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Sudáfrica: lo que no tapó el Mundial | ||
Las brechas sociales que vienen desde apartheid segregacionista se mantienen en el país, donde los nuevos excluidos son los inmigrantes de naciones vecinas. | ||
JOHANNESBURGO.- El bonito edificio art decó del 193 Jeppe St. era típico de la época del apartheid: lo habitaban profesionales mayormente blancos y lo frecuentaba un ejército de negros que barrían, limpiaban y servían té hasta que, al caer la noche, se marchaban a sus distantes barrios marginales. Hoy está habitado por una multitud de negros y se asemeja a un campamento de refugiados. Mujeres con bebés en sus espaldas suben con dificultad las escaleras, llevando baldes con agua. Hay un olor apestoso a basura y generadores de electricidad que queman gasolina. Los ascensores no funcionan. No hay agua corriente. Hay unos pocos baños en los que funcionan los inodoros. El edificio de diez plantas en el viejo centro comercial de Johannesburgo representa el mayor extremo de pobreza en una sociedad sudafricana donde la brecha entre ricos y pobres persiste, y es un ejemplo del caos generado por el fin de la segregación racial hace 16 años, con el triunfo del presidente Nelson Mandela. Pero una cosa es acabar con el sistema de segregación y otra acabar con el daño causado por ese sistema. La Copa Mundial concentró la atención en una sociedad con una de las brechas sociales más grande del mundo. Los aficionados extranjeros que quieren alojarse en un hotel cómodo difícilmente se crucen por la calle con Tony Maara. Maara es un inmigrante keniano que vive en el séptimo piso de 193 Jeppe St. y tiene un pequeño negocio en el segundo, donde vende cigarrillos, golosinas y cerveza. Las ventanas de su departamento no tienen vidrios y están cubiertas con cartones. Tiene que subir gasolina para alimentar el generador que hace funcionar el refrigerador, su reproductor musical y la luz. Algunos de sus vecinos no tienen luz y usan velas. Para Maara, no obstante, la vida en "Jozi" (uno de varios nombres con que se conoce a Johannesburgo) es buena, comparada con la que hacía en Kenia, donde hubo un baño de sangre en el 2007 luego de unas elecciones que generaron denuncias de fraude. Maara se fue del país y considera que Sudáfrica le ofrece una economía y una democracia vibrantes. "Jozi es un lugar duro. Pero ofrece oportunidades", expresó. Cuando se instaló en el edificio, no firmó contrato alguno y le pagaba 100 dólares al mes a un individuo que pensó era el dueño. Luego de un año, la policía detuvo al presunto propietario. Otras personas aparecieron diciendo que eran los verdaderos dueños. Prometieron renovar el edificio e hicieron firmar contratos de alquiler a los ocupantes. A los pocos meses, regresaron con la policía y los desalojaron. Maara y otros inquilinos buscaron ayuda en la facultad de leyes de la Universidad de Witwatersrand, en la capital. Los abogados descubrieron que esos nuevos propietarios también eran embaucadores y lograron que los tribunales autorizasen el regreso de los inquilinos. Un estudio efectuado en el 2005 por el Centro sobre Derechos a la Vivienda y Evacuaciones, una organización de derechos humanos de Ginebra, calculó que en Johannesburgo hay más de 200 edificios como el de Maara, que fueron abandonados por sus propietarios blancos al derrumbarse el apartheid. En muchos casos, delincuentes se apoderaron de los edificios y comenzaron a cobrar alquileres a los ocupantes. Stuart Wilson, quien ayudó a preparar el informe del 2005, dice que los inquilinos aceptan vivir en condiciones infrahumanas porque necesitan estar cerca de sus trabajos. Limpian o vigilan edificios de oficinas, venden en comercios o en la calle, trabajan en gasolineras o recogen desperdicios para reciclarlos. Lo mismo que hacían antes de que desapareciese el apartheid. Se han construido viviendas baratas en las afueras de la ciudad, pero mucha gente no puede costear el transporte. Así, el centro, que alguna vez estuvo vedado para los negros, resulta atractivo, por más que tengan que vivir hacinados. El fin de la segregación dio lugar a una migración hacia los sitios donde había trabajo. El caos y las tensiones sociales que pronosticaron los supremacistas blancos nunca se produjeron y la sudafricana sigue siendo una de las economías más pujantes de África. Su epicentro sigue siendo Johannesburgo, ciudad de tres millones de habitantes construida sobre minas de oro. Wilson dice que la disparidad económica puede afectar la democracia sudafricana, cuyos líderes pierden credibilidad si no logran reducirla y cumplir la promesa que hace la nueva Constitución de que "todo el mundo tiene derecho a una vivienda apropiada". Se han construido unos tres millones de viviendas desde 1994 y el gobierno planea invertir unos 2.000 millones de dólares en nuevos centros habitacionales. El ministro de vivienda Tokyo Sexwale dijo que el objetivo es construir 220.000 nuevas y mejorar otras 500.000. Sin embargo, reconoce que hacen falta 2,1 millones de casas. Maara no sabe cuánta gente vive en su edificio. Un día hay diez personas en una habitación, otro 20. Nadie paga alquiler desde que se les permitió volver, pero algunos ocupantes les cobran a otras personas por dormir allí. Se sospecha que, antes de que los inquilinos regresasen, alguien ordenó que se destruyesen las cañerías y el tendido eléctrico, para hacer que las condiciones "fuesen inhabitables", según Maara. "Lo hicieron por pura maldad", expresó.
DONNA BRYSON AP |
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