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Combatir extremos desde lo humano | ||
El libro sobre Robert Cox destaca su valentía para denunciar primero el baño de sangre de la guerrilla y luego el terrorismo de Estado, ante una sociedad anestesiada. | ||
Robert Cox no se propuso explicar los extremos sino combatirlos a través de la palabra. Su conciencia de inglés no le permitió hacer otra cosa. David Cox, su hijo, acaba de publicar "Guerra sucia, secretos sucios" (Buenos Aires, Sudamericana, 2010), un libro de memorias sobre su padre. En el prólogo, Robert afirma que éste es el libro que él no pudo escribir. ¿Qué nos aportan estas memorias? Resulta conocido que Robert Cox fue una de las pocas voces, quizá la única, que denunció lo que sucedía en la Argentina durante los trágicos años setenta. Sus columnas del "Buenos Aires Herald" dijeron durante esos años lo que la gran mayoría del resto de la prensa argentina no se atrevió a publicar. Su valor para enfrentar lo que estaba sucediendo, tan sólo con una máquina de escribir, resulta conmovedor. Sin embargo, quisiera resaltar en este comentario otro aspecto de las intervenciones de Cox: su condena de los dos terrorismos. Desde las páginas del "Herald" condenó, con igual énfasis, primero el baño de sangre desatado por las formaciones guerrilleras y, segundo, el terrorismo de Estado perpetrado por los escuadrones de la muerte de extrema derecha. Frente a una sociedad en gran parte anestesiada, Cox pudo apreciar el costado humano de lo que sucedía, pudo ponerse en el lugar de las víctimas y de sus familiares, pertenecieran al espacio político que pertenecieran. Sus intervenciones públicas no tuvieron así otro propósito que detener el baño de sangre y salvar vidas. Por cierto, sus notas denunciando la desaparición de personas a manos de las fuerzas armadas y de seguridad no sólo consiguieron salvar vidas -como las de los tres nietos del Dr. Juan Pablo Schroeder- sino que enfurecieron a los mandos militares. El libro repasa toda la trayectoria de Cox, con especial interés en su estadía en Buenos Aires al frente del "Herald". De esta manera, a lo largo de sus páginas pueden seguirse su llegada a Buenos Aires en 1959, su casamiento con Maud Daverio -la madre de sus cinco hijos-, su trabajo como editor periodístico y su decisión de exiliarse en 1979 después de recibir una carta amenazando a su hijo Peter. Seguramente a alguien se le ocurrirá hacer con este libro un guión cinematográfico. La vida de Cox resulta tan de película que hasta fue amigo de Guy Williams, el "Zorro". Como historiador, particularmente me llamó la atención su nota "Coming to Terms with History" (Llegar a un acuerdo con la historia), del 6 de junio de 1979. En esa ocasión sostuvo: "El resultado ha sido que, durante los últimos tres años, el país ha vivido una ilusión. No hemos podido llegar a un acuerdo con la realidad. Como todas las guerras, ésta ha sido casi indeciblemente sangrienta. Encima de eso, fue difícil de entender para nuestros aliados naturales. Ningún otro país del mundo ha sufrido semejante carnicería del terrorismo. Pensemos en los horrores que hemos atravesado: el espantoso asesinato del jefe de la Policía, general Cardozo; la bomba en la cantina de la Superintendencia de la Policía Federal; la cadena de cobardes asesinatos de hombres uniformados, desde humildes agentes de Policía hasta almirantes y generales sumamente respetados e incluso niñas pequeñas, que pasaban frente a las ametralladoras terroristas mientras un fanático continuaba apretando el gatillo, y adolescentes destrozadas por bombas. El catálogo de atrocidades terroristas parece interminable. Mantenían a sus prisioneros encadenados como animales y los amenazaban bestialmente. Torturaban, extorsionaban y sembraban el terror. No eran incidentes aislados. El horror sumaba al horror (?) Y no hubo una reacción nacional genuina de rechazo e indignación, y ni siquiera de unidad. "Entonces, cuando se produjo el golpe, era natural -aunque por completo irrealista- esperar que las fuerzas armadas transformaran el cielo negro en azul de la noche a la mañana; que las desapariciones, que habían comenzado antes del golpe, terminaran; que los tribunales se recuperaran de repente y los jueces imparciales pronunciaran sentencias severas. Se introdujo la pena capital para los terroristas asesinos. Pero nuestra sociedad se quebró y continuó la guerra y continuaron muriendo inocentes. Fue una guerra de la que nadie hablaba: por sensatas razones de seguridad en algunos casos y, en otros, porque existe la sensación entre los jefes de las fuerzas armadas de que los terroristas invariablemente abusan de la libertad de prensa. Ante semejante sufrimiento nacional tendría que haber surgido una prensa libre que mantuviera al país informado para llegar a un acuerdo con la historia a medida que la historia se desarrollaba" (págs. 222-223). La condena del "terror recíproco" también fue puesta de manifiesto en su nota de despedida, antes de partir al exilio: "La mayor dificultad para un periodista que ha trabajado en la Argentina en los últimos diez años ha sido decirles a sus lectores lo que no querían escuchar y señalarles lo que no deseaban ver. Para empezar, el terrorismo se consideraba un problema menor: ´un asunto policial´. Se suponía que todos debíamos mirar hacia otro lado. Finalmente, cuando tuvimos que mirar al terrorismo cara a cara, ya había adquirido las proporciones de un monstruo. En la Argentina, casi todos reaccionaron demasiado tarde. "Lo mismo ha ocurrido con lo que denominados, ambiguamente, ´el otro terrorismo´. También ha alcanzado proporciones monstruosas. Ha hecho que el miedo le impida pensar a la gente. Y, con el país ensombrecido por el terror de ambos extremos, la gente ha preferido dejarse engañar. Algunos, trágicamente equivocados, llegan a creer que una forma de terrorismo puede protegerlos de la otra" (págs. 268-269). Por fin concluía: "Creo que ha llegado el momento -demasiado tarde, porque la lista de víctimas del ´otro terrorismo´ es enloquecedoramente larga- en que veremos el comienzo de una contundente reacción contra las tácticas terroristas, vengan de donde vengan. El despertar de la Argentina a la simple verdad de que lo que estaba mal ayer sigue estando mal hoy vendrá acompañado por la compasión y la preocupación. La prensa tiene el deber de decirle la verdad a la gente. Los familiares de las personas desaparecidas no pueden seguir siendo ignorados como si fueran leprosos. "Debemos enfrentar la realidad de la crueldad de la década pasada para poder producir un cambio en los años ochenta. Deben importarnos todas las víctimas de la guerra, a la que debemos poner fin" (pág. 269). Judith Shklar sostuvo que un liberal es una persona que ante todo rechaza la crueldad. Bob Cox lo fue durante todos esos años. Tal vez la lectura de este libro nos ayude a los argentinos a ponernos de acuerdo con nuestra historia. No es tarde aún para enfrentar la verdad.
MARCELO PADOAN |
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