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Un hombre de dos mundos
La escritora Luisa Peluffo habla de "Pluma y bongó", el documental que recrea la vida y la "feliz coexistencia" de las dos vertientes de "Chingolo" Casalla: el dibujo y la música.
El jueves 23, como estaba previsto, se estrenó a sala llena en la biblioteca Sarmiento de San Carlos de Bariloche "Pluma y bongó", el documental sobre el legendario dibujante y percusionista Carlos Casalla dirigido y producido por la cineasta Luz Rapoport, que se volverá a proyectar hoy en Salón Araucanía.
Sabio como el viejo Vizcacha, Carlos Casalla, popularmente conocido como "Chingolo" Casalla, eligió vivir en Bariloche y armó su historia aquí, en el sur del sur, a partir de los años '50.
La cámara, ágil y dinámica, en este primer mediometraje de Luz Rapoport, lo acompaña en sus recuerdos y caminatas, manejando su Chevy, colgando un mural para las oficinas de los jubilados o registrando la relación entrañable de una familia compuesta por músicos: sus hermanos "Bicho" y Eduardo (trombonista y baterista), su talentoso hijo Carlos, su sobrino nieto Joaquín -ambos percusionistas- y su sobrino Javier, violinista de Bajofondo Tango Club.
En la intimidad sencilla de su departamento, Chingolo rememora sus comienzos como dibujante de historietas en una época en que no había escuelas ni computadoras para esa especialidad, entonces considerada menor, y muestra en una bellísima secuencia cómo sigue dibujando a mano alzada.
Pero lo mejor del documental de Rapoport es haber logrado transmitir la feliz coexistencia entre las dos vertientes de Casalla, en su doble faz de notable dibujante y músico, incluyendo divertidas escenas como la que lo muestra comprando el diario mediante una curiosa estrategia. O conversando sobre música con su sobrino Javier y haciéndole escuchar una antológica grabación en la cual el famoso pianista Fats Waller le grita "¡milonga!" al saxofonista de su orquesta. O contando que su elección de la percusión fue por azar, al sortear con sus hermanos unos instrumentos comprados de segunda mano. Y aclara, aunque no hace falta: "Me gusta todo tipo de música. Me gusta la música", y a continuación nos deleita con la "washboard" (tabla de lavar) y su dominio del "scat".
Así, pasando de la música al dibujo y del dibujo a la música, maravillan su versatilidad y su oficio, tanto en la percusión como en el recorrido por las imágenes de su arte gráfico, que se concentró en personajes aventureros como "El Cosaco" (un héroe ruso), "Álamo Jim" y "Perdido Joe" (un pianista blanco en Nueva Orleans), así como "Larsen", "Chaco" y "Memorias de un Porteño Viejo".
También maravilla su karmática capacidad de trabajo (el próximo 1º de mayo cumplirá unos jóvenes y estimulantes 84 años) porque, además, Chingolo Casalla se propuso llenar un vacío al dibujar las peripecias de personajes argentinos de ficción (¿de ficción...?) desde el legendario cabo Savino hasta un clásico como Martín Fierro. Y rescatar de la historia de la Patagonia a los muy reales Francisco P. Moreno y Luis Piedra Buena, que en otras latitudes ya hubieran proporcionado material para varias películas, así como relatar la crónica del Nahuel Huapi en el "El gran lago".
Héroes y antihéroes, reales o imaginarios, como Savino, cuyo punto de vista de testigo y partícipe de la mal llamada "campaña del desierto" es el de un desarrapado soldado, un personaje cercano a Martín Fierro que no cuenta la historia grandilocuente de
una dudosa gesta, con la que no está de acuerdo, sino la historia con minúscula, con toda su sordidez y su miseria.
Historias dibujadas, personajes, anécdotas, fotografías (conmueve ver, al comienzo, la de Norma Bralo, compañera de toda una vida de Chingolo) y reuniones familiares se cruzan y entreveran en este logrado documental, con ensayos y conciertos que suman otra familia musical -la del pianista Diego Rapoport y sus hijos- y unen la historia del artista con la de la directora de la película.
Acotación final: es muy bueno el efecto de los dibujos sobreimpresos en las imágenes que aparece en la primera parte; transmite la idea de que la vida es una tira, sobre todo la vida de un dibujante. Como espectadora, extrañé ese efecto en el resto de la película y en los títulos. Pero es un detalle menor, de "acabado" digamos.
Lo importante es que Luz Rapoport captura y transmite el "mundo Casalla" y que los 46 minutos que dura "Pluma y bongó" pasan como la vida, sin que uno se dé cuenta.

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