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Los "terremotados"

Comentar acerca de los efectos de un terremoto sobre el psiquismo individual y colectivo significa adentrarse mucho más allá del análisis de lo que antes supo llamarse "neurosis de guerra" y hoy se denomina "trastornos de estrés postraumático", términos que agrupan la gran cantidad de síntomas de desequilibrio, depresión, ansiedad, fobias y somatizaciones que ocurren después y a causa de vivencias catastróficas.

Hay desastres que por su magnitud terminan formando parte de la identidad de las personas que los sufren ya que dejan marcas de muy difícil resolución que permanecen a lo largo de la vida de las víctimas.

En nuestro país están "los inundados", no aquellos que sufren un eventual desborde de ríos o lluvias exageradas; los inundados son esos habitantes de litoral que quedan signados por periódicas invasiones del agua que los dejan sin nada pero que permanecen arraigados al lugar y reconstruyen sus pertenencias hasta que un nuevo ciclo de inundación repite la catástrofe.

Enrique Pichon Rivière estudió la repercusión psicosocial de este tipo de desastres y afirmaba que "en la inundación hay síntomas característicos, sobre todo en el Paraná, que todo hombre de la región conoce: aumenta la velocidad de la corriente, aparecen troncos, camalotes, animales y un olor particularísimo a barro, a putrefacción, que es el más primitivo de todos, el que da la posibilidad de reconocer la situación catastrófica. Todo esto se percibe subliminalmente, pero es negado porque hay un sentimiento ecológico de no movilidad de la región; así es que, una vez pasada la inundación, la gente volverá al mismo lugar. Esta negación del hecho es fundamental y puede ser explicada de pensamiento mágico, porque no moverse del lugar significa para ellos no perjudicar a la zona, como si al negar el daño se provocara una paralización o suspensión de la inundación". (1)

Cuando hace unos años visitaba el sur de Italia me llamó la atención la referencia a los "terremotati". Así eran denominados los ocupantes de unos planes de viviendas de apariencia precaria, muy distintas de las más habituales esparcidas entre las montañas de la región.

El término que al principio sonaba raro se volvió a repetir con precisiones cronológicas que señalaban a las víctimas de los frecuentes movimientos sísmicos que sacuden cada tanto la península itálica: los "terremotati del 76" eran los del Friuli, los del 80 eran los de Nápoles y su región circundante e incluso se mencionaban los "terremotatis del novecento" para recordar los más de cien mil muertos y el 90% de las edificaciones destruidas que dejó en Sicilia y Calabria el terremoto de 1908.

En castellano, así como existen los inundados o los refugiados que señalan a las víctimas de otros cataclismos como una inundación o una guerra, quizá sería pertinente un neologismo equivalente, como "los terremotados".

Hace pocos días alguien preguntaba por qué es tan terrible la sensación de que la Tierra se mueve bajo los pies. Probablemente sentir moverse el piso dispara dos escenas temidas, la del vacío y la del aplastamiento. Vacío de una Tierra que se abre y puede hacernos desaparecer en sus fauces y sofocación por el derrumbe. Quienes la han vivido relatan que efectivamente la experiencia de un terremoto no se borra jamás de la memoria.

Hay otros factores ligados a la situación específica de un sismo que lo hacen particularmente dañoso.

En la inundación se ve venir el agua, en la guerra es previsible un bombardeo, un prisionero puede imaginar los tormentos, mientras que el terremoto se desencadena sin avisos, sacude imprevistamente, destruye en pocos minutos y después se sigue repitiendo cientos de veces a través de réplicas.

Al principio del cataclismo, la pregunta es "¿Qué pasó?". Con el transcurrir de los días y las réplicas que reproducen el terror, la pregunta es "¿Cuándo terminará?". Los que con el paso del tiempo continúan preguntándose "¿Cuándo volverá a ocurrir?" quizá sean los más afectados por las secuelas psicológicas; en la mayoría de los casos -como decía Pichon Rivière- se instalará un "sentimiento ecológico" de negación que les permitirá empezar a reconstruir y reconstruir-se nuevamente.

 

(1) Fragmento de una clase dictada el 2 de agosto de 1968



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