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KAZUYO SEJIMA, EXTREMA SENCILLEZ

Esta japonesa es una ‘rara avis’ entre os arquitectos estrella. Antes que el espectáculo, la fama y el dinero,  prefiere y defiende la discreción trabajo perfeccionista. Con dedicación casi religiosa.

Tiene cuerpo de niña y voz ronca. Fuma sin apenas descanso y no podría contar los cafés que bebe al día. Asegura que hablar no es su fuerte, que le cuesta encontrar las palabras exactas para expresarse. Pero sus edificios, sus decisiones, sus costumbres, su actitud y hasta sus gestos retratan a una profesional atípica, una persona con ambiciones singulares en el mare mágnum de las estrellas arquitectónicas. No quiere construir por todo el mundo; quiere poder pensar cada proyecto. De momento, Kazuyo Sejima (Ibaraki, Japón, 1956) sólo se ha preocupado por ser Kazuyo Sejima, una mujer de carácter decidido, pero discreto. Esa actitud ha marcado un antes y un después en la arquitectura. No es éste un campo en el que las mujeres suelan brillar en solitario. Si nos fijamos en el autobús de las vedettes arquitectónicas (de Norman Foster a Jean Nouvel), la única mujer que acompaña a Sejima en fama universal es la iraquí Zaha Hadid, pero ella habla el mismo idioma de poder y ubicuidad que sus colegas masculinos. Sejima es otra cosa. No necesita ni levantar la voz ni llegar a tres cifras en su número de empleados. Ella sólo sabe trabajar con tiempo. Y eso implica reducir sus horas de sueño pero también su número de clientes.
Así la presenta el diario El País de España en una extraordinaria entrevista cuya profundidad permite conocerla aún más.
Parte de esta conversación:

-Usted no emplea una actitud agresiva de dominio y demostración de poder con la que tantos arquitectos famosos se han movido por el mundo. ¿Ha elegido esa otra manera de ser cercana tanto en su arquitectura como en su actitud?
- Todo va junto. Y todo es lo mismo. Soy así. Forma parte de mi carácter. Pero yo no creo ser poderosa. Y también doy un grito de vez en cuando. Con todo, no me gustan los juegos de poder. En mi trabajo, tratar de entender al cliente y tratar de desarrollar mis ideas me deja sin tiempo para nada más. Por eso no soy una arquitecta que pueda hacer muchos edificios. Cada uno me cuesta mucho, me lleva mucho tiempo. Mi oficina no crecerá nunca más allá de las 30 personas que somos ahora.
Comenta que si bien tiene fama de trabajar de sol a sol no le interesa tanto hacer muchísimos edificios por todo el mundo como hacerlos con tiempo. "Necesito tiempo para decidir qué es lo realmente importante en cada edificio. Me cuesta hacerlos", admite.
Vive en pleno centro de Tokio, en una casita muy chica y que no fue diseñada por ella. "Es muy caro Tokio. No hay suelo, además", reconoce. "Soy una persona que necesita flores y algún árbol cerca. Por eso he buscado tener un jardín, aunque sea muy pequeño. Tengo cuatro árboles: un limonero, un manzano, un arándano y un naranjo chino en apenas tres metros", dice.
¿Por qué necesita el jardín?, le consulta El País.  "Cuidarlo me hace sentir bien. Además, es muy interesante observar los árboles y las plantas. Las flores no sólo son bonitas, cambian continuamente. Los insectos también son interesantes. En un jardín, por pequeño que sea, siempre están pasando cosas".
¿Tiene tiempo de observar la naturaleza? "Un jardín hay que regarlo cada día. Y mientras lo riegas, lo miras".
Kazuyo creció en el campo de Hitachi, en Ibaraki. "Vivíamos rodeados de naturaleza, pero no me dedicaba a observarla. En realidad, cuando mi madre me enviaba a buscar hortalizas o frutas, lo odiaba. Luego, viviendo en la ciudad, algo cambió".
¿Qué le hizo decidir que quería ser arquitecta? "En Japón debes decidir qué harás con el resto de tu vida cuando tienes 16 años. La arquitectura no era popular donde yo vivía, una ciudad de provincias, alejada de la información y del ritmo de Tokio. Mis padres no son arquitectos, mi padre es ingeniero industrial y trabajaba para Hitachi, y mi madre era ama de casa. Cuando era pequeña, debía de tener ocho años, mis padres decidieron hacerse una casa. Y compraron revistas para buscar ideas. Por casualidad un día vi una que mostraba una fotografía de la casa de Kiyonari Kikutake, un arquitecto metabolista, el maestro del que luego sería mi maestro, Toyo Ito. No tenía ni idea de que la casa era famosa, pero me sorprendió y me fascinó. Tanto, que me involucré mucho en la construcción de nuestra casa".
¿Con ocho años? "Sí. Empecé a proponerles a mis padres que hicieran la fachada así o asá, la distribución, los materiales. Hice montones de dibujos".
Por supuesto que no le hacían caso. "Para nada: no me llevaban el apunte. Pero me quedé con el recuerdo. Luego, dos años después, cuando vivíamos en un barrio de viviendas pareadas de empleados de Hitachi, todas exactamente iguales, llegó un ingeniero americano. Y cuando entré en su casa sentí otra gran sorpresa. Su manera de usar la misma casa que teníamos nosotros era diferente. Por dentro era completamente distinta. Habían cubierto todo el suelo de moqueta roja. Habían eliminado particiones; el espacio era continuo. Con cuatro elementos habían transformado una casa y el modo de habitarla. Las casas eran muy sencillas; todas completamente iguales. Pero estaba claro que permitían una gran libertad individual".
Eso lo vivió y nada más.
Pero cuando tuvo 15 años tuvo que decidir qué estudiar recordó los dos momentos y pensó que quería hacer casas. "Así es que me anoté en arquitectura. Nada más empezar fui a la biblioteca y busqué la casa que tanto me había gustado de niña. Y descubrí que era de Kikutake y que era un arquitecto muy famoso". No lo llegó a conocer: "bah, no hice nada para conocerlo".
Pero un día sucedió algo. "Cuando hice la Casa de los Ciruelos me llamó. Me pidió verla. Se la mostré y así lo conocí. Sus comentarios eran extraños. Decía que era una casa transparente. Y no lo era. Pero por transparencia él quería decir que era una casa comunicada, limpia".
Kazuyo ha hecho muchas viviendas pequeñas. Porque ella piensa que "la casa es la célula. Y me atrae mucho su evolución. Pero la gran escala también me interesa. Lo que no haría sería dejar de proyectar viviendas para diseñar sólo grandes edificios. Uno se mide cada vez que hace una vivienda. Todas las viviendas que he hecho ilustran mi biografía arquitectónica, mi evolución como arquitecta, los intereses de cada momento".
Diseñando casas ha asumido riesgos. Porque con ella, además, es bastante difícil que un cliente sepa el resultado, según se comenta. "Lo nuevo cuesta asumirlo. Hoy en día es distinto. Quien me llama quiere una vivienda capaz de responder de otra manera. Hoy no tengo problemas. Ha sido una evolución gradual".
Kazuyo es calladísima. Sacarle estas palabras lleva tiempo, mucho tiempo. "No soy buena expresándome", confiesa. "Me gusta tener amigos. Mi padre sí es callado; mi madre es lo contrario".
"Soy una persona muy lenta. Necesito tiempo. Necesito aprender despacio".
En ese aprender, la moda la interesa. "Y mucho. Pero donde yo crecí, lejos de las grandes ciudades, si era difícil estudiar arquitectura, más difícil aún era estudiar moda. De todos modos, pensaba que sí podía diseñar vestidos con facilidad, vestidos especiales, que me hicieran sentir especial, pero la arquitectura era otra cosa. No tenía ni idea de cómo construir; por eso pensé que debía estudiarla".
El periodista de El País le pregunta por qué le hizo decidir el tipo de arquitectura evanescente que hace. "Al principio, lo que más me interesaba era la planta del edificio: la relación entre el interior y el exterior y entre los espacios de la casa. Ahora me interesa la relación de un edificio con su ubicación. Cada lugar tiene un peso. Y yo decido mis edificios a partir del peso del lugar. Por eso trato de que mis edificios no se aíslen y a la vez tengan vida interior".
Ha dicho que necesita estar cerca de la naturaleza. Pero muchos de sus edificios se cierran al exterior y se vuelcan a una vida interior. Ella responde. "Cuando hago un museo, como el de Nueva York, lo habitual es controlar la luz e incluso las vistas. Pero ahora estoy haciendo una galería completamente transparente en la isla de Innoshima, en Hiroshima. La idea de mostrar una escultura o una pintura como flotando en el paisaje me parece preciosa".
¿Se ha perdido algo para ser la arquitecta que es? "No he sentido que me estaba perdiendo nada. Pero el hecho es que no he podido tener un hijo".
¿Por qué? "Se me ha pasado el momento. Siempre tenía algo que hacer y al final la vida ha pasado”.
(Fuente consultada: El País)



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