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El rey está vivo
Aldo Ríos defendió con éxito el título sudamericano en el Ruca Che. Venció por puntos a Claudio Olmedo en un cruce muy emotivo.

"¿Viejo yo?" ¿Habrá pensado Claudio Olmedo que la frase con la que intentó amedrentar los días previos a Aldo Ríos -a quien trató de "viejito y acabado"- le iba a jugar tan en contra?

Seguramente, el bonaerense de mirada arrogante, jamás imaginó que ese veterano de mil batallas, le iba a dar una verdadera lección de boxeo -además de una soberbia paliza que le dejó el rostro desfigurado- y llevarse, a su Villegas natal, su más grande frustración.

Es que el sábado a la noche, ante un millar de espectadores en el estadio Ruca Che, el "Galán" (61,250 kilogramos) sacó a relucir todo su repertorio sobre el tapiz y con una actuación estupenda, defendió exitosamente por sexta vez el título sudamericano de los ligeros, al vencer en fallo unánime al "Pumita" (60,60), en un cruce emotivo, que cumplió con los pronósticos y tuvo todos los ribetes.

Tras catorce meses de ausencia, Ríos se reencontró con su público y les regaló una victoria formidable, ante un rival que llegó con un palmarés que metía miedo (había noqueado en sus 16 victorias), pero que poco pudo hacer ante la magia del neuquino.

Las tarjetas favorecieron al local por 118-115, 118-116 y 118.5-114.

El "Galán" asumió el protagonismo a partir de la tercera vuelta, cuando desequilibró a su rival con una derecha al mentón. Olmedo trastabilló, se agazapó contra las cuerdas y aguantó con guapeza la estampida de Ríos.

Faltó, una vez más, ese punch necesario para liquidar ahí el pleito, pero conocedores de ese déficit histórico que ya no sorprende, no vale la pena la crítica.

Una molesta hemorragia nasal -producto de los duros cruces en el tercer round- mermó el rendimiento del boxeador centenariense en los siguientes dos capítulos.

Pero insólitamente, el noqueador de Villegas -que tal vez esperaba ese momento para dar el zarpazo- no aprovechó las chance que ofreció su rival ahogado por la sangre y falta de aire; y comenzó a resignarse.

Lo mejor estaba por venir: desde el sexto y hasta el final, el neuquino desplegó toda su categoría con toques certeros, como un experimentado torero que clava las espadas hasta dominar a la fiera; y desairó, gracias a una cintura fantástica y a la sutileza de sus movimientos defensivos, los potentes envíos de Olmedo.

Después vino el festejo loco sobre los hombros de su entrenador Bruno Godoy. Con el rostro bañado en sangre por un corte en el último capítulo que le agregó un poco más de dramatismo a una película ya conocida, que una vez más tuvo un final feliz.



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