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Y a fines de octubre las constantes promesas a Louise:

"De aquí hasta el final de la Bovary te iré a ver más seguido. (...) Sabés adónde me ha llevado la melancolía de todo esto y de qué me ha dado ganas? De mandar a la mierda, para siempre, la literatura, de no hacer nada más, y de irme a vivir con vos, en vos, y de descansar mi cabeza entre tus pechos en lugar de masturbármela sin cesar, para hacerla eyacular frases. Me decía: ¿el arte vale tanta preocupación, tanto fastidio para mí, tantas lágrimas para ella? Porque te confieso que no soy feliz".

Sin embargo no era tan infeliz y todas estas protestas suenan algo declamatorias. Sobre todo habiéndose comprobado que también mantuvo una prolongada relación amorosa con Juliet Herbert, la institutriz inglesa que llegó a la casa de Croisset para hacerse cargo de la sobrina de Flaubert en 1853, el mismo año en que él escribió esta carta. Pero esto no le impidió una tierna y genuina preocupación por Louise, aunque también aparecía el temor a que estuviera embarazada:

"Sabés que terminás por inquietarme con tus enfermedades? Qué quieren decir esos vómitos? Ya van varios meses que los tenés. (...) Escribime enseguida para decirme cómo seguís. Yo estoy muy cansado esta noche. (Hace dos días que hago plan, porque, por fin, gracias a Dios, mis comicios están hechos, o al menos pasarán por tales, hasta nueva revisión)".

Si Louis Bouilhet, amigo íntimo de Flaubert, fue su segunda conciencia crítica a lo largo de la redacción de "Madame Bovary" (que llevó cinco años), Louise no sólo fue una cómoda amante (Gustave la visitaba muy espaciadamente) sino la depositaria de todas las desazones de su escritura, aunque en el capítulo que sigue al de los comicios va de la desazón al arrebato:

"Hay que quererte para escribirte esta noche, porque estoy agotado. Tengo un casco de fierro sobre el cráneo. Desde las 2 de la tarde (salvo 25 minutos aproximadamente para cenar) escribo la Bovary. Estoy en su Cogida, en pleno, en el medio. Uno suda y tiene un nudo en la garganta. Es uno de las raros días de mi vida que he pasado en la Ilusión, completamente, y de un extremo al otro. Hace un rato, a las seis, en el momento en que escribía las palabras ataque de nervios estaba tan arrebatado, gritaba tan fuerte, y sentía tan profundamente lo que mi mujercita experimentaba que tuve miedo yo mismo de tener uno. Me levanté de la mesa y abrí la ventana para calmarme. La cabeza me daba vueltas. Ahora me duelen mucho las rodillas, la espalda y la cabeza. Estoy como un hombre que ha jodido demasiado (con perdón de la expresión), es decir una lasitud llena de embriaguez. Y ya que estoy en el amor, es bien justo que no me vaya a dormir sin enviarte una caricia, un beso, y todos los pensamientos que me quedan".

Sin embargo, una de las características del oficio de escribir es que casi siempre plantea más in

certidumbres que certezas, y antes de irse a dormir Flaubert se sigue preguntando:

"¿Será bueno esto? No sé (me apuro un poco para mostrarle a Bouilhet un borrador cuando venga). Lo que sí es seguro, es que la cosa marcha desde hace una semana. ¡Que siga! ¡Porque estoy cansado de mis lentitudes! Pero desconfío el despertar, ¡las desilusiones de las páginas pasadas en limpio! No importa, bien o mal, ¡es delicioso escribir! No ser más uno y circular por toda la creación de la que se habla. Hoy me he paseado a caballo por un bosque, en una tarde de otoño, bajo las hojas amarillas, y yo era los caballos, las hojas, el viento, las palabras que se decían y el sol rojo que hacía entrecerrar sus párpados inundados de amor".

Flaubert, que había comenzado "Madame Bovary" en 1851, le escribe a Louise el 13 de enero de 1854:

"En cuanto al final de la Bovary, ya me he fijado tantas épocas, y equivocado tantas veces, que renuncio no solamente a hablar, sino a pensar. Por la gracia de Dios! Ya no comprendo más nada! Se terminará cuando quiera, deba yo morir de fastidio y de impaciencia, algo que me sucedería tal vez, sin la rabia que me sostiene. De aquí a entonces, te iré a ver cada dos meses, como te lo he prometido".

Y a la semana:

"Todavía me faltan de 5 a 6 páginas antes de ir a verte. Tengo que terminar la luna de miel de mis amantes. Escribo ahora cosas muy amorosas y extra-poéticas".

Todo escritor (experimentado o novato) que se interne en la correspondencia de Flaubert se sentirá acompañado; confirmará eso de que todo oficio implica esfuerzo. En los meses siguientes vuelven los retrocesos, las reflexiones sobre el estilo, la autocrítica, las dificultades concretas y las artimañas para resolverlas y también los avances:

"Pasé dos días execrables, el sábado y ayer. Me fue imposible escribir una línea. Lo que he jurado, malgastado papel y pataleado de rabia, imposible saberlo. Tenía que hacer un pasaje psicológico-nervioso de los más sutiles, y me perdía todo el tiempo en metáforas, en lugar de precisar los hechos. Este libro, que no está sino en el estilo, tiene como peligro constante el estilo mismo. La frase me embriaga y pierdo de vista la idea. (...) Y después el viento vuelve a soplar, la vela se hincha. Esta noche en una hora, escribí toda una media página. Tal vez la habría terminado, si no hubiera oído sonar la hora y pensado en vos. (...) Mi trabajo, aunque lentamente y a fuerza de correcciones y reestructuraciones, avanza. En julio vislumbraré el final, todo de una vez, espero. Pero es atroz! El orden de las ideas, eso es lo difícil. Y después, como mi tema es siempre el mismo y sucede en el mismo lugar y ahora estoy en los dos tercios, no sé cómo hacer para evitar las repeticiones. La frase más simple como "él cerró la puerta", "él salió", etc., exige artimañas artísticas increíbles! Se trata de variar la salsa continuamente y con los mismos ingredientes. No me puedo escapar por la Fantasía".

Flaubert, decididamente un neurótico solitario, escribía arropado en su bata china y después

se paseaba por su escritorio, vociferando lo escrito, método que empleaba para corregirse:

"Me he vuelto loco y la garganta me arde, de haber buscado, tallado, cavado, dado vuelta, rebuscado y vociferado de cien mil maneras diferentes, una frase que acaba por fin de terminarse. Es buena. Yo respondo; pero no ha sido fácil!"

El 7 de abril de 1854 le escribe a Louise:

"Vengo de pasar en limpio todo lo que hice después de mediados de febrero, ya que a mi vuelta de París quemé todo. Esto hace trece páginas, ni más ni menos, trece páginas en siete semanas. Por último están hechas, creo, y tan perfectas como me es posible. No tengo que sacar más que dos o tres repeticiones de una misma palabra y romper dos secuencias muy parecidas. Al fin alguna cosa terminada. Era un pasaje difícil: había que llevar insensiblemente al lector de la psicología a la acción sin que se diera cuenta. Voy a entrar ahora en la parte dramática y movida. Todavía dos o tres grandes movimientos y veré el final. En julio o agosto, espero comenzar el desenlace. Cuánto habré padecido, Dios mío!"

"Madame Bovary" se publicó por primera vez en 1857, en la Revue de París, y produjo un escándalo de proporciones. Aunque Flaubert sostenía que el escritor debía ser invisible y no dejar tras de sí más que la obra, la repercusión de esta novela y su apasionante correspondencia felizmente lo contradicen.

(1) "Madame Bovary", de Gustave Flaubert, cuenta la historia de Emma, casada con un médico de pueblo sin ambición ni talento. El matrimonio se instala en un pueblo cercano a Rouen donde Emma, imbuida de fantasías románticas y delirios de grandeza, busca la felicidad junto al terrateniente del lugar y después, con un estudiante de Abogacía. El marido no ve las infidelidades de su mujer, sus deudas crecientes y la desesperación que la lleva al suicidio. A causa de su descripción de la mediocridad provinciana y del adulterio y suicidio de la protagonista, Gustave Flaubert tuvo que enfrentar un juicio por ofensas a la moral pública y a la religión.

(2) El título de este ensayo alude a un comentario de Flaubert que figura como epígrafe de la obra de Vargas Llosa: "El único medio de soportar la existencia es aturdirse en la literatura como en una orgía perpetua" (carta a Mlle. Leroyer de Chantepie, 4 de setiembre de 1858).

(3) "El estilo indirecto libre consiste en acercar tanto el narrador de un relato al personaje, que la frontera entre los dos desaparece y el lector no sabe si lo que lee está dicho por el narrador o pensado por el personaje, como por ejemplo este pasaje en el que la voz del narrador se confunde con el monólogo silencioso de Charles Bovary: 'Hasta el presente, qué había habido de bueno en la existencia? Su tiempo de colegio, donde quedaba encerrado entre esos altos muros, solo en medio de sus camaradas más ricos o más fuertes que él, a los que hacía reír por su acento...'". Vargas Llosa, Mario (1983) "La orgía perpetua", España, Editorial Bruguera.

(4) Flaubert tenía confianza total en la opinión de su amigo Louis Bouilhet, quien a lo largo de la redacción de la novela fue una suerte de segunda conciencia crítica del escritor.

(5) El dentista de Flaubert.

Fragmentos de la correspondencia traducidos por Luisa Peluffo: Flaubert, "Correspondance", París, Gallimard. Pléiade, 1980, tomo II.

Obsesiones de las letras



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