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Heroeína, ese vicio nacional
Gran parte del país deportivo parece anclado en el éxito del Mundial ´86 y eso se refleja en la selección actual. La determinación de elegir a Maradona como entrenador no es lógica ni racional. Aunque sí muy argentina.

1986 fue un año que marcó a los argentinos para siempre. Ganar un campeonato mundial de fútbol en el exterior fue un sueño tan almibarado como cautivante y contar, además, entre nuestras filas con el mejor jugador del planeta, como beber del néctar más exquisito.

Fue la fantasía deportiva hecha realidad. La más mágica jamás imaginada. Para un pueblo que hace un culto del fútbol, estar en lo más alto del firmamento ecuménico tuvo un efecto embriagador.

La historia -y sus protagonistas más recientes- quisieron que esta epopeya no volviera a repetirse hasta nuestros días. Ni siquiera las rutilantes preseas de Atenas o Pekín pudieron encandilar aquella recordada gesta mexicana.

Fuimos los nuevos ricos del balompié internacional por cuatro años hasta que el fatídico penal de Andreas Brehme decretó el final de aquel hechizo. A partir de allí la melancolía "de no volver a ser" y la necesidad, por si acaso, de confirmar lo ocurrido llevó a que quedáramos "tildados" del ´86, observando alelados una y mil veces el gol de los goles contra los ingleses.

Allí quedamos, viviendo del recuerdo, con un estadio Azteca que reconocemos de memoria y con una alineación nacional que podríamos recitar, sin hesitar, de corrido.

El efecto de aquel éxito caló hondo en sus protagonistas, aunque de distinta manera. Los jugadores recibieron un baño de bronce y fueron tratados como verdaderos héroes; los dirigentes pasaron a ser señores ejecutivos y el público, un comensal de exigente paladar.

 

Veintidós años más tarde?

22 años más tarde el magnetismo de aquel éxito y la sequía posterior han llevado a suponer que el cuerpo técnico de la selección argentina debía surgir de aquel mítico grupo de jugadores. Así, bajo la forma de una curiosa "monarquía parlamentaria", arrancó un nuevo proceso. Acostumbrados a un inmemorial unicato, este nuevo formato en que no se sabe quién es el rey (Grondona, Maradona o Bilardo) ni tampoco quiénes son sus ayudantes recuerda a aquella presunta frase de Perón que aludía a "formar una comisión para que no pase nada".

La determinación de elegir al mejor jugador argentino de todos los tiempos como entrenador de la selección nacional, mal que nos pese, nos es lógica ni racional. Pero sí una decisión auténticamente argentina.

Aunque parezca una verdad de Perogrullo, en la elección del actual cuerpo técnico de la selección argentina se ha soslayado la capacidad de gestión y de conducción con la que debe contar un entrenador de elite. Se ha buscado -autopostulación mediante- a un solista inigualable para un cargo de director de orquesta.

Una intrascendente foja de servicios como técnico no ha sido óbice para poner entre sus manos la batuta de la celeste y blanca.

En este pan y circo al que nos tiene acostumbrados el magnate de la AFA se han privilegiado las aguas de la popularidad y del negocio.

El marketing que la designación ha generado y la expectativa que provoca este nuevo capítulo de una historia viviente eximen de mayores comentarios sobre el particular.

La resolución aparentemente riesgosa no lo es tal. Después de todo, ¿quién va a criticar al bueno de don Julio por haber hecho el intento de cambiar la camiseta más exitosa de la historia por un almidonado traje de DT?

 

Éxito más adrenalina

Aunque cueste admitirlo, el éxito no se transfunde ni se traspasa por ósmosis. Son pocas las personas capaces de metabolizarlo, primero para asimilarlo y luego para transferirlo a otros.

El éxito tiene códigos propios. En el negocio del fútbol profesional de hoy depende pura y exclusivamente de los resultados. Y serán éstos los que impiadosamente y sin mirar a quién -ni siquiera a Maradona- en definitiva mandarán.

Quizá en esta adrenalina de trabajo y azar, en este no poder bajar los carteles de la marquesina, en esta nostalgia del éxito, en esta necesidad de generar o recrear "héroes" que tenemos recurrentemente los argentinos, esté encerrado el costado irresistiblemente seductor de la heroeína. Si no, no podría explicarse cómo un ex jugador que consiguió con tanto esfuerzo un equilibrio emocional fuera de la cancha vuelve a someterse a la "trituradora de carne" que supone el cargo de director técnico nacional.

Las partidas de "animales del fútbol" como Bielsa, Pekerman y Basile son un elocuente testimonio de dicho desgaste.

¿Cómo podría comprenderse que un ex entrenador consagrado como Carlos Bilardo devenido en periodista y secretario de Deportes provincial abandone aquellas cómodas aguas para escribir una nueva página de su pigmaliónica historia junto a Maradona?

¿Qué es lo que hace que un viejo dirigente acepte dejar de lado la opinión de la gente -recordemos que Carlos Bianchi dominaba ampliamente las encuestas- para aceptar una estructura llena de carteras sin funcionarios a la vista y con cortocircuitos a la orden del día?

¿Qué es lo que lleva a que un pueblo consienta mansamente y hasta con alguna expectativa los primeros pasos de una nueva conducción?

Varias de estas preguntas encuentran su respuesta en la necesidad de volver a tener un héroe, un salvador, alguien que nos devuelva el fulgor del esplendor perdido.

Mientras la heroeína hace estragos, se escucha de fondo el tan vociferante como esperanzado grito de la tribuna: "...volveremos a ser campeones, como en el ´86...".

 

MARCELO ANTONIO ANGRIMAN (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Abogado. Profesor nacional de Educación Física. Autor de "Legislación de la actividad física y el deporte"

marceloangriman@ciudad.com.ar



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