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Crítica a un estilo que ve la política sólo como guerra

Para nada mediática, Sarlo fustiga duramente al kirchnerismo desde un rigor intelectual siempre muy particular a la hora de los enfoques, una cultura que genera irritación en el gobierno y enojo en las carpas de la izquierda argentina. Las discusiones con otros "intelectuales K".

En el núcleo duro del kirchnerismo detestan a Beatriz Sarlo. Les hace contener el aliento cada vez que dispara sus reflexiones sobre el estilo con que ejerce el poder. Luego viene la reacción. Siempre montada sobre el prejuicio, la descalificación ligera. Manda la emoción. Nunca la respuesta argumentada.

-Es gorila, flamante gorila -dicen.

En los escalones que rodean a esa masa crítica de decisiones, ella cosecha enojos más cortos, menos enfáticos. Ahí sus apreciaciones son leídas y comentadas en voz baja, casi a modo de coincidir en mucho con su punto de vista. La cuestión es que no se sepa en la cúspide.

Pero cuentan que durante cinco años de timón K hay un solo hombre de ese esquema de poder que suele expresar coincidencias con la mirada que ella hace sobre la naturaleza de esa estructura: Ginés González García, ex ministro de Salud y ahora embajador en Chile.

Devolución de gentilezas. Porque ella siempre lo consideró el funcionario de mayor solidez intelectual cosechado por el kirchnerismo. Y se sabe que González García coincide con Aníbal Fernández, hoy titular de Justicia, en la calificación de uno de los libros de Sarlo, "La pasión y la excepción": "Brillante, imprescindible", juzgan. Diagnóstico acertado.

La izquierda también la tiene presente. Ahí la estigmatizan. Se la juzga con miradas perezosas. Un mundo inmóvil. Sentencias bajo patrón reduccionista que soslaya toda vía argumental.

-Se transfirió a la derecha, se olvidó de su pasado, cuando era compañera de ruta en los ´60 y ´70...

Uno de los pocos que desde esa ala ideológica eludieron ligerezas a la hora de criticarla fue Juan Pablo Feinmann. Se conocen desde los tumultuosos ´60. Se respetan en sus saberes. Pero cuando la crisis de gobierno-campo azotó al país, ella descargó pesados mazazos a los términos con que los K manejaban el conflicto.

Y Feinmann la cruzó desde las tripas:

-Me apena, Beatriz, y me da bronca también que tu gorilismo haga de mí forzosamente un peronista, porque ya no quiero serlo. Me gustaría ir más allá, avanzar, pero sobre esa base, no negándola neuróticamente.

Sarlo, en general, no hace de trenzarse en polémicas una cultura. Meritúa debatir. Lo hizo el año pasado con Horacio González, director de la Biblioteca Nacional. Desde lo intelectual los vincula una mutua y significativa consideración. Desde lo ideológico, veredas opuestas. Opositora y oficialista. Y se habló también del entrevero gobierno-campo.

En un tramo de ese debate, ella expresó cristalinamente dónde está instalado su pensamiento sobre las cuestiones nacionales: "Cuando entro a la plaza de las carpas, me daban unos volantes de ´La Cámpora´; ´Los argentinos no somos zonzos´: ¡1930! ¡La década del ´30! Jauretche. Pero antes de eso, la década del ´30: los argentinos no somos zonzos, no nos vamos a partir por la partición europea entre aliados y el Eje. ¿Cuál es el sentido que tiene traer esa historia ahora? Vos me dirás, Horacio: ´Jauretche es un pensador popular de la Argentina´. Ok pero, con esto, ¿se está enriqueciendo el debate presente o lo que se está haciendo es resumiéndolo, como si el debate del presente pudiera ser escrito poéticamente? Vale la pena que vos y yo pensemos, los intelectuales pensemos, cómo escribir el discurso de la política".

Y Beatriz Sarlo también es blanco de lo que define como "mentiras" que sobre ella se deslizan también desde la izquierda. Semanas atrás tuvo que volver a desmentir una acusación que suele fogonear Osvaldo Bayer: haber alentado a sus alumnos de Literatura en la UBA a humillar hace años a Osvaldo Soriano por el hecho de no tener cursado el secundario.

Pero lo que importa aquí es la calidad con que reflexiona sobre el ejercicio del poder por parte del kirchnerismo.

Distante de protagonismo mediático, sus opiniones se conocen en órganos especializados en ciencias sociales y, de tanto en tanto, una nota en "La Nación". No se desespera por dar conferencias y meses atrás bajó la persiana de la revista que dirigió durante 30 años: la consistente "Punto de vista". Pero sus opiniones calan en diversos niveles no masivos, espacios donde forma opinión abriendo la reflexión hacia puntos no necesariamente habituales.

Un caso: Sarlo formula sus análisis sobre el ejercicio del poder del kirchnerismo distante de un convencimiento generalizado: hegemonismo como objetivo.

En julio del 2008 Sarlo habló en el Instituto Ana Arendt que lideran Elisa Carrió y Diana Maffia. Sus reflexiones implican lo que quizá sea la más acertada definición de cómo siente la política el kirchnerismo: como dimensión bélica.

Sarlo se acerca a ese convencimiento desde un texto que la impactó hace más de 25 años: "La reducción de la política a la guerra", del dirigente comunista italiano Pietro Ingrao. Texto que en el ´82 fue traducido al castellano para "Punto de vista" por quien Sarlo define como "gran socialista latinoamericano": "Pancho" Aricó, fundador de "Presente y pasado" y muerto pocos años atrás.

Sarlo confiesa tener "una particular cercanía" con el texto de Ingrao "porque de algún modo venía a cerrar la revisión crítica de todos los que veníamos del pensamiento revolucionario estábamos haciendo sobre nuestro pasado inmediato".

Ingrao le sirve a Sarlo para encuadrar, pensar "lo que siempre se dice del kirchnerismo: que no dialoga, que no concerta, que quiere ver arrodillados a sus adversarios". Esta cosmovisión es, en términos de Ingrao, ver la política como una guerra permanente.

Coincidiendo, Sarlo desmenuza entonces al italiano:

  •  Ver la política en esos términos implica considerar la derrota del enemigo como el objetivo principal de cualquier acción política -y para eso hay que convertir a cualquier adversario en enemigo- y que la derrota de ese adversario, convertido en enemigo, es el objetivo fundamental de la política.
  • La política, entonces, no se define por su posibilidad para evitar la guerra sino precisamente por su posibilidad de hacer la guerra.
  • Esta concepción considera la política como dominación. Esa consideración implica descartar la construcción de una verdadera hegemonía política.

Para Sarlo, el término "hegemonía" está maltratado. "Traído y llevado en la política contemporánea todo el tiempo", está vapuleado. Merece que se le devuelva el sentido que le dio Gramsci, "que puede ser un sentido operativo para una política progresista en la Argentina de hoy".

Pero ¿cuál es ese sentido?

Sarlo vuelve a Ingrao:

  • La política concebida como instrumento de dominación descarta la construcción de la hegemonía, pensando la hegemonía no como la imposición de una dirección sobre las convicciones, los intereses, los afectos de los dirigidos, sino a la manera gramsciana.
  • O sea, como la construcción de consensos diferenciales, como la construcción de un eslabonamiento de consensos que permite, a su vez, consolidar lo que Gramsci en su momento llamó "bloque histórico": el conjunto de fuerzas que en un determinado momento de una sociedad conducen a la sociedad. La hegemonía como consenso ideológico y como observación y respeto de intereses, afectos y percepciones de otros grupos sociales.

Y Sarlo remata:

-Una hegemonía siempre es permeable al mundo del otro, la hegemonía nunca liquida el mundo del otro; desde un punto de vista cultural, una hegemonía se deja penetrar por el mundo del otro.

Una hegemonía es eso; incluso cuando tiene que resolver conflictos tiene en cuenta la posición del otro, la incorpora.

Sarlo incluso le acredita a esa hegemonía un carácter dialéctico: incorpora al otro para, de algún modo, superarlo en una unidad superior, unidad superior que no está basada en la aniquilación del otro. Algo que está lejos de la cultura de poder del kirchnerismo.



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