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Los sicilianos que conquistaron el valle del Colorado

La historia de los Occhipinti nació en la principal isla italiana, desde donde otras generaciones fluyeron a la zona. Con un préstamo del Banco Nación la familia compró sus primeras 11 hectáreas en la Colonia Juliá y Echarren. Carlos, uno de sus integrantes, fue uno de los fundadores de la Cooperativa de Comercialización y Transformación.

Carlos Occhipinti forma parte de una numerosa familia riocoloradense que siempre se dedicó a la producción primaria. Acaba de cumplir 79 años y a lo largo de su vida tuvo una activa y decisiva participación en la concreción de galpones de empaque y frigoríficos aunque su aporte más importante fue a la consolidación de la Cooperativa de Comercialización y Transformación de Colonia Juliá y Echarren, que elabora jugo concentrado para exportación.

En una apacible tarde de verano Carlos nos recibe en su chacra para desgranar una historia de vida que tiene mucho de sacrificio y desazón, aunque también de alegría y satisfacción por los logros obtenidos. Pasea su robusta humanidad de 1,90 metros de altura por el jardín de su casa y junto a su esposa Norma y a Costanza, una de sus nietas, empieza a relatar la historia de su abuelo Francisco Occhipinti, que vivía en Sicilia, Italia.

Tratándose de la principal isla italiana, don Francisco disfrutó de las costas de los mares Tirreno y Mediterráneo, además del clima cálido de la región. Es cierto que los veranos son calurosos, principalmente por la influencia del siroco, que trae consigo el aire caliente del África. Pero el terreno, salpicado de montañas y valles, es apto para la actividad agrícolo-ganadera.

Allí los Occhipinti tenían lo que ellos llaman una estancia, es decir, un establecimiento con una bodega, animales y cultivo de trigo, entre otras actividades primarias. Estaban bien económicamente hasta que en determinado momento, sobre el final del siglo XIX, un amigo -que en verdad no lo era tanto- los estafó en un negocio y, como se dice comúnmente, se quedaron en Pampa y la vía.

El abuelo quedó como jornalero, pero muy afectado y amargado por la estafa, que lo sumió en un endeble estado anímico. Cabe mencionar que don Francisco había sido cura y tenía una sólida formación. Sin embargo dejó los hábitos y conoció a Francisca Tortolicci, con quien formó una familia. Nacieron varios hijos, ocho para ser exactos; entre ellos Rosario, en 1885.

Luego de la estruendosa estafa que le quitó la mayor parte de sus bienes materiales, don Francisco intentó recuperarse y consiguió un empleo como administrador en una estancia. Pero la suerte siguió siendo esquiva porque le agarró pulmonía estando muy lejos de cualquier centro médico donde lo pudieran atender. Lo subieron a un carro y para ganar tiempo decidieron cortar camino a campo traviesa en vez de ir por la carretera.

En el trayecto el carro impactó contra una gran piedra que había en el camino, se dio vuelta y aplastó a Francisco, quien murió en el acto.

 

EL CAMINO A AMÉRICA

Su hijo Rosario quedó a cargo de la familia junto a su madre, pero las cosas no mejoraban. Así los Occhipinti llegaron a la conclusión de que el único destino posible para comenzar una nueva vida era América. Primero migró uno de los hermanos mayores y más tarde, en 1910, lo hizo Rosario, que se apresuró a abandonar el Viejo Continente antes de que la inminente Primera Guerra Mundial lo atrapara con sus garras de destrucción.

En 1910 Rosario desembarcó en el puerto de Buenos Aires. Su objetivo principal era conseguir dinero, retornar a tierras italianas y comprar un carro y un burro para ayudar con la economía familiar. Entre otras cosas, consiguió empleo como ascensorista y tras ahorrar durante dos años logró reunir unos 2.000 pesos de ese entonces y volvió a Sicilia.

Tal como lo había planeado, Rosario adquirió un carro y un burro que tenía la particularidad de ser muy mañero. Una mañana, con el carro muy cargado, no se podía avanzar en una pendiente muy marcada y el burro no quería seguir. Unos niños apostados al costado del camino se burlaban de la situación y eso generó un ataque de ira en Rosario que, tras tomar una enorme piedra, golpeó la cabeza del animal y lo mató. El incidente terminó de decidirlo; debía volver a la Argentina para dejar atrás la mala fortuna y la proximidad de una guerra que iba a devastar Europa.

Junto a su mamá regresó a Buenos Aires y enseguida se dirigió hacia Bahía Blanca. Su hermano José, que llevaba varios años en el país, lo trajo a Río Colorado, una zona en la entrada a la Patagonia donde había lugar para los trabajadores de la tierra.

Hicieron el viaje a bordo de una jardinera y llegaron al valle del Colorado a fines de 1914, en plena inundación tras el desborde del río. Cuando pasaron por el viejo puente carretero el agua les llegaba hasta las rodillas.

Luego de la inundación empezó a trabajar como portero en la Escuela Primaria Nº 14 de Buena Parada y conoció a Eulogia Morales, una jovencita que había llegado con su familia desde Uruguay. La familia Morales tenía una pequeña quinta algunos kilómetros más allá. Rosario y Eulogia se casaron tiempo después y en 1920 se fueron a trabajar al paraje conocido como "El Viñedo", un verdadero polo productivo a treinta kilómetros de Río Colorado.

 

NUEVA COLONIA

Unos años después, otro centro productivo cobraba forma en el extremo este de la ciudad. No tenía nombre todavía -luego se llamaría Juliá y Echarren- pero ya captaba la atención de quienes querían producir.

La familia Occhipinti abandonó "El Viñedo" y Rosario se sumó a las filas del ingeniero Echarren, que por entonces con una villalonga recorría las extensiones tomando alturas e instalando los mojones hasta llegar al lugar denominado "el gualicho", en el fondo de la colonia. La tarea se prolongó durante cuatro años; sin bien la paga era buena, el trabajo terminó y había que buscar otra alternativa.

La crisis económica golpeaba al mundo y repercutía en cada rincón del país. No resultaba fácil conseguir empleo y ante las escasas perspectivas en la zona de chacras optó por dedicarse a la construcción, como albañil. Para ello debió trasladarse al pueblo y formar parte de las pequeñas empresas constructoras locales. Así participó en la construcción de la ermita que actualmente está ubicada en las bardas pampeanas, dominando las alturas; un verdadero símbolo de la comarca.

También salió fuera de las fronteras de la ciudad buscando el sustento y en ese periplo prestó servicios en Pedro Luro, en la realización de una bocatoma de características similares a las de las que existían en Río Colorado.

A pesar del empeño puesto en trabajar en lo que fuera, la situación se agravó. El momento más crítico en el rubro de la construcción se registró en 1939, año en que sólo se levantó apenas una vivienda. La ejecutaba la empresa de Primitivo Carrasco; solamente existía ese lugar para que los albañiles trabajaran y eso provocó una lógica desesperación. Obligados por las circunstancias, se organizaron de tal manera que cada albañil pudiera trabajar un día a la semana y de esa manera tratar de aguantar. Les pagaban cinco pesos que debían "estirar" lo más posible a fin de subsistir. Sin dudas la solidaridad aflora en su máxima expresión cuando la situación apremia y lo ocurrido en 1939 con los albañiles en Río Colorado lo confirma.

Entre 1941 y 1942 se empezó a notar una mejoría general en la economía regional. Y esos nuevos vientos también alcanzaron a la familia Occhipinti.

Regresaron a "El Viñedo", donde Rosario recibía un sueldo más un porcentaje de la producción. "No estábamos mal pero no sobraba nada. No usábamos medias porque no las podíamos comprar", recuerda Carlos.

Sin embargo, el dueño del lugar -Nazar Anchorena- cambió la política y la administración de "El Viñedo" y ya no resultaba un buen negocio permanecer allí. Fue por entonces que surgió la posibilidad de alquilar una chacra en Juliá y Echarren. La rentaron por un año y en ese lapso gestionaron un crédito ante el Banco de la Nación; de esa manera la familia Occhipinti compró las primeras 11 hectáreas de tierra. En los años siguientes adquirieron unas hectáreas más para darle forma a la chacra que padre e hijo querían armar.

Al principio tenían varios cuadros de viñas. Levantaron una bodeguita para hacer su vino pero, siempre dependiendo de la comercialización, la actividad fue mutando hacia los productos con mercado. "No es que no se siga tomando vino, pero la globalización en la comercialización nos dejó afuera", acota con ironía Carlos.

 

LA HORA DE CARLOS

En sus años de juventud, Carlos Occhipinti y su barra de amigos solían asistir a los bailes y milongas que se organizaban los fines de semana. Ellos eran habitués de los bailes del club Independiente y fue precisamente en una de esas veladas que conoció a Norma Garrido, que desde ese momento pasó a ocupar un lugar importante en su vida. En menos de tres años Carlos y Norma se casaron -en 1966- y juntos edificaron una numerosa familia. Ese año no sólo quedó grabado por el casamiento sino que también se dio un hecho sin precedentes y que nunca más se repitió con la cosecha del valle del Colorado: la fruta alcanzó un precio tan alto, que impulsó la economía local y fortaleció el espíritu de los chacareros.

Carlos recuerda claramente qué ocurrió en su chacra y así lo relata: "Nosotros cosechamos unos 200.000 kilos de manzanas, unos 10.000 kilos de duraznos y otras cositas que completaban una buena cosecha. Pero con los precios del momento logramos comprar una camioneta cero kilómetro y un camioncito Chevrolet, construí mi casa, compramos los muebles y nos fuimos de viaje de bodas. Todo eso con una sola cosecha".

Carlos agrega que tenían 17 personas trabajando en la chacra y que esa época de bonanza impulsó la construcción de galpones de empaque como Lanza Roja y de un frigorífico, así como el inicio de la Cooperativa de Comercialización y Transformación de Colonia Juliá y Echarren. En realidad Carlos Occhipinti fue uno de los gestores y un verdadero motor para que buena parte de estas iniciativas se pudiera concretar. "Había un gran entusiasmo para mejorar las cosas; con la juguera utilizamos la manzana que no era de primera y aprovechamos hasta el aroma de la fruta. Debíamos buscar un destino para los productos que no tenían mercado asegurado y lo aprovechamos al máximo con la juguera", explica.

Cuenta también que cuando decidieron levantar un frigorífico para aumentar la capacidad de almacenamiento, él y otros productores se propusieron conseguir un crédito del Banco Industrial. A pesar de los trámites y viajes realizados, el anhelado crédito no salió, pero eso no afectó el ánimo de los chacareros, que buscaron y encontraron respuestas en otras entidades bancarias. "Tuvimos algunos problemas, pero pudimos completarlo y hacerlo trabajar", afirma.

Carlos Occhipinti fue uno de los fundadores de la Cooperativa de Comercialización y Transformación de Colonia Juliá y Echarren y durante dos décadas manejó los destinos de la gerencia de la entidad. Desde los lejanos caldos para sidra hasta que llegó el boom del jugo concentrado, Carlos estuvo presente en cada una de las etapas que se sucedieron hasta la consolidación de una entidad que hoy es uno de los pilares en la economía zonal.

"Al principio nos contactamos con gente del Alto Valle y empezamos a hacer el sulfitado, que es el jugo molido sin que llegue a la fermentación, que se vendía directamente de esa forma. Después los mercados se pusieron cada vez más exigentes y no aceptaron más el sulfitado. Debimos adaptarnos a los cambios y afortunadamente en el camino encontré gente buena que me aconsejó bien", recuerda Carlos. Agrega que un punto importante era conocer los mercados, su paladar y sus preferencias. Al ser el jugo un producto netamente exportable, en varias oportunidades viajó a Estados Unidos y Europa con el objeto de concretar acuerdos y negocios.

Carlos Occhipinti permaneció en el cargo de gerente hasta 1991; fueron dos décadas fructíferas e importantes en su vida y en la de la cooperativa.

El presente lo encuentra en su chacra, que en parte arrienda para la producción de cebolla, que reemplaza a las especies de manzanas más antiguas. Está jubilado y con la satisfacción de haberle brindado un estudio a cada uno de sus siete hijos, uno de los propósitos primordiales que se trazaron él y Norma. En Río Colorado quedaron María Soledad y María José; Ana se instaló en Trelew, María Ester en Bahía Blanca, María Rosa en Mar del Plata, Carlos en Santa Rosa y Dante, en Posadas.

A pesar de los problemas que jaquean su columna, Carlos se permite realizar algunos trabajos en la chacra, aunque destina buena parte de su tiempo a la lectura de libros, especialmente de historia, y a disfrutar de alguno de sus trece nietos.

 

ALBERTO TANOS - DARÍO GOENAGA



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