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Lila Caimari (47), docente e investigadora "Donde fuimos felices"

Como tantos, me fui de Roca a los 18 años para estudiar en la universidad. Desde entonces, vuelvo regularmente (aunque no todo lo que me gustaría) a visitar a mis padres. Me gustan esos viajes como nos gusta volver a donde hemos sido felices. También fui feliz en otros lugares, claro, pero ninguno es tan íntimo como el de la infancia. Sé que algunos amigos roquenses que también se fueron sienten algo parecido. Lo sé porque en cualquier punto donde nos encontremos (y nos hemos encontrado en muchos), se confirma la vigencia de esas relaciones, las primeras de nuestras vidas, las que nos acompañan en todas sus etapas, por más raras y dispersas que sean. No nos reunimos a hablar del pasado, no son lazos hechos de nostalgia lacrimosa. Se nutren de cierta fuerza tácita, y esa fuerza emana de aquel lugar que nos dio el impulso vital.

Me gusta volver a Roca y encontrarla bien, como me ha ocurrido en los últimos años. Tengo mis rutinas. Al día siguiente de llegar, salgo de caminata por el centro y el canalito, ¿a ver cómo está todo? Siempre encuentro lo que extraño: el aire luminoso, ese ritmo de vida tranquilo pero vivaz (nunca adormecido), algunas caras queridas. Paso por Quimhué: hay que saludar y confirmar que el bastión libresco sigue ahí. A la noche llevo a mis hijos a tomar helados a Lion´s, una de las leyendas de la diáspora roquense de mi generación.

También encuentro mucho que es nuevo. Ese dinamismo (otro recuerdo de la vida en Roca) aparece en los paseos más largos. Con mi padre, recorro el deslumbrante INSA y su villa de las artes. Veo las ramificaciones de la ciudad muchísimo más allá de los límites que recordaba, como si el centro de gravedad se hubiera desplazado o fuese más difuso. Migrantes recién llegados, obras, emprendimientos? Es la misma ciudad, qué duda cabe. Pero por suerte también es otra.

lcaimari@udesa.edu.ar



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