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La bisnieta del cacique Pailemán
María Abondi desciende de aquel bravo indio. Tiene 92 años y una vida de película.

En su casa construida en la chacra de 21 hectáreas que posee a la vera de la ruta nacional, María Elba Otero de Abondi vive los días intensamente, aprovechando cada minuto en una tarea productiva. Tiene 92 años, y su vida bien podría servir como argumento para una película o una novela.

María es bisnieta del bravo cacique indio Juan Pailemán, dueño de tierras en lo que se conoce como colonia Frías, y en su sangre aflora el espíritu bravío e indomable de una mujer con carácter. Su abuela Juana Pailemán, también india pura, nació a pocos kilómetros de donde actualmente vive María. Igual que su madre Polonia Otero, que realizó muchos sacrificios para que su hija pudiera estudiar.

María siente una fuerte pasión por la lectura y le interesa sobremanera la política, aunque si de elegir se trata, no duda y afirma que cantar es una de las cosas que la hace más feliz.

Esta mujer, dinámica y locuaz, hace gala de su excelente memoria y cuenta "desde que tuve uso de razón, yo cantaba. A media lengua, cuando apenas tenía tres años, ya cantaba. Los mercachifles que llegaban a nuestra casa me daban monedas para que cantara".

Cuando tenía seis años, su madre la inscribió como pupila en un colegio de monjas que había en Conesa. "Allí comencé a cantar con el piano que tocaba la profesora de música, cantaba siempre en las misas. También me gusta mucho bailar", agrega.

En el año 1926 comenzó a formarse la colonia La Luisa, situación que congregaba a una importante cantidad de gente que trabajaba con caballos, acondicionando la tierra para producir. Durante los meses de vacaciones, lo pasaba en la chacra de su familia y por eso el trabajo duro no le es ajeno. Lamentablemente no pudo terminar en esa escuela que concurría, eran tiempos duros y el dinero no alcanzaba.

De origen humilde, María recuerda que su madre lavaba y planchaba ropa ajena, "pero yo siempre estaba limpia y prolija, a tal punto que me decían que parecía una muñequita".

En su años de juventud, su presencia no pasaba desapercibida. Con inigualable estilo y elegancia, además de su fuerte personalidad, dicen quienes recuerdan su andar que "rompía las baldosas a su paso". Toda su vida le gustó el buen vestir, especialmente usaba tacos, porque entendía que ese detalle le otorgaba una elegancia extra a la mujer.

A los 20 años se casó con un italiano, llamado Roberto Abondi, de oficio panadero. Con Roberto, a quien califica como un verdadero señor, estuvo casada durante 21 años y con quien tuvo dos hijos: María Cristina y Roberto.

Cuando su marido Roberto falleció, al quedar viuda el gobernador Castello, quien era amigo de la familia, la convocó a trabajar en la administración pública provincial. "En aquella época no teníamos para comer. La sequía hacía estragos en los campos de la zona. Teníamos 1.500 ovejas y por la falta de lluvias quedaron apenas 200. Todos los días había que salir a sacrificar el cordero que nacía, porque sino se moría la oveja y el cordero", se acuerda con tristeza.

Pero poco a poco, los vientos de la vida fueron cambiando. Primero trabajó en Viedma como personal administrativo en Jefatura de Policía, y luego pasó al Registro de la Propiedad, donde entre otras cosas aprendió a encuadernar de manera sólida y efectiva. De esa manera logró que sus hijos completen estudios terciarios. Roberto estudió bachiller agrario y su hija María Cristina, magisterio.

También el amor llegó a su corazón, porque conoció a Jovito Rodríguez con quien comparte su vida desde hace 42 años. Juntos caminan la vida cotidiana, compartiendo todos y cada uno de los momentos con vigor y energía.



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