar idea de futuro al socavón. Y serpentear la roca rumbo a ese lugar.

Travesía cruzando dedos.

Y en unos y otros, arriba y abajo, mandó el cerebro. "La mayoría de edad" que implica someter cada decisión a la racionalidad más exigente, suele decirse en filosofía.

El uso intensivo de la idea, debatir los opuestos. Abrir la mente, llevarla a conjugar alternativas que quizá se neutralizaban en sí mismas. Manejar contradicciones. "Y contradecirlas", diría Sarmiento.

Todo un proceso que, a la hora de definir caminos, debía computar que en la misión empeñada todo tenía que ver con todo.

Arriba y debajo de ese pedazo semidesértico del norte chileno, se corrieron miedos en todo lo humanamente posible. Se arrinconaron angustias.

Sacarlos. Salir.

Ésas fueron de hecho las consignas de todo un país. Una sociedad acostumbrada a ser blanco de los crujidos de la tierra.

Y así, a modo de "Poncho Negro", en el socavón de Copiapó la vida no se rindió.

Y emergió triunfante.

 

CARLOS TORRENGO

carlostorrengo@hotmail.com



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