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Un lugar de “éxitos fugaces y fracasos duraderos”

Poder dentro del máximo poder mundial, la CIA nació, se extendió y sigue siendo un dolor de cabeza para la Casa Blanca. Un libro ganador del Pulitzer 2007 pasa revista a toda esa historia y presente, que se convirtió en libro de cabecera de Obama.

Cuando Tomás Eloy Martínez cerró la última página

del libro, sacó una conclusión: “Nadie sabe cuánto daño

le han hecho a la paz del mundo los agentes y directores

de la CIA. Sin duda más del que se sabe, pero menos del

que se llegara a saber cuando se debilite la omnipotencia

con que dispuso de vidas humanas y gobiernos cómplices

en todos los continentes, desde que Harry Truman

la fundó en 1947”.

Conclusión terminante. Dura. Áspera.

Pero resulta complejo no llegar a la misma apreciación

cuando se lee “Legado de cenizas. La historia de la

CIA”, del periodista de “The NewYork Times” TimWeiner

(*).

Es una investigación impecable.

Un trayecto donde el periodismo se encuentra con la

historia para enlazarse en la tarea común de desmenuzar

para explorar y desmenuzar un poder que con 60 años de

vida se devora anualmente un piso de 50.000 millones

de dólares a modo de presupuesto, cuya magnitud

siempre orilla lo secreto.

Con su libro, prosa sencilla, inmensa economía de

palabras y sólido manejo de fuentes, TimWeiner ganó,

primero, su segundo Premio Pulitzer. Segundo, la atención

de Barack Obama, quien asumió el libro como su

compañero de viaje a lo largo de la campaña electoral

que lo llevó a la Casa Blanca.

El tema del libro de TimWeiner es el poder. O en todo

caso los términos o una de las naturalezas con que los

Estados Unidos aplican poder para controlar defenderse.

Ésta es la perspectiva macro que define la investigación

del periodista estadounidense, que consumió una

década de trabajo para plasmarla.

Contenidos en ese marco, la lectura arroja un resultado

tajante: la historia de la CIA es la historia de una incompetencia.

Y es también el relato de un sistema de decisión que,

desde lo instrumental, es también una historia no ajena

al uso de lo extremadamente brutal en función de garantizar

la seguridad de los Estados Unidos.

Pero brutales no sólo en ese plano. Sino brutales

desde el dictado de las percepciones con que la CIA

ayudó a equivocarse a 11 presidentes de los Estados

Unidos en el manejo de temas críticos de la política exterior

norteamericana.

Diagnósticos errados. Información, cuando no ajena

a la realidad, filtrada por el enemigo. Diferencias entre

la burocracia que lidera la agencia y los núcleos operativos

que inexorablemente llevan a dos resultados: a)

mal asesoramiento al poder político para definir cursos

de acción; b) desconfianza, a modo de un ida y vuelta

permanente en el interior de la CIA, que conduce incluso

a la pérdida de vidas propias, cuando no a un drenaje impresionante

de recursos.

Vietnam es, en relación con toda esta cultura, un

tema queWeiner explora con minuciosidad. Ese pantano

que aún lacera la vida de los Estados Unidos (“Salgan de

ahí cuanto antes”, le había advertido Charles De Gaulle

al entonces muy joven presidente John Kennedy) es, en

manos de TimWeiner, un modelo de la arrogancia que

suele afectar al poder. El libro avanza en ese tema no

desde aquello que Richard Nixon denunció en “No más

Vietnams” (Edt. Planeta) como cháchara de papagayos:

“En Vietnam nos situamos en el lado equivocado de la

historia”. Sin asumirlo como fuente, en los hechos Tim

Weiner avanza en consonancia con dos reflexiones de

aquel mandatario al que le tocó admitir la derrota de los

Estados Unidos en el sudeste:

* Una: “Nuestro error principal consistió en ignorar

una de las leyes más estrictas de la guerra: no entrar

nunca en un conflicto bélico sin saber cómo se va a

salir”.

* Otra: “Las sucesivas administraciones americanas

incrementaron nuestra intervención en Vietnam del Sur:

primero ayuda, luego consejeros no militares y, finalmente,

tropas de combate, sin tener una idea clara de

cómo esta intensificación progresiva contribuiría a alcanzar

nuestro objetivo. Los políticos basaban sus decisiones

en lo que era necesario para impedir la derrota y

no en lo que precisábamos para obtener la victoria”.

Como lo demuestra claramenteWeiner, en la formulación

de todo ese desaguisado, por parte de la Casa

Blanca, la CIA fue un protagonista de primer rango.

Sin embargo, Vietnam le sirve al investigador para

rescatar una figura permanente en el esquema de poder

de la CIA: Richard Helms. Director entre 1966 y 1973

de la Compañía, como se designa generalmente a la CIA

en el mundo de la inteligencia, pero miembro de ella

desde mucho antes, Helms queda bien parado por dos

razones, como mínimo. La primera: desde finales de la

administración Eisenhower, vislumbra que los Unidos

se enredaron peligrosamente en Vietnam. La segunda:

cuestiona la política de asesinatos por parte de la CIA de

líderes opositores a los Estados Unidos. “Si empiezas

asesinando a un líder extranjero, ¿por qué los de afuera

no tendrían derecho a matar también a uno de sus propios

líderes?, es el argumento que sostiene Helms.

Pero Helms estuvo en soledad en tiempos en que la

Guerra Fría se jugaba en cada metro de tierra y agua que

diera forma al planeta.Y durante su mandato, la CIA asesinó

sin asco. El “Che” Guevara, por caso.

Helms, aun sin ser director de la CIA, fue despreciado

por John y Robert Kennedy. Le acreditaban –en tanto jefe

de Operaciones– el fracaso de Bahía Cochinos, la invasión

a Cuba financiada porWashington para derrocar a

Fidel Castro. Pero en entrelíneas, Weiner desliza que

aquel desprecio también tuvo mucho que ver con la autonomía

de pensamiento y criterio con que se movió

siempre el jefe de inteligencia.

Así, Helms es útil al autor del libro para demostrar un

flanco de los hermanos Kennedy poco explotado por la

investigación histórica: la obsesión por asesinar a Fidel

Castro. Una decisión que por momentos parecía estar por

encima de las posibilidades técnicas para cumplir con el

objetivo.

No se trata de no conocerse que los Kennedy incluso

entablaron negociaciones con la mafia –Sam Giancana

concretamente– para liquidar a Fidel. Es algo más profundo

lo que se extrae del libro en esta materia. Algo no

explicitado en términos absolutos, sino deslizado suavemente,

casi como promoviendo en el lector el surgimiento

de una idea que contradice cierto convencimiento

que viene del fondo de la historia sobre la relación del

dúo Kennedy con la CIA: vivieron acorralados por la

Compañía.

No fue tan así, se desprende del libro de TimWeiner.

Y en su libro “Bush en guerra” (Editorial Península)

cuenta BobWoodward –aquel periodista del casoWatergate–

que en la mañana del 11 de setiembre del 2001 el

director de la CIA, George Tenet, desayunaba en Washington

con el senador demócrata David Boren. El

rostro de Tenet reflejaba inquietud.

- ¿Qué te preocupa en estos días?- le preguntó Boren.

- Ben Laden- respondió el líder de la CIA.

Minutos después, un colaborador se le acercó.

- Señor, tenemos un problema grave- le dijo.

- ¿Qué ocurre?- preguntó Tenet, dando a entender que

no había nada que ocultar al otro comensal.

- Han atentado contra una torre del World Trade

Center, le respondieron. Rato después, los atentados eran

dos.

Para esa hora, en Sarasota, Florida, George Bush estaba

frente a un grupo de pibes de un colegio. Sólo sabía

del choque de un avión con una de las torres. Pero se le

acercó su jefe de gabinete, Andrew Card:

- Un segundo avión ha chocado contra la otra torre.

Estados Unidos está siendo atacado- le dijo y el color y

gesto que ganaron el rostro del presidente están inmortalizados

por algunas placas impecables.

Luego de pasear por los 60 años de vida de la CIA, en

el remate de su libroWeiner desnuda la ineficacia de la

CIA en relación con neutralizar, por un lado, a Ben

Laden; por el otro, a anticiparse a sus acciones, a pesar de

estar persuadida de que ya estaba en progreso un ataque

devastador. El investigador muestra cómo desde 1988,

momento en que Al Qaeda entra en la mira de la CIA,

ésta se convierte en un manojo de nervios y nada más que

nervios muy histéricos, incluso, destinados a matar a Ben

Laden. Podría sintetizarse ese capítulo de fracasos en un

renglón: “¡Está aquí!”, “¡no, está allá”.

Una frenética búsqueda alentada por el convencimiento

de que con la eliminación del líder de Al Qaeda se

terminaba el terrorismo de gran escala.

En ese marco, es sabroso cómo Tim Weiner abre la

caja de mentiras con que se movió Estados Unidos para

invadir Irak. “El pueblo estadounidense ha perdido la fe

en la capacidad de la CIA para dar en el blanco”, sentencia

el agudo periodista.

En todo caso, un problema más para el morocho Barack

Obama.

 

CARLOSTORRENGO

carlostorrengoðhotmail.com

(*) Editorial Debate, 2008.



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