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¿Sueño o pesadilla americana?
Si para los varones es una empresa riesgosa viajar a Estados Unidos en busca de empleo, en el caso de las mujeres los peligros se suman: los abusos sexuales son moneda corriente tanto en el viaje como en el trabajo.

Entre sus sueños, llegar a Estados Unidos es el final feliz de una travesía por el infierno, pero la realidad es muy distinta para una enorme mayoría de mujeres latinoamericanas que consiguen llegar a la supuesta "tierra prometida" en procura de escapar de la escasez: al norte de la frontera les espera otro tipo de pobreza.

"Sus historias te rompen el corazón", explica emocionada Alma Morales, una texana que preside el MANA, que se presenta como la mayor asociación en Estados Unidos dedicada a la mujer latina.

Como sus compañeros hombres o incluso peor, las mujeres emigrantes de Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador y el propio México deben pasar por un calvario para llegar hasta Estados Unidos.

Extorsiones, secuestros, mutilaciones por el tren y traslados inhumanos terminan siendo problemas menores cuando la muerte puede esperar al girar cualquier esquina.

Las violaciones no son ya ni siquiera novedad: según algunos estudios realizados en México, ocho de cada diez mujeres son abusadas sexualmente en el camino hacia Estados Unidos sin importar si son adolescentes, jóvenes o de edad avanzada.

"Son historias escalofriantes que te ponen la piel de gallina. Hay que escucharlas en primera persona para darse cuenta de la medida real", explicó Claudia Lucero, de la asociación "Durango Unido", de Chicago, en una entrevista con la web especializada "Más voces".

Las más afortunadas logran superar la frontera y llegar al país del Norte sin ser detenidas por la temida "migra", la policía de fronteras. Pero entonces comienza otra odisea diferente, una para la que no todas están mentalmente preparadas.

En Estados Unidos residen unos 14 millones de latinas, según el Centro Hispánico Pew, de las que aproximadamente la mitad nació en algún país al sur de la frontera. De ellas, sólo el 27% asegura que no habla bien el inglés; el restante 73% sufre, independientemente de los años o décadas que lleve viviendo allí, la primera barrera de la discriminación: la del idioma. Pero ésta no es la única, porque ni siquiera tener documentos -explica Morales- garantiza una vida tranquila, por la discriminación que sufren los latinos en el país norteamericano. Aunque no tenerlos resulta todavía peor: "Una mujer indocumentada y en busca de empleo es el blanco perfecto para los abusos".

Los trabajos a los que pueden aspirar no van más allá de limpiar restaurantes, oficinas o casas o cuidar niños durante años. Pronto los sueños de progreso quedan enterrados. "Yo les pregunto a muchas: ´¿Y cuándo te van a hacer supervisora?´. Y su respuesta es muchas veces desmoralizante: ´Ésos son trabajos de hombre´", relata la presidenta de MANA.

Eso cuando su débil posición no las convierte en objeto de acoso sexual o incluso de violación. Morales, que lleva tres décadas luchando contra ello, no se muerde la lengua: "No son sólo anglosajones; también afroamericanos. No sé por qué, pero ven a la mujer latina más exótica y, por su posición dominante, se piensan con derecho a decir o hacer lo que quieran".

Los casos son innumerables y algunos incluso llegaron a las primeras páginas de los diarios. Como el de la empresa de procesado de comida de Laurel, en el estado de Maryland, que fue condenada a pagar en el 2002 un millón de dólares por obligar a veintidós empleadas latinas "durante años" a atender los deseos sexuales de supervisores y compañeros de mayor edad.

Las historias del juicio dieron la vuelta a todo el país. Una de las mujeres fue encerrada en una cámara frigorífica por su supervisor al rechazar sus requerimientos sexuales. Otras dos, que estaban embarazadas, fueron degradadas y después despedidas al negarse a satisfacer a sendos compañeros de trabajo.

Incluso ya sin abusos o sin caer en la prostitución, la vida diaria es enormemente dura. Muchas mujeres dejan atrás hijos e incluso marido y pueden pasar años o décadas sin verlos. La soledad es su principal compañera, tanto que para expulsarla y llenar su vacío en casa fundan una nueva familia en Estados Unidos.

"Pasa menos que con los hombres, pero también pasa", explica Morales quien, habiendo conocido de cerca muchos casos, se confiesa incapaz de condenar moralmente comportamientos semejantes. "Son situaciones bastante dramáticas y tristes de por sí".

Para una ínfima minoría de ellas, sin embargo, existe un resquicio hacia el sueño, la salida de la pobreza. "Todo está en la educación y la formación", explica la presidenta de MANA.

En las diferentes sedes de la asociación por todo el país, afirma, existen centenares de ejemplos de latinas abogadas, doctoras o periodistas que se han labrado un porvenir llegando desde lo más bajo. "No estamos donde deberíamos estar, pero cada vez estamos un poco mejor", sentencia con optimismo.

 

Gonzalo Espáriz

DPA



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