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Y de golpe se fueron | ||
El radical Marcelo T. de Alvear y el general Agustín P. Justo dejaron este mundo en un año en que los dos dibujaban volver .a la Presidencia de la Nación en las elecciones en el ´44. Ambas desapariciones vaciaron la política de liderazgos firmes y .abrieron el camino para el golpe del ´43. | ||
-¡Que venga Marcelo! -dijo Hipólito Yrigoyen una tarde del ´21. Habló con el estilo cansino que siempre lo caracterizó. Y, en París, Marcelo T. de Alvear hizo sus petates. Tomó a su italiana Regina de la mano. Firmó sus últimos papeles como embajador argentino y se embarcó para Buenos Aires. Ganó "El Peludo". ¡Qué interna ni interna! ¿Que los antipersonalistas reclamaban una elección abierta para elegir el candidato del radicalismo para sucederlo? ¡Minga se la iba a dar él! Él era el único elector. Y bajó el dedo sin contemplaciones. "¿Que la Convención chillará? ¡Que chille: yo soy la Convención, carajo!". En sus propias filas, ahí donde estaban sus más fieles escopeteros. Los remanentes de la Revolución del Parque del ´90, también de la conspiración y alzamiento de 1890 y 1905? ahí, en esa inmensa lonja de voluntad y entrega a todo o nada, tronó el disgusto cuando "el viejo" marcó a Marcelo. "Cajetilla". "Oligarca". "La derecha del radicalismo". "Bon vivant". "Oligarca", decía esa legión de boinas blancas en voz alta y a los cuatro vientos, claro, siempre que "El Peludo" no estuviera presente. -Conozco a Marcelo. Lo conozco desde los días de mi tío Leandro -Alem-, lo conocí en las barricadas del Parque. Es hombre de propia tropa -bajaba línea "El Peludo". Y en el ´22 Marcelo fue presidente. El mejor que puso en escena el radicalismo en toda su historia. Un reconocimiento muy restringido en las filas del partido. O, en todo caso, muy dosificado. "El presidente negado", escribirá Félix Luna, que siempre fluctuó entre un amor indulgente para con "El Peludo" y su miserias y la seducción que invariablemente le generó Marcelo. Diez años después de aquel ´22, un ingeniero militar se hacía cargo de darle proyección al golpe del ´30. Se había resistido a liderarlo. Lo dejó en manos de un hombre torpe y fascista: Uriburu. Él se preservó desde su ideario liberal. Se llamó Agustín P. Justo. General. Gordo, muy gordo. Talentoso. Lector empedernido, quizá con Arturo Frondizi el presidente que más biblioteca consumieron. Se sentía a sus anchas en tardes dedicadas a las matemáticas. Casado con una cantante de ópera que conoció en Europa y con la que tuvo varios hijos. Uno de ellos le salió trotskista. Murió hace pocos años, a los 103. Un ser encantador. Sobrio. Irónico. Se llamó Liborio, pero firmaba como "Lodobón Garra" sus libros de historia. Y, cuando su padre era presidente, le acarreó varios disgustos, como aquella tarde del ´36 en que el presidente americano Franklin Delano Roosevelt, sentado junto al general, se preparaba para hablar ante la Asamblea Legislativa en el Congreso de la Nación. -¡Abajo el imperialismo! ¡Muera el imperialismo! -chilló alguien desde las graderías y volvió a chillar. El general levantó la vista. Conocía esa voz. -Métanlo preso -sentenció con ahorro de gestos de disgusto. -¡Pendejo de mierda! -acotó. Y Liborio -por entonces un jovencito rubio y de ojos muy claros- se fue al Portland de la mano de los federales. -Me había preparado bien para pegar los gritos. Me fui al campo y durante dos semanas tomaba claras de huevo y gritaba y mejoraba el grito -comentó una tarde hace muchos años a "Tiempo Argentino". Y su padre, el general, puesto a presidente rescató rápidamente a la Argentina de la crisis del ´30 mediante un decidido intervencionismo estatal. Creó el Banco Central y las juntas de Carnes y Cereales. Obra pública en todas las direcciones. Gobernó un tiempo que sí, es cierto, tuvo mucho de infame. Fundamentalmente en lo político: fraude electoral y restricciones a la libertad no exentas de persecución a la oposición. Y no es menos cierto que modernizó en mucho a la Argentina. Vicente Massot lo define como la última expresión de la generación del ´80. Acierta. En las elecciones del ´38, Justo fue sucedido por Roberto Ortiz. Radical antipersonalista, hombre de la Concordancia que apañaba el general. -Hay que sanear el sistema político... es hora de democracia -le dejó Justo a Ortiz a modo de mandato. Y Ortiz cumplió. Intervino la provincia de Buenos Aires, feudo desde el ´32 del fascista Manuel Fresco. Imperio del fraude y la prepotencia. También de la obra pública. Y fresco volvió a su consultorio de médico, donde colgó una foto de Ortiz cabeza abajo. Alvear, en tanto, trataba de ordenar la carpa radical. Cansados de marchas y contramarchas, de vacío de ideas y de menesteres varios, el partido se vaciaba de jóvenes. Nacía FORJA. Y desde Córdoba irradiaba presencia un médico que usaba delantal hasta los tobillos: Amadeo Sabattini. Goloso a más no poder -comía entre uno y dos kilos de masas por día-, la ceguera fue sometiendo a Roberto Ortiz. Ganó la diabetes. Renunció a la presidencia. Fue el turno de su vice, Castillo. Conservador y pronazi. Corrían los primeros tiempos de los ´40. Justo y Alvear eran las figuras excluyentes para las urnas del ´44. Eran poder. Se miraban con simpatía y hubo hasta quienes los imaginaron en una misma fórmula. Pero, siguiendo aquello tan borgeano de que "morir es una costumbre que suele tener la gente", se murieron. El radical, a fines del ´42; el general, en enero del ´43. Y la política se vació primero. Luego se agitó vía el golpe del ´43. Y fue la hora del peronismo que, como alguien ha escrito, entró a escena como Arlt a la literatura: con prepotencia.
CARLOS TORRENGO |
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