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Píldoras para seguir leyendo | ||
Humor sin carcajadas pero con efecto residual; moderno y posmoderno más allá de cualquier vanguardia; prosa poética pero no tanto; podría haber sido una novela quizá mala, pero no le falta ninguna palabra y sorprende su agudeza. Tal vez tenga raíces en el retruécano español o en el aforismo fácil. Algunos lo asimilan a los epitafios; otros, a los grafitis y algunos burócratas, a necrológicas o currículums vitae. Se trata del microrrelato, microficción o minificción, que esta semana entra –o sale– de la academia al público y de los autores a todos. En tres días, estudiosos, escritores, críticos, investigadores y lectores desmenuzarán este género que procura sorprender con ingenuidad y que engaña al pretender dar lo más con lo menos, como una reticente y pudibunda amante. La cita, el V Congreso Internacional de Minificción, en la Universidad Nacional del Comahue | ||
Una mirada superficial podría notar que la fiebre del microrrelato o la minificción en la vida literaria actual tiene dos soportes fundamentales. El primero es que, por su brevedad, se pueden incluir muchos textos en una gran cantidad en una pequeña publicación. Pueden leerse en el colectivo, de pie; en el bar mientras se aguarda la hora de la cita, en la cola del banco o en la sala de espera del médico. El segundo es que resulta un recreo a los académicos: el microrrelato exige una suprema condensación de sentido, propone un juego de espejos o de ecos de referencias literarias o extraliterarias; puede recomendarse como un sudoku para mantener alerta el sistema neurológico. Ninguno de ambos argumentos explica el furor que existe -en el mundo, en América, en Argentina y en la Patagonia- por escribir, leer y estudiar el microrrelato. Un insidioso podría arrimar una conspirativa teoría supuestamente elaborada por la industria editorial. Pero no es así. No es literatura de veraneo, de esa autoayuda que deja tranquila la conciencia luego de haber leído algo agradable, ingenioso y de un sentido demasiado común al estilo José Narosky. Al contrario: si el microrrelato está bien compuesto, el efecto residual es casi mortal, como el de algunos insecticidas. Una sonrisa que quiso ser carcajada y no lo fue por alguna nube pasajera, al rato se convierte en mueca amarga. Claro que eso sucede con los de mayor vuelo, pues no se trata de soplar y escribir microrrelatos y existe el riesgo de que todo termine en una aventura intraliteraria de la que los lectores queden -una vez más- fuera. No hay peligro, sin embargo, cuando se trata de analizar la historia del género. Aunque los estudios más recientes fijan su tradición en un siglo o poco más -con el surgimiento del simbolismo primero y luego del modernismo, al menos en el ámbito hispanoamericano, con Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga y Rubén Darío en el trayecto-, sus orígenes pueden rastrearse más lejos: cuentos breves de Oriente -Japón, China, los persas, por caso-; las crónicas de Indias, los carnés de viaje. Y más todavía: epitafios latinos, epigramas, los grafitis que adornan muros en las ciudades modernas. Las greguerías. El microrrelato se caracteriza por la brevedad, la fragmentariedad, la reescritura de textos con un sentido doble o múltiple, el empleo poético de la lengua, la intertextualidad y el humor. Según Laura Pollastri, que investiga sobre minificción desde hace ya más de dos décadas, se produjo un doble proceso de legibilidad estética y de legitimación histórica con el género. Lo asimiló a lo ocurrido con el barroco que, en cierto modo, "fue rescatado por las vanguardias" de comienzos de siglo pasado. Es decir, el microrrelato "existía pero no se lo leía como tal, se lo asimilaba" a la prosa poética, al aforismo, al cuento breve, señala. Pollastri subraya algunas características que permiten distinguir el microrrelato de los demás géneros, sean narrativos o poéticos: la escritura y el manejo de la palabra, el modo de construir determinada subjetividad que se acerca a la lírica, a una experiencia que no es estrictamente poética, y la lectura previa -el microrrelato es un género para lectores, asegura-. En cuanto a los aspectos teóricos, se señala la economía de recursos -en el microrrelato todo está dicho con menos palabras que las necesarias-, mientras que sus componentes, en su totalidad, funcionan como estrategias narrativas; todo cuenta, en el sentido "económico", todo suma, a la vez que, en el sentido "narrativo" del término, todo relata. Guillermo Bustamante Zamudio y Harold Kremer señalan que el cuento corto "se alimenta del poema, del ensayo, de la epístola, del relato, del cine, de la noticia periodística, de la tradición oral". El equipo del Centro Patagónico de Estudios Latinoamericanos -que también integran Bernarda Torres, Gabriela Espinosa y Silvia Mellado, entre otros especialistas e investigadores- subraya "la fuerza enorme del cuento en América Latina" como uno de los rasgos determinantes del fenómeno actual. Para Espinosa, por ejemplo, el microrrelato pasó por un "proceso de canonización mediante el cual pasó de ser un género menor a mediados del siglo pasado a la aceptación actual, inclusive por los medios masivos de comunicación". Se refirieron también a los vehículos no formales de difusión de los textos: blogs, minirrelato vinculado con los videoclips y otros lenguajes y estilos.
GERARDO BURTON gburton@rionegro.com.ar Bibliografía consultada Laura Pollastri (ed.): "El límite de la palabra. Antología del microrrelato argentino contemporáneo", Palencia (España), Menoscuarto, 2007. Diario "El País": entrevista a José María Merino, Madrid, 1/9/07. David Lagmanovich y Laura Pollastri: "Microrrelatos argentinos", General Roca, Publifadecs, 2006. |
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