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Los sin banca
Si el avance de la pobreza, marginalidad y exclusión modifican diariamente el espacio urbano céntrico de Buenos Aires, ésta tendencia se afirma aceleradamente en las plazas y arterias que rodean el Congreso.

-Yo no molesto a nadie, señor... hoy me quedo acá porque llueve.

-Entiendo -responde el periodista.

-Si el día está lindo, voy a la plaza, al sol. Primero cruzo el colchón, luego el bolso y el nene. Alguien siempre me lo cuida mientras yo cruzo. Pero trato de no molestar a nadie, señor -dice quizá hablando con más confianza.

Cuenta que se llama Laura y nació "en el norte". Un "norte" sin mayores precisiones. Norte a secas. Está sentada junto a un colchón de historia larga. Sobre él, su nene. Dos años. Dormido en fraternal abrazo a un bolso con publicidad de agencia de turismo arrasada por los tiempos.

-Yo no molesto señor. Si alguien me quiere ayudar... bueno -insiste. E insiste también en que cuando llueve me "quedo aquí". El aquí es la protección que le brinda la amplia entrada al cine Gaumont, Rivadavia 1.637.

A modo de telón de fondo, Laura y su pibe están encuadrados por afiches del documental "Mi padre, Ernesto Sábato" y la película "Dos hermanos", protagonizada por Graciela Borges y Antonio Gasalla.

A metros de Laura, sobre la otra punta del ancho ingreso al Gaumont, hay más colchones. También más pibes, más madres y algún que otro hombre. Gente joven.

Todos muy pobres. Más que eso: definición de exclusión terminante. Laura y sus vecinos.

A metros de ellos, en una mesa de "Santa Mónica" -esquina de Rivadavia y nacimiento de Rodríguez Peña-, un joven oficial de la Federal confiesa a este diario:

-No molestan, no son agresivos... nada. Están, simplemente están. Ni son piqueteros ni se quejan; están. En Rivadavia, sobre Hipólito Irigoyen, sobre Solís, Paraná, Virrey Ceballos, Saénz Peña... Van y vienen, cambian de lugar. De noche se juntan para aguantar juntos al frío -dice el Federal-. Están bajo control -señala a modo de reafirmar que es un hombre de orden. Y remata:- Cada día hay más gente que llega a quedarse aquí.

Es gente signada por la impotencia que le marca la exclusión. Rostros carcomidos por todos los dolores que les genera su condición. También por todos los dolores que alimenta la desesperanza.

Por momentos semejan a aquellos seres de "El señor presidente", la novela que aceleró el trayecto de Miguel Ángel Asturias al Nobel de literatura. Seres a los que la pobreza les condiciona el lenguaje. O simplemente no se los brinda. Seres con mutilaciones psíquicas, gente desbordada por la precariedad de sus vidas.

Desde hace dos años miran al poder político sin querella. Resignados. Lo hacen desde una geografía que los cobija: plaza Lorea y plaza de los Dos Congresos, ese inmenso y céntrico espacio que de Este a Oeste comienza en avenida de Mayo y termina en Callao. Espacio con mucha historia en la política argentina. Historia con estética que habla de ese pasado a través de monumentos, bustos, fuentes.

Abundancia de mármol y placas que hablan de honores y grandezas. Merecidos o no, pero honores y grandezas.

El busto de Ricardo Balbín está a metros de Hipólito Yrigoyen. Bien logrado el "Chino". Gesto adusto. Fue un "Chi-no" de voz carrasposa: "¡Vos, muchacho argentino! ¡Vos, madre argentina!".

Y la mirada del "Chino" puesta en el sofocante gris del Parlamento. Busto de Balbín que sin embargo a determinadas horas del día desaparece: los cartoneros lo usan para apoyar su trabajo. Entonces, el "Chino" desaparece.

Y cuando el "Chino" ya no sirve, está el más que centenario gomero situado sobre la plaza de los Dos Congresos a la altura de Yrigoyen y Virrey Ceballos. Ahí la estiba es más grande. Y protege más que el "Chino" los días de lluvia.

Y por detrás del "Chino", pero sobre plaza Lorea, a la altura de Luis Saénz Peña e Yrigoyen, a metros de donde termina avenida de Mayo, otro legendario gomero protegió durante más de un año a cinco familias. De día, los pibes jugaban con los ratones, subían y bajaban por el gomero. Una verdadera ruta Ho Chi Minh. Las madres salían a buscar comida. De sus maridos, ni noticias. De noche, todos se apiñaban en media docena de colchones.

-Nunca faltan colchones para los que están en la calle. Nosotros tenemos códigos: si la gente tira un colchón, lo agarramos. Pero si en la vuelta que vamos dando encontramos a alguien que está durmiendo en el suelo... bueno, le damos el colchón -comenta a este diario María. Formoseña, 13 hijos y una de la líderes de la Cooperativa Cartonera "El Ceibo", timoneada desde un galpón de la calle Honduras, Palermo Viejo.

Pero ya no se puede dormir más bajo ese gomero, situado a metros del estudio desde el cual un día de marzo del 83 Raúl Alfonsín denunció la existencia de un pacto militar-sindical para llevar el peronismo al poder. Denuncia que desbrozó el trayecto del radicalismo al poder.

-Vino la gente de Macri y rodeó el árbol con esa cerca de hierro -comenta un mozo de La Moncloa, en cuya cúpula moriría Ranni en "En retirada"-. Pero la gente que vivía ahí no se fue de la zona. Se dividieron. Viven en otros lados de la plaza. Allá, donde estaba la Caja de Ahorro -acota el mozo.

Edificio que también ocupa la Biblioteca del Congreso de la Nación, a metros del nacimiento de las avenidas Entre Ríos y Callao. Y a metros también del lugar donde, todas las madrugadas del 21 de diciembre, una familia llega con los rostros desencajados por el dolor y deposita un ramo de flores. La familia de Jorge Demetrio Cárdenas, asesinado en la escalinata del Congreso de la Nación durante el furioso final de la Alianza. Escalón por escalón, Jorge Demetrio Cárdenas descendió la escalera de espaldas defendiendo su vida cruzada por balazos. Una foto deja testimonio de esa lucha. Reguero de sangre hasta la vereda. "Fotos que se nos pegan para siempre", diría Susan Sontag.

"Si en un solo día de diciembre tuvo cabida todo lo que la Argentina vivió en las tres décadas anteriores -ilusiones, terrores, muertes, movilizaciones, y después la euforia, las decepciones, los gases, las balas, las ilusiones, los terrores, las muertes, las movilizaciones-, ¿qué puede haber en el abismo el día siguiente?", se preguntó Tomas Eloy Martínez en esos días de sangre.

Hoy, con la plaza de los Dos Congresos bajo agua, no hay sangre. Pero hay abismo.

-Lo jodido es que se moje el colchón. No se seca más -dice Félix. Tiene 21 años, mujer y dos pibes que "están por allá", acota con un gesto de su cara que no define nada.

Por las noches, Félix es uno más de las tres docenas de personas que duermen en el área de la ex Caja de Ahorro, que funge como anexo del Senado de la Nación. Ahí tiene, por caso, sus oficinas el rionegrino Pablo Verani.

-La gente nos raja, pasa lejos de nosotros. Yo no me meto con nadie -señala Teresa, una chaqueña que con tres hijos pequeños y su marido llega a la plaza todas la mañanas. También viene de "allá"

-Él se va a cartonear hasta la noche. Luego nos vamos. La gente nos raja. Nosotros no les hacemos nada, pero nos rajan. Si estamos sentados, nos rajan. Si caminamos, nos rajan - reitera Teresa.

-En la Argentina hay mucho espacio estigmatizado, pero el espacio no es neutro: es gente. Más o menos gente, pero gente pobre, marginada, excluida. Espacios a los que la otra sociedad, teme, evita, mira para otro lado -comenta el ex presidente Eduardo Duhalde a este diario.

Lugares que el francés Petonnet definió hace muchos años como "espacios penalizados" por definición de características más allá de toda argumentación.

-Al que está en el afuera de ese espacio no le importa si en ese espacio hay o no delito; importa que hay evitarlo por su naturaleza de abandono, marginalidad o lo que sea o porque alimenta nuestros miedos -reflexiona José Eduardo Abadi.

Todas las mañanas, cuando llega a su comando político -Yrigoyen al 1.600-, está cara a cara con la mutación que lentamente le inyecta la marginalidad y la exclusión a la zona de Congreso. "Si no hay futuro para los 14 millones de seres que tenemos hundidos en la pobreza, marginalidad y exclusión, aquí no hay futuro para nadie", le dice Duhalde a este diario. Luego, recuerda un clásico de la literatura sobre la pobreza: "Villa miseria también es América", de Bernardo Verbitsky, cuya primera edición tiene 53 años.

-Estamos asistiendo, nos estamos aproximando a lo que Verbitsky anticipó: "Llegará el día de un gran desfile. Bajarán de todas las villas a las ciudades. Desfilarán espectros y fantasmas. Y será un día de inevitable justicia"...

En los hechos, las plazas Lorea y de los Dos Congresos tienden a convertirse en uno más de los asentamientos precarios que tiene la capital federal, ciudad con 90.000 familias bajo situación de crisis habitacional de distintos rangos. En este marco, a juzgar del CELS, hay 178.520 personas viviendo en inquilinatos, hoteles, casas tomadas, algún otro tipo de techo o a la intemperie.

En la esquina de Solís e Yrigoyen, un hombre enciende un calentador a alcohol. Calienta sus manos. Está solo. No quiere hablar. No hay enojo en la negativa. Todo en él expresa acabadamente aquello que la talentosa Silvia Bleichmar definiera como la "paulatina y deteriorante agonía" que conlleva el abandono de personas.

Los excluidos de Lorea y de los Dos Congresos están solos. No los integra ninguna organización social. Ni piquetera ni de otro orden. Y como su mayoría forma parte del lote de miles de indocumentados que tiene el país, tampoco cuentan a la hora de los planes sociales.

La vida no se relaja con ellos. Su dialéctica los ha situado en un borde, cerca de la nada en términos de existencia. O en la nada.

Cae la noche sobre Buenos Aires. Noche de lluvia. Tres estudiantes que viven en la esquina de Paraná y Rivadavia, justo al lado del teatro que Enrique Pinti atrapara por años con "Salsa criolla", se acercan a Laura, que se corrió de la vereda del Gaumont en procura de mayor protección.

-Toma, para que te cubras -le dice uno de los pibes. Sanjuanino. Contreras de apellido. Luego con sus compañeros despliega un nailon doble. También le dan dos paquetes de galletitas. Laura agradece más con una sonrisa suave, afligida, que con palabras.

Los pibes se van. Pero llega más solidaridad con Laura.

-Toma, te lo compré en la esquina. Lo hice calentar, hace frío -le dice a Laura una señora que la descubrió tras ver en el Gaumont el documental sobre Sábato-. Mañana te voy a traer alguna ropa para vos, para el nene -continúa la mujer, que se agachó ante Laura para escucharla. Pero Laura sólo se expresa desde su afligida sonrisa.

La mujer mira al periodista.

-Qué le vamos a hacer, hay que ayudarla. Yo lo hago dentro de lo que puedo. Siempre ayudo, sabe. Cuando vivía en Malabia, frente al zoológico, todos los días me cruzaba a darles de comer a los gatitos que vivían ahí -dice la mujer. Despliega su paraguas. Se va. Laura se queda sola con su nene y el agua.

El periodista la saluda. También se va. "Gatitos son gatitos; seres humanos son seres humanos", se dice a sí mismo.

 

CARLOS TORRENGO

carlostorrengo@hotmail.com



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