A veces y durante varias décadas desde que regresó a casa tras la Segunda Guerra Mundial parecía como si la cámara de cine fuese parte de la mano de Christoffel Teeuwissen. La llevaba a todas partes, todo lo filmaba. Cuando ampliaron la calle frente a su casa en Florida, ahí estaba él. Cuando instalaron un tanque séptico en Virginia Occidental, ahí estaba. Juegos de fútbol americano en escuelas secundarias, sitios de construcción, una nueva piscina. Ahí estaba, cámara en mano. La película dio paso al video y Teeuwissen siguió grabando. Cuando llegó la máquina de video a la escena, programas de historia se sumaron a la colección, al igual que episodios de “The Lawrence Welk Show'' y biografías televisivas, como la de Glenn Miller. Entonces, en el 2005, Christoffel Teeuwissen murió a los 88 años. Y cuando Jon Teeuwissen y sus dos hermanas comenzaron a revisar la casa de sus padres, otra historia salió a la luz. Por toda la casa, detrás de la puerta de cada ropero y armario, había cajas llenas de recuerdos, decenas de carretes de película, Súper 8, grabaciones de audio y casettes de VHS. Así que los hijos de Christoffel Teeuwissen prepararon un inventario. Colocaron etiquetas. Armaron el historial grabado del tiempo de su padre en la Tierra para darle coherencia. Y entonces lo colocaron todo en cajas y lo enviaron a una dirección en Arizona. Allí, gracias a la compañía iMemories, los polvorientos archivos personales de la familia Teeuwissen han dejado de ser objetos materiales. De a poco se están convirtiendo en DVD y JPEG y videos accesibles con un click. Y con ello, para Jon Teeuwissen, al igual que para tantas personas en un nuevo milenio lleno de maravillas computarizadas, comienza la marcha hacia los recuerdos digitales y el alejamiento de los recuerdos táctiles que mantuvimos en el siglo XX. EL PAPEL SE QUEMA, EL VIDEO SE ROMPE...¿ENTONCES QUÉ? Los objetos se destruyen. El papel se quema. la cinta de video se hecha a perder. Las diapositivas se desvanecen en una niebla de amarillos y naranjas. Los LP se rayan. Los negativos se pudren. Los casettes se vuelven demasiado tensos. E incluso si usted es fanático del rock de los 70, las cintas de ocho pistas (8-tracks) son completamente inútiles. La formas en que hemos registrado nuestras huellas personales -en papel y celuloide y plástico, cosas que podemos sostener en las manos- no resisten el paso del tiempo. Esa erosión es aún más conmovedora si se tiene en cuenta que, hoy, no tenemos todo lo que podríamos haber salvado. Tuvimos que elegir qué íbamos a preservar, basado en lo que nuestras finanzas y nuestros espacios personales permitiesen. Pero la era cibernética lo está cambiando todo. En todas partes hay aparatos que transfieren detalles de la existencia personal a bits de datos que son portátiles, reproducibles y más duraderos. A veces, los momentos culturales llegan furtivamente. Este es uno de esos momentos. Los recuerdos, en todas sus formas, se están desprendiendo de sus envolturas e irrumpiendo en una nueva fase, y con ellos, nuestras imágenes de nosotros mismos. Es el crepúsculo del mundo análogo. “Recibimos comida rápida y obtenemos nuestra información instantáneamente en la internet. Todo está al alcance de nuestros dedos'', dice Jennafer Martin, directora de la revista Digital Scrapbooking. “Tiene sentido que nuestros recuerdos también lo estén''. Esta historia no es solamente acerca de tecnología. Es la historia de cómo nos relacionamos con los objetos que nos rodean, y lo que sucede cuando éstos cambian. Es también acerca de nuestra esperanza de que, sobreviviendo incendios, inundaciones y robos, las cosas que valoramos van a permanecer aquí, no solamente durante nuestras vidas, sino también las de nuestros hijos y nietos. El papel, por supuesto, no va a desaparecer en el futuro previsible. Hay demasiado papel en todas partes. Pero el último decenio ha alterado fundamentalmente la forma en que capturamos momentos y los preservamos. ¿DÓNDE ALMACENAMOS NUESTRA MEMORIA FAMILIAR, ENTONCES? Las cámaras fotográficas de película son producidas ahora para un nicho, y uno puede comprar una cámara digital por apenas 19.95 dólares. Scanmyphotos.com puede convertir todas tus fotos en JPEG. ITunes está tan arraigado que muchos de olvidan de que solían ir a tiendas a comprar su música. Gran parte del correo se recibe ahora por la internet. ¿Las cámaras instantáneas Polaroid? Adiós. ¿Libros? Google digitaliza más de 3.000 al día. Y entre el 2001 y el 2006, las ventas de casettes vacíos cayeron más del 60%, mientras subían las ventas de memoria flash, dice la Consumer Electronics Association, que predice “una lenta muerte para los casettes de audio y video''. El catálogo SkyMall, disponible en aviones de pasajeros, ofrece aparatos que pueden pasar tus LPs a CDs, tus CDs a MP3, tus videocassettes a DVD y tus fotos y diapositivas a JPEG. Junte todo eso lo que tiene en su computadora y tiene un espejo digital de lo que es su vida. Y como en el mundo cibernético el ``espacio'' de almacenamiento es un término virtual, y porque el acceso es instantáneo, nuestros recuerdos digitales son mucho más completos que lo que jamás fueron nuestros archivos físicos. En la vida digital, almacenar recuerdos no le va a atestar la casa. Dieciséis versiones de la misma foto no son un problema, porque no hay que imprimirlas todas. Las películas descargadas de Amazon.com no requieren estantes llenos de VHS. Uno puede darse el lujo de preservar papeles que de otra forma hubiera botado. Por supuesto, existe algo melancólico cuando se deja detrás el pasado físico -incluso el presente físico- y lo tiene todo en tecnologías menos sólidas, menos táctiles. ¿Qué pasa con el alma de algo cuando su manifestación física no existe más? ¿Es la amarillenta foto de 1897 que estuvo en las manos de tu padre, tu abuelo y tu bisabuelo lo mismo que su reproducción en un montón de pixeles? No es que éste haya sido el primer cambio de ese tipo en nuestras vidas. Cada invento que rediseñó nuestras relaciones con información, desde el telégrafo hasta la televisión hasta Facebook, fue recibido con sospechas de que algo de nuestra humanidad quedaría perdido. El atrevimiento de la música grabada irritó tanto a John Philip Soussa que el conductor fustigó su existencia. “La música enseña todo lo que es hermoso en este mundo'', escribió en 1906. “No la obstaculicemos con una máquina que narra la historia ... sin variación, sin alma, despojada del gozo y la pasión''. “Existe un sentido de incomodidad'', dijo Edward Tenner, autor de ``Our Own Devices: How Technology Remakes Humanity''. Pero ``siempre estamos en transición. Existe la ilusión de que hay un futuro estable hacia el que nos encaminamos. Y pienso que la norma es que siempre tenemos esta mezcla de lo nuevo y lo viejo''. RECORDAR ES MENTIR La genial escritora española Rosa Montero admite que “siempre me ha fascinado el tema de la memoria, quizá porque soy una desmemoriada catastrófica. Estoy constantemente extraviando objetos o traspapelando documentos, y mis gafas son unas criaturas nómadas dotadas de una increíble capacidad de camuflaje. Me paso media vida buscando todo lo que pierdo durante la otra media; y basta que ponga un encendido interés en guardar algo con extremo cuidado para que nunca pueda volver a encontrarlo”. Pero esta desmemoria, sostiene la escritora, la que afecta a las cosas, es la más banal. “Mucho peor es no recordar los hechos de tu pasado, y también me sucede. A fin de cuentas, nuestra identidad se basa en la memoria que tenemos de nosotros mismos; si tú quieres explicarle brevemente quién eres a un desconocido, le haces un resumen de tu vida. O, mejor dicho, le haces el relato de lo que tú crees que ha sido tu vida. Porque yo seré especialmente amnésica, desde luego, pero todos los humanos manipulamos nuestros recuerdos, todos nos reinventamos el pasado, todos reescribimos mentalmente nuestra biografía como si se tratara de una novela”. “La memoria es un prestidigitador, un mago experto en escamoteos”, añadía la española en su columna “Recordar es mentir”. Y sigue: Recientes estudios publicados en la revista Science han demostrado que hay una zona en el córtex prefrontal que se dedica a eliminar los malos recuerdos. Todos sabíamos ya que, por fortuna, el dolor físico se olvida. Ahora nos dicen que sucede lo mismo con el dolor emocional y conocemos el lugar del cerebro que se encarga de eso: el cuerpo humano es una máquina asombrosa. Creo que no nos limitamos a borrar aquellas remembranzas que nos hacen daño sino que además las transmutamos en evocaciones felices, en cuentos adecuados para nuestra supervivencia y nuestro alivio”.
|