>
La octava guerra
El autor considera que todas las guerras libradas por Israel, incluida la que acaba de terminar en Gaza, sirvieron a su expansión territorial.

Relata el profesor Avi Shlaim -revisionista judío, autor de "El muro de hierro" (Editorial Almed)- que tras el Congreso Sionista de Basilea (1897), que proclamó "un hogar en Palestina para el pueblo judío", los rabinos de Viena decidieron enviar dos representantes a Palestina. La misión de investigación concluyó con un telegrama: "La novia es hermosa, pero está casada con otro hombre". Ese telegrama resumía la dificultad de fundar un Estado exclusivo para judíos en un territorio que ya estaba ocupado por una población árabe nativa.

El Congreso Sionista de Basilea resolvió también una cuestión que había quedado abierta desde que Theodor Herzl, el fundador del sionismo, publicó en 1896 su famoso opúsculo "El Estado judío". En esa obra seminal del sionismo, escrita en el período del nacionalismo romántico, consideraba que los judíos no eran sólo un grupo religioso sino una verdadera nación, un pueblo sin Estado. Herzl había sugerido dos opciones para el emplazamiento del nuevo Estado. Una era la tierra bíblica de Palestina. La otra, una tierra, también "deshabitada", situada en la Argentina.

El ala más extremista del movimiento sionista se separó de Herzl. Representada por un ardiente nacionalista judío nacido en Rusia, Zeev Jabotinsky, líder de la facción militar Irgun, era partidaria de la integridad territorial del Gran Israel, ocupando la totalidad de Palestina. Escribió un artículo en 1923 titulado "El muro de hierro", en el cual marcaba lo que ha sido desde entonces la estrategia de la extrema derecha judía. Partiendo del presupuesto que "todo pueblo nativo se resistirá siempre a la colonización por una mayoría extranjera", había que levantar con el uso de una fuerza militar invencible un "muro de hierro" que hiciera que los árabes perdieran las esperanzas en la lucha y aceptaran un Estado judío en toda Palestina.

Gran Bretaña, que tenía un Mandato sobre Palestina, pretendió resolver el problema creado por la creciente inmigración judía en esas tierras mediante un plan de partición del país en dos Estados separados. Ben-Gurion, el líder sionista pragmático, aceptó la partición, pero rechazando las fronteras establecidas por la Comisión Peel como permanentes, con la esperanza de expandir en el futuro las fronteras del nuevo Estado.

En su correspondencia privada Ben Gurion afirma la conveniencia de "erigir un Estado judío de inmediato, incluso si no es en todo el territorio. El resto vendrá con el tiempo, tiene que venir". El ala extrema, representada entonces por Menajem Begin, comandante del grupo terrorista Irgun, contrario a la partición, declaró: "La partición de Palestina es ilegal. Nunca será reconocida y Jerusalén fue y será para siempre nuestra capital. El Gran Israel será restaurado para el pueblo de Israel en su totalidad y para siempre".

En el congreso celebrado en el Hotel Baltimore en Nueva York, en 1942, el movimiento sionista reclamó abiertamente, por primera vez, la totalidad de Palestina. Cabe destacar que ese programa se adoptó sin tener todavía conocimiento de la magnitud de la campaña nazi de exterminio de judíos europeos que se produjo en el Holocausto.

Sin embargo, en noviembre de 1947, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la resolución 181 a favor de la partición de Palestina, otorgando a los judíos el 55% del territorio del Mandato británico. La resolución fijaba un calendario para establecer dos Estados vinculados por una unión económica y un régimen internacional para Jerusalén.

En 1948, con la proclamación del Estado de Israel, las fuerzas armadas judías obligaron a 750.000 palestinos -50% de la población- a tomar el camino del exilio. Pese a que los dirigentes árabes apremiaron a la población palestina a que se quedara, el miedo a sufrir una muerte violenta en la operación de limpieza étnica emprendida hizo que 531 aldeas árabes y 11 asentamientos urbanos quedaran deshabitados. Estos hechos han quedado perfectamente documentados en la investigación emprendida por la corriente revisionista judía (Avi Shlaim, Yakov Rabkin, Ilan Pappé). Este último autor ha sacudido a Israel con la publicación de "La limpieza étnica de Palestina" (Editorial Crítica), en donde sostiene que la misma fue deliberada y organizada desde el principio del Estado con el fin de asegurar una mayoría judía en Israel.

Desde aquella primera guerra de ocupación de territorios, Israel ha librado un total de ocho guerras, la última de las cuales ha finalizado en Gaza. En un contexto de oposición armada a la ocupación ilegal de territorios, siempre ha existido algún pretexto para iniciarlas. Pero, con independencia de los motivos que dieron lugar al inicio de hostilidades, lo único cierto es que las guerras han servido para la expansión territorial de Israel, que ha extendido su territorio del 55% de la Palestina bajo mandato británico al 79% actual (según fronteras de 1967 sin computar los asentamientos). Al día de hoy Israel es un Estado que no ha establecido oficialmente cuáles son sus propias fronteras.

Sin embargo la política de "transferencia" de palestinos continúa: según Amnistía Internacional, entre 1967 y 2003, Israel destruyó más de diez mil hogares palestinos en Cisjordania y Gaza.

La ocupación de los territorios árabes de Palestina ha sido una operación no demasiado diferente del desplazamiento de la población nativa en el Lejano Oeste norteamericano, o a la "conquista del desierto" en la Patagonia argentina u otras por el estilo en África. Aunque injustas, estamos ante hechos históricos consumados e irreversibles, de manera que resulta inadmisible cualquier pretensión de hacer retroceder la rueda de la historia y "echar los judíos al mar".

Pero las Naciones Unidas deberían, al menos, poner límites al expansionismo israelí, atender el derecho de retorno de los expulsados y dar cumplimiento a la resolución 181 de 1948 dotando a los palestinos de un Estado y haciendo de Jerusalén una ciudad abierta a todas las religiones.

La negativa constante de los líderes judíos a la creación de un Estado palestino se refleja en la siguiente anécdota. En la primavera de 1998 los diplomáticos israelíes protestaron vehementemente por unas declaraciones efectuadas por la primera dama de Estados Unidos al decir que "en aras de los intereses de la paz a largo plazo en Oriente Próximo es conveniente que exista un Estado de Palestina, uno con funcionamiento moderno que se encuentre en pie de igualdad con el resto de los Estados".

La mujer del presidente norteamericano era entonces Hillary Clinton, la actual secretaria de Estado de Obama, quien investida de más poder deberá ahora abordar el mismo problema.

 

Aleardo f. Laría

Especial para "Río Negro"



Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí