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"El Valle apasionaba a mi abuelo"
Alberto Lacaze cuenta cómo era .el hombre detrás del ingeniero. .También recuerda los veranos .en la chacra de Centenario. .Ex CEO de Expofrut, opina sobre .lo que pasó durante estos 100 años.

Noemí fue la hija mayor del Ingeniero Rodolfo Ballester. Noemí Lelia Ballester se casó con Alberto Lacaze, porteño e ingeniero agrónomo y tuvieron 2 hijos: Alberto Rodolfo Lacaze Ballester y Inés Lelia Lacaze Ballester. Alberto Lacaze, ex CEO de Expofrut, pasó los veranos con su abuelo Rodolfo en la chacra familiar de Centenario sin saber que su biografía la escribiría en esta parte del mundo. Lacaze cuenta a "Río Negro" cómo fue su abuelo, el ingeniero que ejecutó la obra diseñada por el ingeniero César Cipolletti y reflexiona sobre el valle, a 100 años del inicio de su historia productiva.

Rodolfo Ballester asumió la subdirección de las obras del Dique Cordero en 1915, que por entonces y debido a la Primera Guerra avanzaba con lentitud. Decio Severini había renunciado en septiembre de 1913. Poco después, y por motivo del conflicto bélico, la obra se detiene por unos años. En 1915 hay despidos y se teme por la suerte de todos los pobladores, mayormente inmigrantes, que habitaban el lugar. Cuando en 1910 vino a colocar la piedra fundacional el presidente de la república, José Figueroa Alcorta, el campamento de Cordero ya contaba con el primer grupo de pobladores estables. La población permanente fue de unos 800 habitantes y llegaron a trabajar diariamente 1500 personas.

"La historia es así: mi madre y mis tíos pasan sus primeros años aquí, cuando terminan el dique, mi abuela que era fanática del Valle, se compró una chacra en Centenario, la chacra la bautizaron "La Chifladura", porque era realmente una chifladura tener una chacrita ahí para la familia, que vivía en Buenos Aires. Cuando terminó la obra, mis abuelos se fueron a Buenos Aires, pero mi abuela le hizo comprar a mi abuelo la chacrita que está en la entrada de Centenario, ubicada entre la calle Ingeniero Ballester y la ruta que va Cinco Saltos. Ese triángulo era La Chifladura. Yo vine al Valle por primera vez cuando tenía 3, 4 años, vinimos a pasar el verano, allí me enfermé en 1952 de parálisis infantil, pasé una larga temporada en el médico? En ese tiempo perdí a mi padre, tenía 4 años. Dejé de venir muchos años, hasta que falleció mi abuela, que pidió morir acá, en La Chifladura, en 1958. Tenía una enfermedad terminal y decidió pasar sus últimos días aquí. Cuando fallece mi abuela, mi madre, mi hermana y yo nos vamos a vivir con mi abuelo Rodolfo Ballester, que vivía en el barrio de Belgrano. Viví con él hasta su muerte. De hecho, los últimos años dormíamos juntos en la misma habitación. Compartíamos una habitación que tenía un escritorio muy grande. En ese tiempo yo iba al colegio Champagnat. Cuando murió mi abuelo me cambié al Manuel Belgrano, que era también de los Hermanos Maristas. Mi abuelo fue como mi padre. Pasé el resto de mi infancia y adolescencia junto a él.

-¿Cómo era Rodolfo Ballester?

-Era un tipo muy recto, serio y estudioso. Un hombre que me asombraba por la claridad de sus ideas y su honestidad. Un hombre de conducta. A la vieja usanza, un hombre que no se apartaba de su línea de conducta. Me marcó muchísimo su carácter, su disciplina. Seguramente influyó en mi formación de manera definitiva. Era también un hombre modesto, era uno de los ingenieros hidráulicos más importantes de la Argentina y yo lo supe siendo adulto. Mi abuelo, cuando terminó el Dique fue nombrado director de Irrigación de la Nación, de modo que volvió a Buenos Aires. También retomó su actividad académica, que le apasionaba.

-¿Hablaba de estos 13 años en el Valle? ¿Tuvo una experiencia semejante a esta obra en su vida?

-Sí, siempre hablaba de sus años en el Valle. Imaginate que fue su primer gran trabajo. En ese momento, cuando mis abuelos vienen a esta zona, quedan profundamente impactados con el Valle del río Negro. Lo conocieron en 1915. Este lugar era un sueño que echaba a andar, era la imagen viva de la potencia, todo estaba por realizarse, por eso deciden comprar tierra acá, imagino que contagiados por el entusiasmo de ese tiempo, el tiempo de los colonos. Se fueron, pero nunca del todo, pasaban sus veranos acá, en la famosa Chifladura. El Dique fue el primer trabajo importante de mi abuelo, tenía entonces 30 años. Pero no fue el único, también participó de la construcción del Embalse Río Tercero, Los Molinos, Dique San Roque.

-Entonces llegás al Valle de la mano de él?

-Sí, cuando tenía 13, 14 años volví. Mi abuelo quería pasar el verano en La Chifladura, entonces retomé mi contacto con el Valle y con la fruticultura (risas). En ese momento, mi familia le entregaba la fruta a la Cooperativa "La Flor de Centenario" (que estaba en la esquina de la Chifladura, a pocos metros de la entrada de la casa) y me mandaron a trabajar a la Flor. De hecho ese fue mi primer contacto directo con la fruticultura, trabajando en el empaque. Me mandaron a laburar como castigo, no me acuerdo qué había hecho, pero fue una suerte de castigo por haberme portado mal.

-¿Y después qué pasó?

-Después vino un impasse, cuando mi abuelo murió yo terminé la secundaria, me enamoré y me fui dos años a Chile con mi novia. Volví para hacer el servicio militar y cuando terminé el servicio, mi mamá me dijo: "Acá o se trabaja o se estudia". Decidí ir a la facultad. Fijate cómo son las cosas, yo navegué toda mi vida, me encanta la náutica y también jugaba al golf, y por esas actividades un día conozco a uno de los dueños de la Empresa Cascada y me ofrece una pasantía de 4 horas diarias para hacer control de calidad de fruta en el puerto. En el año 71 empecé con la fruta, cuando estaba en quinto año de la facultad, empecé como pasante de la Corporación Frutícola Argentina, que ahora es CAFI, revisando fruta en el puerto de Buenos Aires. Casi todas las oficinas centrales de los comercializadores de fruta del valle estaban entonces en Buenos Aires. Ese fue, entonces, mi segundo contacto con el sector, pero hubo algo más que me vinculó al lugar. Me recibí de Ingeniero Agrónomo en la UBA y vine a hacer mi tesis de grado acá. Fue un trabajo vinculado a estudio de suelos.

-O sea que el vínculo con el Valle estuvo siempre.

-De algún modo sí. Cuando me recibo de ingeniero agrónomo, la Corporación Frutícola me ofrece venirme al Valle. A abrir una sucursal de la Corporación acá en el Valle, por pasar los veranos con mis abuelos en la chacra, ya conocía la zona. Mi primer proyecto personal fue venir a abrir acá un laboratorio de suelos. En 1972. Y resulta que en realidad en lugar de montar un laboratorio de suelos montamos un remate de frutas, empecé en el comercio de la fruta, armé una empresa exportadora.

-Laboratorio de suelos no había, hubiese sido un emprendimiento interesante?

-Seguro, no había laboratorio de suelos aquí; pero viste cómo se dan las cosas en la vida. Vine en 1972, y en 1975, a los 30 años, me quedé viudo en un accidente, muere mi esposa y me quedo con dos hijos chiquitos, de 2 años y medio y otro de un año. Ese mismo año me voy de la Corporación Frutícola Argentina y en 1980, con la crisis del 80 de la tablita de Martínez de Hoz, empecé a trabajar en Filomena, trabajé allí 6 años, hasta finales del 86, me ocupaba de la producción, el empaque. Ya vivía en Cipolletti. Poquito tiempo antes, en 1983 me casé con Gabriela Tortarollo, con ellas tuvimos un hijo y una hija. Hace ya 38 años que estoy en el valle, de los Ballester terminé siendo el que más vivió acá?

-¿En qué medida lo proyectado por Cipolletti y ejecutado por tu abuelo se realizó? ¿Cómo estamos a 100 años de iniciada aquella obra?

-El proyecto se hizo para regar 65.000 hectáreas, 100 años después nos estamos acercando a esa cifra. Fue una visión, evidentemente, acertada; la obra que había que hacer para que despegara el Valle. Era la obra imprescindible para la colonización. Sin el dique no hubiese podido hacerse el valle frutícola; hecho el dique, el otro tanto se hizo por política de Estado, y por efecto de los ingleses, que dieron impulso a la fruticultura. Ordenaron la actividad. Y la ordenaron en el momento que había que hacerlo, cuando todo nacía. Pero eran otros tiempos, otra Argentina, el Estado hacía grandes obras; el capital privado -fundamentalmente el inglés- invertía a lo loco; y llegaban inmigrantes para trabajar, para colonizar. El Dique fue como un prototipo del Valle que se venía. Una ciudad de inmigrantes que vinieron a trabajar a la obra y que se terminaron quedando en el lugar para siempre. (S.Y.)



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