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Un mundo paralelo en Río
Lejos de las imágenes paradisíacas de las postales, la favela Vila Cruzeiro revela el poder de las mafias de narcos que forman un verdadero "Estado paralelo".

Por HELMUT REUTER

Para la Policía, Vila Cruzeiro es un tabú. Sólo se atreve a entrar en la favela relativamente pequeña de Río de Janeiro con unidades especiales y vehículos blindados, porque en Cruzeiro rigen leyes propias que dicta el "Comando Vermelho" (Comando Rojo).

Los jefes de la droga tienen un ejército con las armas más modernas, desde ametralladoras a misiles Stinger. Es un mundo paralelo del que los turistas que visitan Río apenas se enteran de forma marginal o desde el aire, cuando sobrevuelan la "Cidade Maravilhosa".

Los 30.000 habitantes de Vila Cruzeiro dependen de sí mismos. En el laberinto de callejuelas y escaleras son los únicos capaces de orientarse. Las escasas calles están llenas de coches, autobuses e innumerables motos. Pero cuando un comando de la policía entra en la favela, todo se vacía en segundos.

Les siguen los tiroteos durante horas entre la unidad especial BOPE y la mafia de la droga, tal como se ve por ejemplo en la película "Tropa de Elite". En abril pasado murieron en Cruzeiro, en una operación semejante, nueve personas y seis resultaron heridas.

En el pequeño bar futbolero de la calle principal Estrada José Rucas no se vive una sensación de amenaza. Nadie parece inmutarse por las patrullas en moto del "Comando Vermelho", cuyo conductor y copiloto llevan armas automáticas y dejan claro quién tiene el poder en la favela.

Los ejércitos del narco reclutan también a jóvenes y niños. "En las favelas de Río hay 14.000 niños soldado", estima Nanco von Buuren, que con su ong IBISS intenta conseguirles un futuro mejor a los que deciden abandonar las bandas, de ser posible con un acuerdo con éstas. Muchos tienen sólo diez o 12 años cuando empiezan a usar armas y ya tienen tras de sí la mitad de su vida. "Un 81% de los soldados de 8 a 18 años no llega a cumplir los 21", dice el holandés Von Buuren.

En el bar se sigue el importante partido de fútbol local entre los clubes Colina y Fim do Mundo, que luchan con ansias en la final por la copa de Cruzeiro. Los fans animan a sus equipos, la cerveza corre y la nube de marihuana inunda el pequeño bar abierto a la calle. En la parte trasera solamente un alambre de red separa el local de la cancha de fútbol. En los parlantes se oye música funk, se charla, ríe y se discute.

"Si viene la policía, el tiroteo comienza enseguida", dice un hombre con un vientre de considerable tamaño que actúa como una especie de alcalde. No hay casi delitos entre los habitantes, asegura. "Si robas aquí, estás muerto".

Cruzeiro fue hogar de Adriano, el futbolista brasileño y miembro de la selección, de 28 años, ex del Inter de Milán y estrella hoy en el Flamengo. Los habitantes están orgullosos de él. "Adriano es genial. Es uno de los nuestros", dice uno de sus fans del bar, ubicado a un tiro de piedra de la que fuera la casa del deportista. Adriano, cuyo padre fue tiroteado en la favela, apareció hace unos meses por el barrio y se reunió con viejos amigos para ahogar con cerveza, mucha cerveza, sus penas de amor.

El clima relajado del partido es engañoso, porque Cruzeiro es una de las favelas más violentas de Río. Los señores de la droga no tienen compasión con los "alemães" (alemanes) o traidores. En el 2002 el periodista brasileño Tim Lopes fue asesinado de forma brutal cuando filmaba a escondidas un "baile funk", una enorme fiesta con drogas y prostitutas menores de edad. La luz de la cámara lo delató.

"Ahora está un poco más tranquilo", afirma Sandra, quien trabaja en el centro de IBISS, que ofrece grupos de teatro, ballet o capoeira y cuya gran pileta es un importante imán en verano. Pero "un poco más tranquilo" es algo relativo. Sandra pone sobre la mesa cinco casquillos de bala. "Los encontramos ayer", dice. Una realidad que se reproduce cada día en varias de las 900 favelas de la ciudad. (DPA)



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