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¿Existe Umberto Eco?
En verdad es un profeta, que habla por boca de otro, "El Otro". No siempre sabe lo que dice, pero vive la compulsión de tener que declararlo.

Por HUGO MARTÍNEZ

VIADEMONTE

La tentación de una respuesta positiva es inmediata. Es un italiano nacido en Alessandría el 5 de enero de 1932, semiólogo y novelista entre otras cosas, profesor Honoris Causa de unas treinta universidades. Es sólido: 1,79 de estatura, 97 kilos de peso. Pasaporte italiano N-73465/926. Pero si profundizamos el análisis nos sucede que, como cuando aplicamos el zoom a una imagen, la definición de los contornos de la célula difumina, a la vez, el cuerpo que la contiene. Si como dice Jorge Luis Borges:

"Sólo Dios puede saber

la laya fiel de aquel hombre.

Señores, yo estoy cantando

lo que se cifra en el nombre"

Frase que el Eco biológico hace suya y que antes que Borges la habían anunciado la Torá, Platón, San Pablo, Marsilio de Padua, los humanistas del siglo XVI y el existencialismo del siglo XX la balbuceó de alguna manera. Quedémonos con la idea de Farid al-din Attar que "el hombre es la suma de todas sus contradicciones" y Umberto Eco es el brillante novelista, certero semiólogo y olvidable autor de libros mediocres, reflexiones apuradas, sin duda arrancadas por la voracidad de las editoriales seguras de que Eco "vende" y que como tienen prosaicamente que vivir ( las editoriales y Eco) se debe mantener la producción seriada.

Un importante aporte del Eco histórico es la renovación de los altos valores de la llamada Edad Media occidental, que la ignorancia positivista había calificado como Edad Oscura, Túnel de Ignorancia, escondiendo la luz, los esmaltes, la filosofía, poesía, belleza y colorido de esos siglos, afortunadamente superados por el Renacimiento florentino, y así sucesivamente hasta nuestros días.

Hoy resulta casi inentendible que la vida de los reyes ingleses medievales descriptos por Shakespeare, las cortes castellanas que cuenta Jorge Manrique, con el fausto de ornamentos, bordaduras, paramentos, juglares, los vestidos de las mujeres, sus olores, "las músicas acordadas que tañían", sean parte, de la Edad Oscura. ¿Bagdad y la Alhambra, Córdoba y Maimónides, Guillermo de Ockam, Roger Bacon, Alfonso X, etc. todo esto; expresión del Túnel de la Ignorancia? Y es este mundo al que eleva Eco desde "El nombre de la rosa" al sitio de la reivindicación histórica que merece. Otro matiz interesante en la profundización de la entelequia econiana es el Eco superfluo que se dedica a James Bond, o a la comida polaca, como Fernando Savater lo hace con el turf y Sócrates discurría con efebos. Superficialidades disimulables en personas de tan grandes valores en otras cosas.

Más que hablar de admiración o influencia de Borges en la obra de Eco, parece más certero indagar en la proyección de una línea de pensamiento, de una continuación. No se trata de nada iniciado por Borges, quien a la vez se monta en la valoración contemporánea de la Edad Media luchando enredadamente con las sombras de la Iglesia Católica, sin advertir que las del calvinismo de su amada Ginebra son iguales de oscuras y atrapantes.

De igual manera podemos desmenuzar otros aspectos econianos que nos llevan a la inquietante interrogación de no poder aprehender el fondo definitivo, táctil, que se pueda tocar como una piedra en la mano, de Umberto Eco. Y eso se debe a, un modesto entender, que en verdad Eco es un profeta, un hombre que habla por boca de otro, "El Otro". Un torturado profeta que no siempre sabe lo que dice, pero que vive la compulsión de tener que declararlo. Predica el Apocalipsis, que es uno de los temas fuertes de la historia humana. La muerte lo es del hombre individual y el Apocalipsis, del hombre colectivo.

Recurre a la novela, como el plátano de sombra a pequeñas semillas, para hacer más universal su visión, para elaborar un alimento más entendible, más digestivo para el que quiera profundizar, así como otro puede leer "El nombre de la rosa" como simple novela policial.

Al escribir una novela que se bifurca permanentemente como los jardines borgeanos, plantea un recorrido que sólo pueden recorrer los lectores según su fuerza y su imaginación. No hay una novela, son todas las novelas. Las que escribe el lector. Admira, copia, sigue, plagia y continúa cabalgando. Repite con Al-Gazari: "¿Qué importa si el casco de mi caballo pisa en la playa la marca dejada por otro que pasó primero? La única forma de rehacer el Espejo roto es colocar todos sus trozos en el crisol nuevamente y con ellos hacer otro espejo. No se transmite el conocimiento, se impulsa un propósito.

Este Eco profundo no existe por sí solo, sino por un acto de complicidad entre el emisor, el mensaje y el receptor. El conocimiento profundo no hay que transmitirlo, no hay que dárselo a cualquiera, porque puede caer en manos de la gente del mal. Insiste Avicena:

Conclusión y recomendación:

¡Oh amigo! En estas direcciones y en honor tuyo he batido la crema de la verdad y te he hecho gustar el manjar de los huéspedes venerados que (contiene) la sabiduría (condimentada) con palabras elegantes. Presérvalos de los profanadores, de los ignorantes, de quienes carecen de inteligencia llameante y flaquean en la práctica y en la costumbre, de los que piensan cual la masa o se cuentan entre lo impíos, de los sedicentes filosofantes y sus bobalicones secuaces. Mas si encontrases alguno del que pudieras fiarte por su conciencia limpia, vida recta, abstención de los actos a que empuja el Tentador, y que mire la verdad con complacencia y sinceridad, entonces, sobre lo que te pregunte, puedes ir dándoselo grado a grado, a retazos, de tiempo en tiempo. Observa su fisonomía ante lo que previamente le hayas dicho para (de acuerdo con ella exponerle) el problema con el que esté enfrentado. Compromételo, jurando por Dios, de modo tal que no le quede escapatoria, para que siga tu método en todo cuanto le hayas enseñado, debiendo bastarle con tu ejemplo.

Si tú divulgases esta ciencia o la despilfarrases, que Dios (juzgue) entre ti y entre mí. ¡Dios basta como protector!

¡Qué elitismo! ¡Qué falta de sentido democrático de la enseñanza, de la cultura popular y la filosofía de masas! pueden decir los aborregados.

Pero ni Eco, Borges, etc. ni los más grandes aún han regalado nada del conocimiento profundo de la verdad. "El que quiera entender que entienda". Si un ministro de Educación de nuestros días dijese con Roger Bacon:

"Yo te daría con gusto el secreto, si no hubiera jurado, ente Dios y la filosofía, no indicar jamás explícitamente el peso, el elemento o los colores y de no hablar sino por medio de alegorías. Si los malos conocieran el secreto harían de él mal uso y perturbarían el mundo Yo no debo ir contra la voluntad de Dios, ni en contra el interés de la ciencia. Es por esto que no escribiré el secreto en manera tal que cualquiera pueda comprenderlo".

Seguramente alguna ONG o un sindicato le pediría la renuncia inmediata por ideas contrarias a la Constitución y a la democracia. Los presidentes, que gobiernan escuchando las encuestas y por lo tanto son esclavos de los más, en lugar de ser gobernantes de los mejores principios, llevarían detenido al ministro a la Plaza Mayor y allí le cortarían la cabeza al pie de las encuestas. "¡Oh! tiempos. ¡Oh! costumbres".



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