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Padecimientos de la escritura | ||
Gustave Flaubert y Louise Colet (LUISA PELUFFO-especial para "Río Negro") | ||
El escritor Gustave Flaubert y Louise Colet se conocieron en 1846, en el estudio del escultor James Pradier; ella posaba para un busto. Entonces Flaubert tenía 24 años y era un desconocido, mientras que Louise -una mujer muy atractiva, casada con el músico Hippolyte Colet- escribía poemas que ya le habían dado cierto prestigio. Según parece, después del primer encuentro entre ambos, Pradier le comentó a Louise que Gustave quería dedicarse a la literatura y le sugirió que lo aconsejara. Lo que ella nunca imaginó fue que las cosas sucederían al revés y que quien corregiría, implacable, sus poemas sería él. Tampoco previó que se enamoraría perdidamente y que Gustave, en vez de dedicarle toda su atención amorosa, la abrumaría con las desazones de la escritura de su famosa novela "Madame Bovary" (1). Las cartas que le envió casi diariamente entre 1846 y 1855 desde su casa en Croisset dan cuenta de las glorias y miserias (más miserias que glorias) de su relación y, sobre todo, del oficio de escribir. Asomarse a la correspondencia de un escritor, aunque se trate de media correspondencia, como en este caso -ya que las cartas de Louise a Gustave fueron destruidas por éste-, nos ubica en una privilegiada ubicación de voyeurs literarios. Entre otras cosas, asistimos a las vicisitudes padecidas por el autor al escribir el VIII capítulo de la segunda parte de Madame Bovary, notable por su descripción casi sinfónica de "los comicios agrícolas", una feria-exposición pueblerina de ganadería y agricultura. En Yonville, pueblo de la provincia francesa donde transcurre la acción, "los comicios" revestían una importancia desmesurada y Flaubert -para quien este tipo de eventos era una muestra de la mediocridad humana- se documentó, lápiz y papel en mano, asistiendo a uno en un pueblo cerca de Rouen. (Ver fragmento en recuadro) En este capítulo, cuya redacción le insumió tres meses, aparecen y hablan casi todos los personajes de la novela. Está compuesto como una partitura en la que se entrelazan varios temas, alternados como líneas melódicas. Hay descripciones del ambiente, de los objetos y del paisaje y de determinados olores, colores, movimientos y sentimientos y, en medio de todo esto, un hombre que emprende la ardorosa conquista de una mujer. En la plaza donde se están dando los premios se oyen los discursos solemnes, los mugidos de los animales y las conversaciones de la gente. El diálogo de seducción entre Rodolphe y Emma se va intercalando entre todo lo demás. Están en el primer piso del ayuntamiento, como en un palco, y sus voces apasionadas se mezclan en doble discurso con las de los oradores, el presidente del jurado y todo lo que sucede. Sin embargo, el capítulo de los comicios agrícolas de "Madame Bovary" no hizo historia como la tórrida escena del carruaje en la misma novela o -rememorando otro hito de la literatura- el episodio de la Magdalena en "A la búsqueda del tiempo perdido" de Proust. Sin embargo, Proust no sería Proust de no haber existido previamente Flaubert. En realidad todos los escritores que sucedieron a Flaubert le deben la invención del estilo indirecto libre; como señala Mario Vargas Llosa en el ensayo "La orgía perpetua" (2), ése fue su gran aporte técnico y abrió una puerta hacia la subjetividad del personaje (3). Por otra parte -también según Vargas Llosa- ningún otro escritor salvo Tolstoi ha sabido transmitir con tanta maestría las acciones de una multitud como Flaubert en el capítulo de los comicios agrícolas de "Madame Bovary". Siguiendo las vicisitudes de Flaubert, a través de su correspondencia es posible comprobar que fue plenamente consciente de la novedad que incorporaba en este capítulo, porque en la carta que le envió a Louise Colet el 12 de octubre de 1853, le dice: "Bouilhet (4) pretende que será la escena más bella del libro. De lo que sí estoy seguro, es de que será algo nuevo y de que la intención es buena. Si en alguna ocasión se ha logrado llevar a un libro los efectos de una sinfonía, será en éste. Es preciso que todo el conjunto aúlle, que se oigan al mismo tiempo los mugidos de los toros, suspiros de amor y frases de administradores". Ya antes, en setiembre, le había escrito: "Esperaba una carta tuya, amor querido, para saber adónde enviarte ésta. Si mañana no tengo, te la enviaré no obstante a la calle Sèvres. Cómo te compadezco por tus dolores de dientes y cómo admiro tu coraje al haberme escrito tranquilamente desde lo de Toirac (5), esperando la operación! Además, ya que es una de atrás, no es más que un mal a medias. Yo encuentro que de todas estas decadencias físicas las que menos importan son las que no se ven. También la pérdida de mis cabellos me ha fastidiado realmente. Ahora ya estoy jugado, a Dios gracias y hago bien! Porque de aquí a dos años no sé si me quedará algo como para tener un cráneo. (...) Retomé la Bovary. Desde el lunes casi cinco páginas; casi es la palabra, hay que volver a ponerse. Qué difícil es! Tengo bastante miedo de que mis comicios sean demasiado largos. Es un lugar difícil. Tengo a todos los personajes de mi libro en acción y en diálogo, unos mezclados con otros, y por allá arriba un gran paisaje que los envuelve. Si lo logro, será bien sinfónico". Pese a las dificultades, la carta se cierra con la esperanza de alcanzar esa meta. Pero en la siguiente, del 12 de setiembre, vuelven la desazón y las quejas: "...la cabeza me da vueltas de fastidio, de desaliento, de fatiga! Me he pasado cuatro horas sin poder hacer una frase. Hoy no he escrito una línea, o más bien he garabateado cien! Qué trabajo atroz! Qué aburrimiento! Oh! El Arte! El Arte! Qué es esta quimera rabiosa que nos muerde el corazón, y por qué? Es una locura padecer tanto! Ah! La Bovary, no se me olvidará! (...) Se paga caro, el estilo! Recomienzo lo que ya hice la otra semana. Dos o tres efectos fueron juzgados equivocados ayer por Bouilhet, y con razón. Tengo que demoler de nuevo casi todas mis frases". Siempre durante setiembre, trabaja como un poseso y le escribe a Louise: "La literatura es una vesícula que me pica. Yo me rasco por ahí hasta la sangre". Él la padece en la piel, frontera y contacto con el exterior, así como el disgusto de haber encarado el proyecto de esta novela que transcurre en un medio totalmente ajeno a su temperamento y sensibilidad: "Lo que me mata no es ni la palabra ni la composición, pero mi objetivo. No tengo nada que sea excitante. Cuando encaro una situación, me asquea de entrada por su vulgaridad. No hago otra cosa que dosificar mierda. El fin de semana que viene espero estar en medio de mis comicios. Será infame, o muy bello". Flaubert se sentía mucho más ligado al romántico exotismo de "Salambó", que sería su próxima obra. Durante la escritura de "Madame Bovary" los perso najes y la ambientación le exigen una documentación ajena a sus gustos y temperamento y una planificación absolutamente racional, especialmente en el capítulo que nos ocupa, y siempre lo acechan la desazón y la inseguridad: "Trabajé bien hoy. En ocho días estaré en medio de mis Comicios que empiezo ahora a comprender. Tengo un revoltijo de bestias y de gente mugiendo y charlando, con mis enamorados arriba, que será bueno, creo". Y una única certeza: "Hay que encerrarse y continuar de cabeza en su obra, como un topo". Pero, aun sumergido en su novela, preocupación en particular por la salud bucal de Louise y por el dolor físico en general: "¿Tenés todavía tu diente? Hacételo sacar enseguida a pesar de lo que te dice Toirac. Es una manía moderna de estos graciosos (...) no hay nada peor en el mundo que el dolor físico. Estoy casi en el medio de mis comicios (hice 15 páginas este mes, pero no terminadas). Es bueno o malo? No sé. Qué dificultad el diálogo, cuando uno quiere sobre todo que tenga carácter! Que sea vivo, preciso y siempre notable siendo banal al mismo tiempo, esto es monstruoso y no sé de nadie que lo haya hecho en un libro. (...) Anoche, volví a recomenzar con un nuevo plan mi maldita página de los faroles que ya escribí 4 veces... hay que ver al gentío aullando de asombro y felicidad; y esto sin carga ni reflexiones del autor". Según Julian Barnes, "parte de la estrategia literaria de Flaubert fue la de tratar su correspondencia como un desbordamiento, una salida que purgaba el yo intruso y ayudaba a liberar la ficción hasta alcanzar la impersonalidad": "Me decís que a veces te asombran mis cartas. Encontrás que están bien escritas. Qué gracia! Aquí, escribo lo que pienso. Pero pensar por los otros, como ellos hubieran pensado, y hacerlos hablar, qué diferencia! En este momento, por ejemplo, vengo de mostrar, en un diálogo que gira sobre el "estado del tiempo", a un individuo que debe ser a la vez un buen chico, común, un poco sinvergüenza y pretencioso! Y a través de todo esto, uno tiene que ver que él avanza en su conquista". Para Flaubert, todas las dificultades que se experimentan al escribir vienen de falta de orden. Está convencido de esto, le dice a Louise, y de que si uno se encarniza con un giro o una expresión que no viene "es que no tenés la idea". Pero Flaubert tenía la idea, vaya si la tenía. Sin embargo, en octubre le escribe: "Tengo la cabeza en llamas, como me sucede después de largos días a caballo. Es que hoy he cabalgado rudamente mi pluma. Escribo desde el mediodía sin parar (salvo de vez en cuando cinco minutos para fumar una pipa, y una hora para cenar). Mis comicios me aburrían tanto que dejé ahí, porque hasta que estén terminados... Y no haré más que eso a partir de hoy. Dura demasiado! Como para reventar y además quiero ir a verte. (...) Bouilhet pretende que será la escena más bella del libro. De lo que estoy seguro es de que será nueva y que la intención es buena. Si alguna vez los efectos de una sinfonía han sido reportados en un libro, será en éste. Tiene que aullar en conjunto, que se oigan a la vez los mugidos de los toros, los suspiros de amor y las frases de los administradores. Hay sol sobre todo eso y golpes de viento que hacen mover los grandes gorros. (...) Llego a lo dramático nada más que por el entrelazamiento del diálogo y las oposiciones de carácter. Ahora estoy en pleno. Antes de ocho días habré pasado el nudo del que depende todo. Mi cerebro resulta pequeño para abarcar de un solo vistazo esta situación compleja. Escribo diez páginas a la vez saltando de una frase a la otra". Tironeado entre Louise y "Madame Bovary", Flaubert siempre privilegia a esta última, aunque -hay que reconocerlo- no sin antes intentar complacer a ambas: "Cómo podés creer que te olvido? -le escribe a la semana siguiente- De dónde viene esa idea descabellada que te has metido en la cabeza? Hago todo lo posible por apurar mis malditos comicios, para ir a verte más pronto; pero estoy desesperado, tengo que rehacer todo mi trabajo de esta semana. Venimos, con Bouilhet, de tener una discusión de tres horas a propósito de 5 páginas. Terminé por rendirme a sus razones. Pero qué infierno! Pierdo la cabeza, es como para ahorcarse". Pero no la pierde ni se ahorca, la decisión de resolver el capítulo de los comicios agrícolas y terminar de una vez su novela es mucho más fuerte que cualquier obstáculo: "Estoy fastidiado, y humillado de impotencia. Lo fundamental de mis comicios está para rehacer, es decir todo mi diálogo de amor en el que no estoy más que a la mitad. Me faltan las ideas. Por más que me rompa la cabeza, el corazón y los sentidos, no brota nada. Me pasé todo el día, hasta ahora, dando vueltas por mi escritorio sin poder, no solamente escribir una línea, sino encontrar un pensamiento, un movimiento! Vacío, vacío completo". La desazón también implica dolencias físicas: "Este libro en el punto en el que estoy, me tortura de tal manera (y si encontrara una palabra más fuerte la emplearía) que a veces estoy enfermo físicamente. Desde hace tres semanas que a menudo tengo náuseas hasta desfallecer. Otras veces son opresiones o ganas de vomitar. Todo me da asco. Hoy creo que me hubiera ahorcado con delicia, si el orgullo no me lo hubiera impedido. A veces estoy tentado de mandar todo a la mierda y a la Bovary en primer lugar. (...) Te iría a ver enseguida, pero estoy tan irritado, irritante, huraño, que te haría un triste regalo con mi visita". Dos días después, renace el optimismo: "La Bovary vuelve a funcionar, Bouilhet ha estado contento el domingo. Pero estaba en tal estado de ánimo y tan dispuesto a lo tierno (no hacia mí por supuesto) que tal vez la ha juzgado demasiado bien. Espero una segunda lectura para estar convencido de que voy por buen camino. No debo estar lejos sin embargo. Estos comicios me exigirán todavía seis lindas semanas. Pero ya no tengo más que dificultades de ejecución. Después habrá que escribir el todo, porque está un poco estropeado como estilo. Muchos pasajes necesitarán ser reescritos y otros desescritos. Así, habré estado desde julio hasta fin de noviembre para escribir una escena! Y si me divirtiera encima!" Flaubert se planteó la escritura de "Madame Bovary" como ejercicio racional de estilo, dejando de lado proyectos literarios que escribió después y que le interesaban mucho más como "Salambó", "La educación sentimental", "La tentación de San Antonio", "Tres cuentos" y "Bouvard y Pécuchet", que no alcanzó a terminar. Es muy interesante que "Madame Bovary", novela que nunca terminó de gustarle, sea su obra maestra. Uno se queda pensando en la capacidad de los autores para juzgar sus propias obras: "Este libro, con todo lo logrado que pueda estar, no me gustará jamás. Ahora que lo comprendo bien en su totalidad, me asquea. Tanto peor, habrá sido una buena escuela. Habré aprendido a hacer diálogo y retrato".
CONTINÚA EN LA PÁG. 4
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