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FRAGMENTO

Y le tomó la mano. Ella no la retiró.

"¡Conjunto de buenos cultivos!" exclamó el presidente.

Hace poco, por ejemplo, cuando fui a su casa...

"Al señor Bizet, de Quincampoix".

¿Sabía que la acompañaría?

"¡Setenta francos!"

Cien veces quise marcharme y la seguí, me quedé.

"Estiércoles".

¡Cómo me quedaría esta tarde, mañana, los demás días, toda mi vida!

"Al señor Carón, de Argueil, medalla de oro".

Porque nunca he encontrado en el trato con la gente una persona tan encantadora como usted.

"¡Al señor Bain, de Givry Saint Martin!"

Por eso yo guardaré su recuerdo.

"Por un carnero merino..."

Pero usted me olvidará, habré pasado como una sombra.

"¡Al señor Belot, de Notre Dame!..."

¡Oh!, no, verdad, ¿seré alguien en su pensamiento, en su vida?

"¡Raza porcina, premio ex aequo: a los señores Lehérissé y Cullembourg, sesenta francos!"

Rodolfo le apretaba la mano, y la sentía completamente caliente y temblorosa como una tórtola cautiva que quiere reemprender su vuelo; pero fuera que ella tratase de liberarla, soltarla, o bien que respondiese a aquella presión, hizo un movimiento con los dedos; él exclamó:

¡Oh, gracias!, ¡no me rechaza!, ¡es usted buena!, ¡comprende que soy suyo! ¡Déjeme que la vea, que la contemple!

Una ráfaga de viento que llegó por las ventanas arrugó el paño de la mesa, y en la plaza, abajo, todos los grandes gorros de las campesinas se levantaron como alas de mariposas blancas que se agitan.

"Aprovechamiento de piensos de semillas oleaginosas", continuó el presidente.

Y se apuraba.

"Abono flamenco, cultivo del lino, drenaje, arrendamiento a largo plazo, servicios de criados".

Rodolfo no hablaba. Se miraban. Un deseo supremo hacía temblar sus labios secos; y blandamente, sin esfuerzo, sus dedos se entrelazaron.

 

(Fragmento del capítulo VIII, segunda parte, de "Madame Bovary")



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