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Por la verdad
Comprometido con su oficio de actor, Jorge Marrale habla de cómo arma cada uno de sus personajes.

EDUARDO ROUILLET

Baraka en marroquí es una expresión de saludo y deseo de buena suerte. En la obra, refiere al modo especial en que cuatro personajes se saludan, que mantienen desde la niñez. Baraka discurre sobre el paso de la amistad entre estos hombres adultos, reunidos bajo una madurez soportada por la esperanza y la desilusión. Darío Grandinetti es Pedro, Juan Leyrado es Juan, Martín es Hugo Arana y Tomás, Jorge Marrale, un abogado desequilibrado que a duras penas mantiene cierta noción de la realidad .

-Hay en esta pieza idoneidad, placer, solidez y entrega muy fuerte en el trabajo de todos, particularmente en el tuyo.

-Yo te diría que no conozco otra forma de hacer este trabajo. Y en cualquier ámbito, en cine, en teatro o en televisión. Supongo que es una fuerte vocación, una necesidad de comunicar en plenitud? No entiendo que alguien trabaje a media máquina. No me formé así. Para mí este oficio es de entrega, lo supe desde muy joven. El resultado era evidente. Por otra parte, la gente sabe actuar. El primero que sabe decir cómo lo estamos haciendo es el propio público. Yo me formé en una generación que creía mucho en lo que hacía. La televisión también era distinta, con mayor entrega.

-Con más tiempo para elaborar.

-Para ensayar. Y tuve maestros buenos, también en teatro y en cine, muy buenos ejemplos. Y sí, yo me prodigo al trabajar?

-En la película de Lucía (Cedrón, "Cordero de Dios") tu papel es muy duro de sostener. Hay escenas en las que estás partido, destrozado por la decisión que vas a tomar. Solo, sentado en la tribuna de un hipódromo y con muy pocos gestos, resolvés la cuestión interior.

-Sí, sí. Son estados? Cuando Lucía me presentó el personaje, cuando leí el guión y vi a este hombre, traté primero de entenderlo, de comprender qué le ocurría, porque es una decisión trágica la que debe tomar. Y la tragedia no tiene regreso? Creo que ése es el sentimiento que se manifiesta ahí, en la soledad. No hay forma de retornar, de volver. Y cuando se tiene conciencia de eso, el vacío es tan enorme que uno se extradita a sí mismo. Algo del alma se va. Eso traté de lograr.

-De sentir.

-De sentir. Es eso. En muchos tramos de "Las manos" (06), la película de Alejandro (Doria), me pasó lo mismo. Sí, son fuertes oleadas de sentimiento que invaden en la medida en que uno lo vive con verdad. En ese aspecto, soy un tipo muy, ¿cómo te podría decir? Severo conmigo. Cuando veo que no pasa por ahí, pido retoma o paro. Porque es un compromiso la actuación. Y cuando asumo cualquier rol, este que vos decís de Lucía, debo estar en vilo. Yo vivía a veinte centímetros del piso durante la filmación de la película. Y sabía que debía tener un grado altísimo de concentración y estar dividido. Es muy difícil dividirse internamente. Se trata de transmitir cómo otro humano, en ese lugar, podría sentir eso, cómo lo podría vivir. Yo lo viví de esa manera. Y, mirá vos, no juzgué al personaje. Me puse en él.

-La alternativa de no tener opción...

-No hay retorno para él, para la hija que va a salvar ni para el yerno que va a entregar a la muerte en manos de la represión en la dictadura. Ni para la hija, en el sentido estricto del sentimiento, tiene regreso. Está perdido todo. En esas opciones nadie se salva.

-Terrible? Y en tu personaje de Baraka también hay algo de trágico. Un tipo que excede sus límites, al que aparentemente le resbalan las situaciones?

-Vividas por él, sufridas por él.

-Otro desafío interesante para el actor.

-Nombraste un par de veces la palabra alma. ..

-Parte de este trabajo magnífico de ser actor es eso. En realidad uno es un buceador de roles, de caracteres, de almas. Porque los personajes se sostienen en sus espíritus; lo que nos sostiene a nosotros sostiene al personaje. Pasa que tiene una vida y no es sencillo en el pequeño espacio de una película, o en los sesenta minutos de una obra teatral; una tira diaria lo permite más porque estás ciento sesenta capítulos trabajándolo. Uno debe tener coherencia con lo que siente, hace vibrar, vivir el personaje. Y el alma te hace vivir. Ése es el trabajo. Uno trata de traducir eso. A veces en la mirada está toda la historia. No se puede actuar sin verdad. Con Osvaldo Santero tenemos una escuela cuyo nombre nos pareció el sustento de lo que podría llegar a ser: ensayo sobre la mentira. Uno ensaya sobre la mentira para encontrar la verdad. ése es el oficio nuestro. Al teatro no vamos a ver dos horas de mentira, uno va

por ciento veinte minutos

de verdad.



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