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\"Uno nunca sabe qué es lo que hace pensar\"
La relación entre internet y la lectura, el nivel de la escuela, la influencia .de Borges, la literatura latinoamericana y los críticos literarios. No le tiene miedo a la lectura electrónica: "Se gana en capacidad de llegada y de democratización de lo escrito", sostiene.

En un gesto amable, ofrece café. "¿Con azúcar?". Dos gatos merodean el living. Daniel Link se sienta, fuma y toma café. Uno de los gatos se acomoda a su lado y mira hacia la ventana que da a la calle.

Hay silencio en el departamento del escritor, que escucha cada pregunta sin interrumpir. Se toma unos segundos, apaga su cigarrillo, exhala y comienza a hablar. Pausado. Casi como si leyera: con punto seguido, puntos suspensivos y comas. Gesticula con sus manos. Mira fijo cuando los periodistas preguntan. Y pierde su mirada para responder.

Asegura que la vida de los escritores es aburrida y comenta que tuvo una infancia pobre aunque seguramente no tan pobre como dice en "La mafia rusa", su último libro. "Juego mucho con ese límite impreciso entre lo real y lo ficcional. Que no se sepa muy bien qué cosa es verdadera y qué no. Siempre la jueza del asunto es mi mamá, que lee y dictamina qué porcentaje de verdad hay en lo que publico", dice y no se ríe.

Además de ser profesor universitario, Link es conocido por sus publicaciones y por su Linkillo (http://linkillo.blogspot.com/).

-¿Qué opinás sobre la lectura electrónica y la posibilidad de que se pierda el libro físico?

-No le tengo miedo a eso. Hay muchas razones para sostener que el libro todavía sigue siendo el destino privilegiado de la literatura. Sin embargo, me parece que uno puede publicar on-line textos sueltos y van a tener la misma posibilidad de ser leídos, bien o mal, que si estuvieran en papel. Me parece que efectivamente lo que se gana en la publicación electrónica es una capacidad de llegada e inclusive de democratización de lo escrito, que el libro tal vez no tenga porque a veces no está la certeza de que llegue a una pequeña librería de un pueblo del interior de la Argentina, por ejemplo. En cambio, con una computadora conectada a internet se puede llegar a ese punto y cualquier otro lugar del planeta. Por la vía electrónica hay una capacidad de distribución mucho mayor que la que existe en el objeto libro.

-¿Cuáles son las preocupaciones de este cambio?

-La gente a veces se preocupa por cómo cambian los regímenes de lectura y se pregunta si se puede sostener la atención durante un rato lago. La lectura de una página física no es lo mismo que leer en una pantalla. Esto seguramente es cierto, así como no era lo mismo leer manuscritos en la Edad Media que leer los libros impresos en imprenta. Los regímenes cambian, pero no sólo significa que vayan a lo peor. En este punto se confunde lo que es la tecnología con lo que efectivamente uno puede constatar que es una analfabetización de la ciudadanía como crisis en la escuela. Efectivamente eso existe porque la escuela es mala por una cantidad enorme de factores. Básicamente es responsabilidad de políticas de Estado.

-Que la gente lee menos por internet es un lugar común que no está demostrado, ¿no?

-Las estadísticas que conozco y algunas que he estudiado tienen que ver con que el tiempo de conexión a internet no compite necesariamente con la lectura sino con el tiempo sentado frente a la televisión. En ese punto aplaudo que la gente vaya a internet en lugar de a la televisión, que es una porquería.

-¿Hay algo de ternura en la relación con el libro?

-Sí. Me parece que el soporte libro es mucho más amoroso y tierno. Inclusive, más portable. Con el libro no necesito conexión a internet ni electricidad; con un poco de luz me puedo ir a una plaza a leer un libro cualquiera. En ese punto el libro sigue siendo mucho más accesible y menos dependiente de otros factores.

-Mantiene una individualidad, ¿no?

-Sí. Además está la idea de marcar el libro, algo que hago mucho. Subrayo, hago anotaciones en los márgenes, llaves, signos de admiración y de pregunta... a veces me pongo a dialogar con el libro: escribo, contesto... escribo en el libro cosas que me pasan a partir de esa lectura.

-Tu economía de palabras, ¿está relacionada con el lector y una comprensión más simple?

-Depende lo que esté escribiendo. Me parece que hay cosas que necesitan de un ropaje, de un estilo más lujoso, y otras cosas que no. En la ficción trato de tener una lengua, no digamos transparente porque no creo en la transparencia del lenguaje, pero sí una lengua accesible. No me parece que "Montserrat" y "La mafia rusa" necesiten una complicación retórica diferente de la que tienen. La complicación va por el desorden de las partes, la idea de ir y venir en el tiempo.

-¿Lo que hace pensar?

-Uno nunca sabe qué es lo que hace pensar. Busco cómo crear un hiato entre el presente y el pasado, que haya tal vez un enigma a resolver. Lo que te motiva a veces te puede desordenar el leguaje, dependiendo del efecto que uno quiera conseguir. Mi idea del otro es trabajar con la idea de que la memoria produce destellos movilizantes y uno queda capturado por esos destellos.

-Para eso hay que tener flexibilidad, ¿no?

-Sí... bueno, no sé si se trata de algo innato en mí o, básicamente, del resultado de un ejercicio.

-El resultado de un ejercicio es el resultado de una cultura. Tiene que ver con tu formación.

-Estudié Letras y cuando era muy joven iba a talleres literarios. Mis padres me leían mucho cuando era chico y a mí siempre me gustó leer, incluso antes de la edad escolar. Era muy ávido. Pasé de revistas a libros para niños y después, libros que me parecían grandes desafíos. Soy contemporáneo de Claudio María Domínguez, que contestaba preguntas sobre mitología. Entonces todos nosotros leíamos mitología. Pero el primer libro importante que recuerdo haber leído fue "Sobre héroes y tumbas", de Sábato, a los once años. Me gustó mucho. Después ya pasé a la literatura más vendida de la época: Cortázar, Silvina Bullrich... a ella le debo mucho; es de esos autores que pasaron de moda pero hay que reconocerles que en su momento tuvieron importancia. Hasta que termino el secundario soy un lector voraz, bastante poco disciplinado, que pasa de una cosa a la otra sin ton ni son. Después, cuando uno empieza a estudiar comienza a leer de forma... no sé si metódica, en todo caso, con anteojeras. Si tengo que leer el Quijote no me queda tiempo para leer las novedades.

-¿Te cuesta encontrar el tono de tu literatura?

-No, creo que no siento que me haya costado porque tampoco lo planifico ni lo premedito. Eso me llevaría a estar muy preocupado. No tengo esa cosa flaubertiana de estar excesivamente preocupado. Por supuesto que corrijo, pero en general dejo que fluya y después veo lo que quedó. Estoy escribiendo y no sé qué es lo que va a salir. La evaluación de si da para una novela o para otra cosa es algo posterior. No vivo de la literatura.

-¿Enseñar te influye al momento de escribir?

-Trato de que no. No podría asegurarlo, pero intento poner mi cabeza en blanco para dejarme llevar por una historia que puede surgir de mi cabeza, de algo que veo en la calle o en un libro. Trato de no ser muy teórico en ese punto y trabajar con la mayor inocencia posible. Intento, no sé si lo consigo.

-¿Reconocés la influencia de escritores en tu escritura?

-Creo que en mi generación la influencia de Borges es inevitable, no tanto temáticamente como en la prosa. Cuando uno lo lee por primera vez se pregunta "¿Esto cómo se hace?". Luego tratás de olvidarlo porque, si no, se vuelve paralizante y uno se muere aplastado por esa fuerza. Hay una idea en Borges de ir más allá de la corrección. Pero a mí me gusta mucho Kafka. También Flaubert, a quien adoro, aunque nunca escribí como él ni se me ocurre que tenga influencia en mí. Siempre pienso que, más allá de los gustos, las influencias finalmente provienen de la propia lengua, las familias, la madre, el padre... de la familia que uno puede reconstruir. Borges es como el abuelo loco del cual todos queremos olvidarnos. Puig también es importante; el problema es que siempre se nota su costado sociológico pero no se nota hasta qué punto está inventando un lenguaje.

-¿Tenés un momento para escribir?

-Trato de escribir a la tarde y cortar a eso de las ocho. A veces escribo en la computadora y otras veces en libretas, porque necesito el ritmo de la mano. Depende de cómo vaya escribiendo mentalmente. Siempre tengo una libreta encima para anotar cosas: desde una frase que escucho al pasar hasta una cara o una situación que veo en la calle.

-No te metés mucho en la historia, ¿no?

-No lo hago por dos razones: primero, porque la literatura argentina última es muy obsesiva al respecto, con lo cual llega a un punto de saturación, y segundo, porque la literatura que a mí me gusta es más de presente y futuro que de pasado. Si me lo piden lo voy a hacer, pero no es lo que me sale pensar. Escribo algunas cosas muy puntuales del pasado.

-Hay quienes dicen que la novela y los relatos muy abarcadores están muertos. ¿Qué opinás?

-Supongamos que la novela ha muerto. Está bien. Entonces hay que hacer otra cosa, lo que llamo "novelas calificadas". Yo no escribo novelas, escribo una novela experimental, una novela trash, una novela corta, una novela policial, una novela por entregas. En lugar de lamentarnos por lo que no se puede hacer, tratemos de ver qué es lo que se podría hacer para reemplazar ese vacío. Es cierto que hoy no se puede pensar en una novela como "Cien años de soledad".

-¿Qué pensás de la literatura argentina?

-Creo que la Argentina no se repuso de la crisis del 2001 y dudo de que pueda hacerlo en lo que se refiere a lo político y lo económico. Al mismo tiempo, esto es lo que hace que la Argentina tenga una literatura muy plural y poderosa. De los países latinoamericanos, Argentina tiene la literatura más rica. Con gran dificultad los demás países pueden mostrar uno o dos escritores interesantes de 40 años. Acá tenemos ocho o diez, que no digo que sean buenos pero sí interesantes, y además hay para todos los gustos. La Argentina es el reino de lo imaginario.

-¿Cuál es tu opinión sobre los críticos literarios?

-El problema es que en los medios siempre existe la idea de la valoración y a mí siempre me pareció que lo importante es la contextualización. Lo interesante es contar que salió un libro que tiene que ver con tal o cual tema y no decir si el libro es bueno o malo. Me gusta comparar la crítica con la cartografía: al hacer crítica uno traza como un mapa, y eso creo que se ha perdido un poco. Lo que sucede es que se comentan para decir que es bueno y entonces se lo dan para que lo comente a alguien que le va a gustar. Si leés un suplemento donde aparece, por ejemplo, una novela de Martín Kohan y un libro mío y los dos son bárbaros, escritos por distintos reseñadores, es obvio que a cada reseñador le gustó. Pero es medio insostenible que en un mismo suplemento todo esté bueno. Todo eso porque el juicio ocupa un lugar importante.

 

Juan Ignacio Pereyra

Carlos Torrengo



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