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\"Cuando llegamos nos decían que en Río Negro había indios\"
Domingo Maressa y Josefa Cuppari viven en Cervantes. Hace más de 50 años vinieron de Italia a la Argentina.

Domingo Maressa y Josefa Cuppari nacieron en Brancaleone, un pueblo marítimo de la región de Calabria. Allí se conocieron, vivían cerca uno del otro. Sus padres eran agricultores de pocas tierras y de muchos hijos. Cultivaban de todo: trigo, legumbres, verduras. Usaban un arado que hacían ellos mismos y del que Domingo conserva una réplica en miniatura.

La guerra fue suficiente aviso. Domingo era el mayor de 7 hermanos. Su padre decidió cruzar el océano. En la Argentina vivía un tío, Natalio Palermiti, quien tenía un hotel en Carhué. Había venido al país antes de la Segunda Guerra, en 1927. Cuando la contienda finalizó, buscó noticias de sus familiares y pensó que estarían todos muertos. Encontró a algunos y por eso volvió a su pueblo. Palermiti se casó con una Condemi, hermana de la mamá de Domingo y regresó a la Argentina.

Fue él quien le envió la llamada al papá de Domingo en 1950. Maressa llegó solo a la Argentina y consiguió trabajo en la estancia La Maravilla, en la provincia de Buenos Aires. Allí fue el encargado de la quinta. En la propiedad vivían unas 100 personas. Un día, Maressa le contó al patrón, Rómulo Rossi, que tenía familia en Italia y que quería traerla a América. Éste le prestó el dinero para los pasajes de Josefa Condemi y sus 7 hijos. La familia se volvió a reunir en 1951.

"Salimos de Génova -recuerda Domingo-. En Brancaleone quedó mi abuela, después la trajimos con nosotros. El 27 de febrero embarcamos en el ´Mendoza´ para América. Llegamos el 17 de marzo, yo tenía entonces 20 años.

No me gustó Buenos Aires. En realidad no sabía dónde venía, no sabía nada de este país. Llegamos un sábado. Nos fuimos a Constitución, sacamos pasajes para Carhué y tomamos un tren equivocado. No sabíamos una palabra de castellano. En el barco nuestro viajaban muchas personas de Barcelona y nos habían contado que acá hablaban español. Por suerte encontramos a un italiano que nos ayudó y volvimos a Constitución y finalmente salimos para la estancia. Trabajamos allí un año. Éramos vecinos de una colonia de rusos alemanes, así que la primera dificultad fue el idioma. Llegué al campo y al rato estaba trabajando", recuerda Domingo.

"El 19 de marzo ya estaba trabajando. Pasé los primeros días solo en la estancia. Me encerraba en el baño a llorar. Si hubiese estado solo, me volvía a Italia. Fue un cambio brusco, yo venía de un pueblo y estaba en un campo en el que sembraban 5.000 hectáreas y había vacas. Pero bueno, el tiempo pasó y estaba con mi familia...".

En febrero de 1952, el dueño de la estancia le avisó a la familia Maressa que no había cosecha. Entonces, un tío de Domingo, que era cocinero en la misma estancia, decidió mudarse a Río Negro.

"Hablaban mucho de Río Negro, cuenta Domingo. Mi tío vino a esta zona en enero y en febrero nos mudamos nosotros. En la estancia nos decían que acá había indios. ¡Imaginate mi mamá, estaba muerta de miedo! Salimos de Bahía Blanca. Llegamos a Cervantes a la una de la mañana. Nos alojamos en un salón de unos italianos que tenían un taller mecánico. Nos hicieron lugar y nos hospedaron esa noche. Recién 8 días después llegó nuestro equipaje, que había seguido por error hasta Zapala. Allí teníamos ropa, utensilios de cocina, herramientas. Le pedimos a Dios no perderlas, porque eran nuestras únicas pertenencias".

En aquel equipaje guardaban todo su pasado. El presente era pura nostalgia y temor y del futuro nada podían imaginar.

"La primera mañana que amanecimos en Cervantes ya tuvimos trabajo. Vino Augusto Mazzucco y nos llevó a su chacra. Nos contrató para cosechar manzanas, maíz y pasto. En mayo yo me fui con mi tío a trabajar de albañil".

Cuando terminó la cosecha, fueron a trabajar a la bodega de Podlesch. En Italia tenían viña, sabían sobre ese cultivo.

En 1954, Domingo llamó a Josefa. Se habían escrito durante años y terminaron casándose por poder, en esas ceremonias absurdas donde un cura los casaba en ausencia. "Yo me casé en Cervantes y Josefa en Brancaleone, con vestido y todo pero sin mí ( risas)."

La familia Cuppari también migró. Algunos vinieron a la Argentina y otros fueron a Australia. "Primero había venido mi cuñado Pablo Cuppari, yo le hice la llamada. Una ley decía entonces que si al inmigrante no le gustaba el lugar, el que daba la llamada tenía que pagarle el pasaje de vuelta. Le conseguí trabajo en la fábrica Apolo, de conservas, una fábrica grande que trabajaba mucho. Mi cuñado llegó y lo primero que le hicieron hacer fue descargar un camión de bolsas de azúcar. Era peticito y quedó arruinado, tanto que me dijo que se volvía a Italia (risas). Tuve que ir a hablar con el jefe para que le pidiera que le diese otro trabajo. Le explicó que el camión llegaba un día al año y que ése no era su trabajo. Pablo llegó rápidamente a capataz. Apolo era una cooperativa, envasaban tomate, pera, durazno. Todos fuimos socios de Apolo", relata.

Cuenta Josefa que los Cuppari eran un montón, 12 hijos, el mayor era su hermano Pablo, el primero en dejar su tierra. Después de él vinieron su esposa y sus hermanos Aurelio, Domingo y Josefa. Con el tiempo llegó un hermano más, Marcos.

Domingo y Josefa pudieron reencontrarse después de cuatro años, ya como marido y mujer. Ese año Domingo fue contratado para trabajar en la chacra de Manuel Saiz, allí fue medianero 18 años. Se trataba de una propiedad de casi 20 hectáreas de frutales, nogales, tomates y viña. "Cuando llegamos -cuenta Josefa- nos fuimos a vivir a la chacra, a una casita que estaba cerca del río. A la noche sentía gritos, ¡pensé que eran los indios!... eran pescadores, claro. Nos acostumbramos, en la chacra no había luz, usábamos un sol de noche. Pero después estuvimos bien".

En ese lugar nacieron los tres hijos del matrimonio: Elsa, Héctor y José.

Por esos años, el Banco Hipotecario daba créditos para viviendas y Domingo pidió uno a 30 años y se hizo su casa en el pueblo.

Los padres de Domingo progresaron y luego de años de trabajo adquirieron una chacra de 12 hectáreas, vecina a Podlesch, Todos fueron productores. Su hermano Antonio se fue para El Chañar, Francisco y Santo trabajaron las chacras de la familia, Victoria es peluquera en Cervantes, María se casó con Olivieri y vive en Roca y Catalina se unió a Palermiti y están en una chacra en Cervantes. La familia echó raíces en la zona y ninguno regresó a su país. "Volvimos después de 30 años. Estuvimos tres veces en Italia. Cuando volví a mi pueblo no lo reconocí. Estaba todo cambiado, era un bosque... Finalmente uno es del lugar que le da trabajo y los hijos. Ya me sentía extraño en mi pueblo...".

Domingo, por su parte, compró 6 hectáreas donde siguió trabajando de productor. Pero un buen día decidió, además, poner un comercio y junto con su familia abrió la Confitería Roma, que durante 30 años fue uno de los espacios sociales más importantes de Cervantes. "Nos gustaba el negocio. Siempre estábamos con gente. Fueron lindos años. Cuando decidimos cerrar el local, extrañamos. Te acostumbrás al contacto con la gente, hacés muchos amigos".

Hoy la tarea de los Maressa es otra, los domingos 18 personas se reúnen a comer las pastas de Josefa. Sus hijos, hijos políticos, 7 nietos y 2 bisnietos. Josefa se levanta a las 6 y escucha la misa del Vaticano mientras prepara la salsa. Luego amasa sus pastas y en cada mesa entrega su legado".

 

Susana Yappert

sy@fruticulturasur.com



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