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Políticamente muy incorrecto | ||
Después de "Borat", Sacha Baron Cohen volvió a los cines con "Bruno", un filme sobre un periodista de moda austríaco gay y nazi que, como su anterior creación, pone el dedo en la llaga de los prejuicios. | ||
Homofóbico, misógino, antisemita, admirador de Stalin y sexópata. Por si se lo perdieron, ése sería Borat. Y cuando aún no se han apagado las brasas por todo lo que provocó hace tres años este supuesto reportero de televisión de Kazajistán, ahora llega "Bruno", otra perversa, estúpida y divertida creación de Sacha Noam Baron Cohen. La semana pasada estrenó en Estados Unidos "Bruno", o la historia de un periodista de modas austríaco que visita el gran país del Norte. El resultado es un esperable océano de situaciones ridículas que ponen al germano fashion ("de la tierra de Hitler", tal cual a Bruno le gusta aclarar) en el centro de la escena. Visceral y atolondrado, Bruno carga sobre sus delicados hombros prejuicios y complejos, propios y ajenos, que en cada diálogo terminan dándose codazos entre sí y bofetadas a todo aquel que se le pare enfrente. En síntesis: Bruno es una fastuosa contradicción de valores andante. Un poco como Borat, pero al revés (o algo muy por el estilo). Porque Bruno es gay pero al mismo tiempo nazi. Aunque, claro, es padre adoptivo de un bebé negro al que bautizó "con un típico nombre afroamericano": O.J. Su personaje tiene una mirada deforme acerca de sí mismo y eso complica mucho más las cosas. Una deformación que también caracterizaba a Borat. Es esta extraña forma de naturalidad frente al propio exabrupto lo que hace tan revulsivos y desopilantes los personajes de Sacha Cohen. La mayoría de las entrevistas realizadas por Borat para su filme no contó con la complicidad de los entrevistados sino que éstos realmente creían que Borat era un periodista de un país perdido en Asia llamado, efectivamente, Kazajistán. Preguntas teóricamente anodinas eran acompañadas por aclaraciones capaces de dejar muda a un alma biempensante. No todos los entrevistados poseían el código moral de Charles Ingalls: en un famoso rodeo americano, le aconsejan a Borat sacarse de encima su estilo "asiático" que lo convertirá en alguien impopular, unos estudiantes borrachos hacen comentarios sexistas a diestra y siniestra y, cuando Sacha arremete en contra de los judíos, pocas veces encuentra oposición en sus opiniones ("¿Qué arma me recomienda para matar judíos?", pregunta en un negocio del rubro. "Una 9 mm", le responden sin dudarlo y con absoluta seriedad). Probablemente por eso se escandalizó tanto la clase media americana ante semejante personaje sacando a la luz pensamientos racistas o desagradables de parte de algunos de sus líderes sociales y vecinos de enfrente. Bruno es una extensión del cuerpo de Sacha Cohen. Un periodista torpe que no toma conciencia de su apariencia (vestido con un atuendo tan erótico como ridículo, Sacha le asegura a un vendedor de ropa: "Yo sé que es difícil de creer pero... soy gay"), dueño de un fantástico desparpajo que lo pone, por ejemplo, junto a una banda de americanos fanáticos de las armas, en el medio de un desfile de alta costura del cual es despedido a los gritos luego de armar un verdadero e increíble despelote, en un hotel con un honorable señor que se escandaliza al verlo en tanga, con una señorita experta en brindar placer y dolor que lo somete en una -¡huy!- sesión de latigazos y, finalmente, en una serie de "momentos" porno-eróticos junto a una colección de "muchachotes" de los que Bruno disfruta como el buen lujurioso y libertino que en realidad es. Si Kazajistán tuvo sus razones para quejarse oficialmente por la aparición de Borat (desde el filme se muestra un país pobre en el que la hermana de Borat es la cuarta mejor prostituta), con Bruno Austria tendrá también tiempo de decir lo suyo. Hace poco se lo vio a Bruno en la entrega de los MTV cayendo del cielo justo sobre el rostro de Eminem, quien salió del teatro a las puteadas (después se supo que fue una típica escena de "pool fantasía" americana). También en el Show de David Letterman, al que asistió munido de un "enterito" amarillo que dejaba ver casi todo su cuerpo flacuchento y desnudo. El padre de estos dos personajes diabólicos, así como de Ali G (¿recuerdan el tipo que conducía la limusina de Madonna en el video clip "Music", ése), es Sacha Baron Cohen. Un actor nacido en una familia clase media judía. Su padre, dueño de una tienda de ropa para hombres en el famoso barrio de Piccadilly, es de Gales, mientras que su madre es originaria de Irán. Sobran las palabras: Sacha, el hijo de un maravilloso cóctel cultural, se encuentra justo donde debe para reírse de los demás y de sus propios orígenes. Un monstruo, bah. ¿Por qué se sostiene un humor tan provocador en la época de las conductas políticamente correctas y los comentarios acotados? Tal vez Sacha Cohen haya descubierto que sólo ciertos choques eléctricos producen resultados sobre la máscara dura de la mayoría. El actor no se toma en serio la moralina de ir más allá del humor. Apenas si nos está diciendo: "Miren, de esta porquería nos estamos riendo, es el prejuicio una de las bases del humor y de la sociedad". Y ya sabemos que el humor no miente. Si Borat se permite asegurar frente a un grupo de feministas que las mujeres no deberían manejar porque está comprobado que tienen el cerebro más chico que los hombres, Bruno no duda afirmar que la gente fea debería ser reportada a Auschwitz. Dicho por Borat o por Bruno suena tosco pero al mismo tiempo gracioso (aquí, en esta nota, sin Bruno ni Borat y sin la entonación de Sacha, suena horrible). Son caracterizaciones, modelos llevados a un punto de estiramiento que los vuelve inimputables. Lo que duele, lo que (nos) molesta e incomoda como una abeja hambrienta dando vueltas en la sala del cine es que sí, todos conocemos a alguien que, lejos de ser un personaje simpático, esconde de mal modo su pequeño enano fascista dentro.
Las razones del personaje
Zoolander estuvo primero
CLAUDIO ANDRADE candrade@rionegro.com.ar |
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