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DISEŅO EN ALTAMAR
Relato en primera persona de un crucero por la “Riviera Mexicana”, un modo distinto
de descanso que suma adeptos.
Atiborrarse de comida durante un crucero resulta tan común que suele ser tema de varias bromas. Pero las implicaciones son serias. Yo subí unos 3,6 kilos durante un crucero de siete días por la llamada “Riviera Mexicana” este verano. Mi esposa subió casi tres.
¿Realmente comimos tanto? ¡Vaya si lo hicimos! Pero también hicimos dieta durante varias semanas antes del viaje, porque ésa es nuestra estrategia previa a un crucero. Nos estamos volviendo experimentados en la materia.
Recién hicimos nuestro quinto crucero en un viaje por la Riviera Mexicana, así que conocemos de sobra las tentaciones culinarias. Y reconocemos que, en parte, es por la estupenda comida por lo que viajamos en crucero. Pero hay razones de sobra para hacerlo, incluida la posibilidad de encontrar un destino cálido en los meses de frío (en Estados Unidos), y las actividades a bordo, desde escalar un muro que se asemeja a la ladera rocosa de una montaña, hasta el “karaoke” y las excursiones a los puertos, que incluyeron un recorrido a 100 pies (30 metros) del suelo de una selva, suspendido de una polea tirolesa que lo lleva a uno entre las copas de los árboles.
¿Se puede participar de semejantes actividades a los 60 años? Decidí averiguarlo. Zarpamos en el Vision of the Seas, de Royal Caribbean International.
Es más pequeño que algunos de los barcos colosales en los que habíamos viajado, pero no carecía de comodidades y actividades. Piscinas, saunas, tiendas, vestíbulos, discoteca, mesas de juego, el muro para escalar, concursos en el agua, “karaoke”, espectáculos magníficos de música y baile en el teatro, magos, malabaristas, comediantes... Pero aún así tuvimos tiempo para una siesta o dos.
Y había muchos momentos con la tranquilidad necesaria para leer en la cubierta o cerca de la piscina, o simplemente para mirar las olas. Tampoco faltaron actividades en tierra, en los puertos del Pacífico de Cabo San Lucas, Mazatlán y Puerto Vallarta.
En ese último destino fue donde Gina -de 54 años- y yo reservamos la excursión en la polea.
Después de reservar el recorrido en una oficina de Vallarta Adventures, ubicada junto al muelle, y de hacer un maravilloso viaje de una hora por el campo mexicano en la caja de un camión cubierto por una lona, llegamos con otras 11 personas al lugar donde estaba la polea. En cuestión de minutos nos ciñeron arneses al cuerpo, nos entregaron guantes y nos dieron las instrucciones para participar de la experiencia.
¿Qué debe uno saber? Hay que alzar los pies durante el despegue y el aterrizaje, y usar el guante, provisto de un cojinete adicional de grueso cuero, para aplicar los frenos en el cable de acero sobre el que se desliza uno entre un árbol y otro.
¿Divertido? Lo es, y mucho. Lo volveríamos a hacer sin dudar.
¿Extenuante? No, a menos que se tome en cuenta la caminata para regresar hacia el camión, un recorrido cuesta arriba que llevó unos 20 minutos, pero que incluyó un descanso a medio camino para beber agua.
Luego volvimos a la ciudad. Los aficionados a las compras (nosotros lo somos) encuentran los recuerdos habituales en los puertos incluidos por la travesía. Hay camisetas, coloridas artesanías mexicanas y joyería.
Los recorridos por las ciudades son también atractivos. Vimos una hermosa catedral en Mazatlán y otras construcciones mexicanas maravillosas durante un viaje en autobús.
Para los aventureros, las excursiones incluyen actividades como recorridos en un paracaídas tirado por una lancha, montar a caballo, bucear o conducir por la playa un auto deportivo o una motocicleta.
Pero al volver a bordo, la diversión más tentadora es la que pasa por el paladar. Los restaurantes nunca cierran en algunos barcos.
En otros suspenden el servicio durante algunas horas, pero en cualquier momento del día o de la noche es posible ordenar alimentos llevados a la habitación.
Los pasajeros pueden saciarse en el “buffet”, que incluye una variedad asombrosa de platillos apetecibles. Y siempre hay perros calientes, hamburguesas, pizza y helado (batido o mantecado) al lado de la piscina. Si se prefiere sentarse ante una mesa elegante, hay que ir al lujoso comedor para desayunar, almorzar o cenar.
La experiencia es insuperable. Pescado, carne, una langosta (o dos): los camareros están ahí para complacerlo a uno. Para quienes sienten remordimientos después de semejantes banquetes, la mayoría de los cruceros tienen pistas para caminar o correr en las cubiertas superiores.
No recuerdo cuántas vueltas le dimos a la pista, pero ello sí ayudó a que nos sintiéramos menos llenos... aunque no tardamos mucho en volver a ocupar ese nuevo espacio en el estómago.
Después de que perdamos el peso ganado en el último viaje, quizás volveremos a otro crucero.
Hemos recorrido ya la Riviera Mexicana, Alaska, el oriente y el occidente del Caribe. ¿Somos adictos a los cruceros? Pueden apostarlo. El diseño al servicio del ocio nos sumó a sus filas.

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