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Cuando el sur le ganó al río
Al sur de la ciudad las crecidas del Limay fueron un serio problema. .Una vez ganada esa batalla, creció la urbanización de la zona. .Aquí, una recorrida por la historia de este bello sector de la ciudad.

En la zona sur de la ciudad la problemática de las crecidas del río Limay fue una constante a la hora de sentar las bases de las primeras viviendas.

Esto le ocurrió a los primeros pobladores de la zona, quienes una vez ganada esa batalla apostaron a la urbanización de muchos de los barrios que hoy comprenden ese amplio sector de la capital neuquina.

El área donde hoy está el barrio Río Grande, hacia fines de la década del 70 era una zona de chacras. Diez años más tarde un loteo inició el proceso de urbanización, en el cual las primeras cincuenta casas correspondieron a un plan de viviendas provincial, cuyos primeros habitantes se instalaron en un par de manzanas emplazadas entre las calles Río Negro y Olascoaga.

No mucho tiempo después comenzaron a desarrollarse los hoy tradicionales clubes ribereños, que marcaron a fuego la zona gracias a la belleza natural del área. De la mano de los clubes se logró conformar un sector fuertemente verde, se promovió la instalación de arboledas y más jardines que en la mayoría de los barrios capitalinos, elemento que treinta años después caracteriza a este sector de la ciudad.

Hoy Río Grande cuenta con una superficie de un centenar de manzanas y 2.500 habitantes.

El barrio Limay toma su nombre precisamente del río que lo bordea y con 48 años de historia sorprende que haya comenzado a desarrollarse con sólo 15 casas montadas a partir de un pequeño loteo, en el cual desde ese momento se prestó especial atención a la conservación de los espacios verdes.

Los primeros pobladores del barrio Villa María también debieron lidiar con las crecidas del río. En sus principios el principal problema era el desborde del Limay y de los arroyos Duran y Villa María, por lo que los vecinos habían construido un precario puente para ingresar al barrio en la época de crecidas que amainó significativamente con la construcción de El Chocón.

Luego de la inauguración de esa represa fueron más las familias que decidieron habitar el lugar, en donde hasta entonces sólo había unas 40 casas y la mayoría estaban construidas con adobe.

Aunque un poco más alejado del río Villa Florencia, con sus 97 años de historia también está marcado por la impronta del río. Surgido con la radicación del matrimonio Nördestron, cuyo nombre de la madre de la familia fue trasladado al barrio, que hoy con sus casi 5.000 habitantes se caracteriza por ser el lugar de residencia de muchos abuelos.

Junto a él se desarrollaron los barrios Don Bosco II y III.

Con 8.000 habitantes, ambos tienen más de 40 años de existencia y surgieron con el esfuerzo de los primeros pobladores que decidieron construir en la zona, aunque paradójicamente primero se asentaron en Don Bosco III y luego en Don Bosco II.

El mismo número de vecinos tiene el barrio La Sirena. Sus primeros habitantes eran trabajadores de un taller de mantenimiento del Ejército, quienes decidieron bautizar al barrio en honor a la sirena que anunciaba el inicio y el fin de la jornada laboral del taller. La zona más habitada del área sur de la ciudad corresponde a Valentina Sur Urbana. En el lugar residen más de 12.000 neuquinos quienes se asentaron allí en los 65 años de historia del sector.

Un fenómeno completamente inverso a la densificación de estos barrios se da en Valentina Sur Rural, una zona que en la actualidad está quedando casi despoblada.

La historia de Colonia Valentina Sur Rural comienza con la llegada de inmigrantes españoles e italianos hace ya 100 años. Hoy el antes importante número de inmigrantes se redujo a unos pocos agricultores y fruticultores que producen peras, manzanas, frutas finas, cerezas, nueces, alfalfa y frutas de carozo, desde las últimas chacras que quedan en la ciudad.

El día más corto

En 1988 un grupo de vecinos decidió que el barrio Río Grande debía tener un festejo característicos y eligieron celebrar nada más y nada menos que el día más corto del año, el 23 de junio, en conmemoración a la muerte de San Juan y en coincidencia con el solsticio de invierno en el hemisferio sur.

El festejo se convirtió en la celebración típica del barrio, en donde desde una fogata se recuerda una vieja creencia de que esperando el amanecer desde el fuego se permitiría que el sol no pierda su vivacidad.

Desde entonces se reúnen cerca de 800 vecinos y se construye un muñeco que luego se quema en la fogata.



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