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Fueron 60 años fabricando el sueño de casarse de blanco
Su historia como modista guarda tantos secretos como vestidos de novia cosió. .Reivindica aquel halo de misterio que rodeaba el camino al altar para dar el "sí".

Suave como la seda.

Transparente como un tul.

Fuerte como una tela de lino.

Por momentos parece plisada hacia dentro y por otros vaporosa hacia afuera.

Con mucho vuelo, muchísimo, como las gasas más livianas que puedan imaginarse

Así es Lidia Majo (79). Además de elegante y sobria.

Todas particularidades que le permitieron por más de 60 años diseñar y coser los vestidos de cientos de novias que soñaron dar el "sí" en el altar con sus creaciones tan famosas en esta parte del Alto Valle.

"Sí, de los 15 años a los 75 estuve cosiendo y cosiendo: es lo mejor que sé hacer", dice con tono reposado y sincero.

Cuántos secretos sabrás, Lidia, ¿no? Porque los nervios, las corridas y el trasfondo de la decisión de un vestido debe dejar más desnudas a las mujeres que vestidas, podría suponerse. "Suponés bien: pero uno de mis mayores capitales, que fueron en paralelo con mi habilidad de hacer vestidos de novia, fue haber sabido cerrar la boca. El secreto, en esto, es fundamental", admite.

Las sábanas, por ello, fueron fundamentales, comenta. En su casa siempre abundaron por todas partes las sábanas grandes, blancas y limpísimas. Porque al menor movimiento extraño las desplegaba y tapaba todo.

"Nadie podía ver el vestido: ese era parte del halo de misterio de ese día tan especial y único. Por eso vivía cubriendo todo en casa. Ni mi familia ni mis amigas podían ver nada. Cómo serían las expectativas que creaban los casamientos que una de las salidas de los sábados a la noche era pispear delante de la Iglesia cuando aparecía la novia. Llegaban a cortar la calle Sarmiento de la cantidad de curiosos. Era increíble; eran otras épocas".

Eran épocas en las que se estilaba "ser paquete" y "estar paqueta", por lo que dice Lidia, todo el tiempo. No estaba tan relacionada con la moda o lo último sino con "estar de gala". "No sabés lo que me tenía que cuidar para no repetir el modelo ni la tela".

Nació en Mainqué y cuando comenzó a cursar cuarto grado su familia se mudó a Roca. De su estudio en la escuela 86 de Romagnoli recuerda a quien fuera su gran maestra, Juanita del Campo de Palmieri. En sexto grado estudió dibujo y pintura con la profesora Dalmás. Cuadros de aquella época -colgados hoy en su casa- ya anticipaban el arte innato de Lidia. Al terminar la primaria empezó con el bordado a máquina, que "era la carrera de las chicas de la casa. Otro estudio para mi no estaba al alcance de mi familia".

Empezó haciendo manteles, pañuelos y siguió con los vestidos. "Los primeros fueron para mi abuela. Luego, como necesitaba dinero, empecé a hacer para afuera". Como por entonces vivía en Huergo su clientela llegaba desde Regina y Roca, cuestión que a esta niña le entusiasmaba en demasía.

La adolescencia terminaba y Lidia tuvo la oportunidad de hacer un curso de oficiala de modelista durante unos meses en Buenos Aires, donde aprendió técnicas para cortar sobre los cuerpos, "cosa que acá nunca pude hacer porque había que manejarse con muchísima tela; lo bueno estuvo en que adquirí un buen manejo de la libertad para con las telas. Esto potenció mi creatividad a la hora de cortar, combinar y dar vuelo a mis vestidos".

También se trajo algunos secretos como ese de hacer bollitos de papel y colocarlos estratégicamente en los ruedos de los volados de los vestidos: daban una caída extraordinaria y un vuelo increíble, rememora. "El vestido no se cerraba abajo y mantenía el volumen todo el tiempo".

Cada vez que repasa su vida Lidia concluye en lo mismo: volvería a ser la que fui y soy, la modista del pueblo que hizo los mejores vestidos de novia. "Agradezco siempre que muchísimas mujeres me hayan elegido para ese día tan protagónico como era el paso por el altar, de blanco, para dar el sí al hombre que amaban hasta que la muerte los separe".

A ella, que ayudó a sentirse como "reinas" a tantas jóvenes, ahora le toca el turno de soñar: Candela, su nieta, estudia diseño de indumentaria. Así la vida, Lidia ya sabe a dónde irán a parar los botones que aún tiene a cientos, los moldes de los vestidos más preciados, las tijeras y los costureros... más todos los secretos... Y esto sí que la hace feliz.

(H.L.)



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