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El juego de las letras | ||
Licenciado en Letras, ex profesor de la UBA y sobre todo escritor, el autor de “Vida interior” –su última novela, ganadora de la 48ª edición del Premio Emecé del género– habló largamente con el “Cultural” sobre su oficio. | ||
Tengo una novela que se llama 'Mitre'. Una historia de amor. Es en un tren. Me pasó haber ido a radios y los tipos, que al menos podrían haber leído la contratapa, te preguntan: '¿Y qué tal Bartolomé Mitre? ¿Cómo se le ocurrió escribir un libro sobre él?'", cuenta Federico Jeanmaire (Baradero, 1957) con sus ojos húmedos, algo cansados por sus largas noches de trabajo en la Biblioteca del Congreso. Después de la anécdota no agrega nada más. Por ahí pasa su estilo: describir, relatar y otorgar al lector los elementos necesarios para que obtenga su propia interpretación. Juega con la lengua, utiliza una sintaxis poco ortodoxa. Pasa de oraciones que parecen interminables a otras de una sola palabra. Escribe -dice- con el registro del hablante, con el freno y el arranque pendiente de quien está escuchando, interrumpiendo de manera violenta las frases, ubicando los puntos donde mejor le sientan o, mejor dicho, donde caigan. Sorprende. ¿De dónde surge esto? "El tema viene por dos lados", explica Jeanmaire en una extensa charla con el "Cultural" en la que este licenciado en Letras y ex profesor de la UBA también deja entrever su costado pedagógico. -¿Cuáles son esos dos lados? -Por una parte viene de una tradición argentina, de gente que me gustan mucho cómo escribió. Lo que hace normalmente un escritor es escribir con ellos. En este caso, por cómo están estructurados los párrafos, tiene mucho que ver Sarmiento. Básicamente, tengo toda una tradición de lengua española, con Cervantes en primer lugar. Todos mis libros son como parágrafos más o menos cortos pero que intentan, como el Quijote, mantener cierta ligazón con lo que queda del texto. Los románticos, como Martí, funcionaban con eso de párrafos muy largos donde iban construyendo algún tipo de idea y después los remataban con una oración muy corta, que casi siempre es significativa y que funciona como un texto filosófico. Yo te reafirmo esto como con una bajada, te convenzo de que todo lo que dije está bien y puedo pasar al siguiente tema. Otros dos escritores que también cortan los párrafos de forma arbitraria son Cortázar -"62/Modelo para armar" me parece su mejor novela- y Antonio Di Benedetto. -¿Qué es lo segundo, lo que se le suma a la tradición literaria? -Un trabajo que vengo haciendo desde muy chico con respecto al coloquio, a cómo habla el argentino. Para eso trabajé mucho en el campo: fui muy mucho a bares. Los de Buenos Aires son una maravilla porque tienen como un elenco estable de clientes, que son seis o siete, y casi siempre hay cuatro o cinco que caen porque pasaban por ahí y querían tomar algo. Lo que siempre me impresionó es que cada una de esas diez o quince personas quiere contar una historia, que tiene que ser más interesante que la que quiere contar el otro. -Hay una competencia. -Exactamente. Entonces, hay una cuestión: el hablante lanza temas sobre lo que quiere contar. Cuando nota que está prendiendo lo que dice, corta y espera para ver qué pasa con eso y con el otro. -Parece una payada. -Sí. Y así es como hablamos. Entonces, por lo general, los puntos aparte no tienen nada que ver con las reglas de sintaxis ortodoxas que conocemos. En esos espacios de silencio que el hablante introduce para ver cómo está agarrando su parlamento, por lo general lo que se usa es una palabra nexo. Esto funcionaría como una cámara lenta al revés de como lo hace en el cine: en los lugares no significativos, mientras que en una película por lo general se usa en los lugares donde hay que, por ejemplo, emocionar. -¿En algún momento piensa para qué escribe? -En sintaxis hay muchas definiciones que no se pueden dar por la afirmativa, se tienen que dar por lo que no es: tal cosa es lo que no es. En estética la cosa se maneja mucho así; puedo decir mucho más claramente por qué no hago tal cosa que por qué la hago. Básicamente, creo que es lo que hace mover al arte. Si a mí me disgusta lo que está haciendo otro, trato de hacer otra cosa. No sé muy bien para qué escribo, pero descubrí para quién hace poco, cuando mi hijo, a los diez o doce años, se puso a leer un capítulo de un libro mío; entonces esa noche, cuando fui a darle un beso para que se durmiera, me dijo: "Ahora no te voy a leer, pero cuando vos te mueras y yo sea grande, sí". Esa noche no podía dormir. Realmente fue algo que me emocionó. Y ahí descubrí que, en realidad, voy a trascender al menos para una persona; eso es un montón, porque es la persona que más quiero. Aunque me pueda haber mentido. Desde esa noche pasaron cinco años y todavía no lo vi leer nada. -Bueno, todavía no murió. -Claro... (risas)
Vida interior
Jeanmaire no habla, susurra. Incluso por momentos su expresión bordea el desgano. Para alguien que no lo conoce, la primera impresión hace pensar que se trata de una persona apagada o triste. Hasta pareciera que vive hastiado, tal como por momentos le ocurre al protagonista de "Vida interior", su última novela, ganadora de la 48ª edición del Premio Emecé de Novela. "Mandé novelas a tantos concursos, que debo haber sido finalista de todos los premios que existen. Cuando me llamaron me sentía como un eterno finalista. Como perdí tantas veces, en realidad estaba más preparado para perder que para ganar", dice y se ríe. Entonces ya no parece tan triste ni tan apagado. No es para menos: su obra fue seleccionada entre 174 originales por un jurado integrado por Ana María Shua, Rodolfo Rabanal y Pablo de Santis. ¿De qué se trata? "Vida interior" cuenta una historia de amor y desamor. Un hombre viaja a México para encontrarse con Finlandia -así se llama la pareja- y decidir allí el futuro de la relación. Durante tres días en los que ella intenta recuperarse de una enfermedad, el protagonista, un hombre bonaerense que vive en Capital Federal, inicia un obsesivo viaje introspectivo. "El señor casualmente tiene mi edad. Hay un narrador masculino que se me parece bastante. Lo que hice fue tratar de explorar qué pasa entre lo que uno dice, lo que hace y lo que piensa en una situación límite amorosa", cuenta. -En la novela no da por seguro casi nada, instala la duda permanentemente. -Es una constante en mi personalidad. Y creo que, fundamentalmente, expresa un tiempo histórico. Hoy no sé si estamos tan seguros de algo. -¿Por eso, también, la incertidumbre del narrador? -Lo que intento es hacer literatura con cosas que voy viviendo o que me van pasando. A los veinte años me fui de la Argentina y no tenía cámara de fotos. Estuve cinco años afuera, de los que tengo cuatro o cinco fotos que me envió alguien. Después seguí sin cámara de fotos hasta que mi hijo entró a primer grado, hace nueve años. De mi vida debo tener unas veinte fotos que ni sabía dónde estaban. Hasta que un día mi hijo las encontró y me empezó a preguntar qué era cada cosa de las que veía. -¿Qué le sucede cuando ve el pasado en fotos? -Reconozco que soy esa persona y puedo incluso restituir dónde y con quién estaba, qué era más o menos lo que me había pasado. Pero a mí el sabor que me deja el pasado siempre es que no me siento la misma persona que veo ahí. Sigo teniendo tres amigos desde los 17 años o de antes. Cuando nos sentamos a comer un asado y uno de ellos empieza a recordar anécdotas, a mí me cuesta mucho restituirme en esas historias. Sé que estuve ahí, pero me cuesta saber qué era lo que pensaba en ese tiempo, cuáles eran mis problemas, qué sentía, cuál era mi mundo. Reconozco pocas cosas, no muchas. Eso que me pasó traté de construirlo literariamente y apareció como una hipótesis narrativa que me permitía que la misma persona que sea el narrador y protagonista pueda ir multiplicándose en varias personas que no se reconocen a sí mismas. Me pareció interesante como juego literario. -Como cuando, en la novela, Antonio dice "por fin ahora vas a escribir una buena novela". -Sí, es como un juego y por eso lo puse. Vos empezás a leer una novela en la cual se te dice que es buena. La gente que no me quiere va a usar eso para divertirse y la gente que no tiene problemas conmigo quizá ni se dé cuenta. La literatura está llena de juegos. Tengo una visión de la literatura que se parece mucho más a la de Cervantes que a la de Rivera. Por ejemplo, ¿qué hacés con cosas que nos pasan a todos? No todo se puede decir en la literatura. Lo que tengo que tratar de hacer no es un ensayo sobre lo distinto que soy respecto de lo que era sino armar en lo formal una construcción en la cual narrador y protagonista son el mismo pero no al mismo tiempo. Otro ejemplo: Sarmiento era paranoico y estuvo internado un tiempo. En la novela que escribí -"Montevideo" (1997)- podía decirlo en algún lugar. Pero lo que hice fue que cada persona con la que él se encontraba le leyera los pensamientos. ¿Quién se da cuenta de eso? Qué sé yo. Pero la tarea como escritor es trasladar todo eso a formas literarias que no pasen por el ensayo. -¿Qué es"Vida interior", un libro de introspección masculina? -Creo que en los últimos quince o veinte años hubo mucha novela de introspección femenina, donde uno se enteraba, entre comillas, de cómo piensa la mujer, algo que en realidad nunca vamos a saber (risas). Para bien o para mal, había como un universo femenino que empezó a plasmarse en la literatura. Supongo que "Vida interior" es como la construcción de una introspección masculina: cómo funciona la cabeza de un varón adentro de una relación amorosa que tiene sus problemas y debe definir cosas. De todo esto me di cuenta después de publicado; muchos grandes se sienten identificados con cosas que le pasan al protagonista. No era mi intención trabajar eso, pero supongo que el libro también dice cosas sobre cómo se vive el amor en los tiempos que corren y cómo lo vive una mente masculina después de que cambiaron tanto las mujeres, que ya no son las mismas que hace cuarenta años. -¿Por qué eligió México para "Vida interior"? -Porque no conocía el país y cuando fui me enamoré perdidamente: me pareció un lugar maravilloso. Es casi como la contracara de la Argentina teniendo muchas cosas en común. El mexicano es hiperbarroco, mientras que el argentino es mucho más clásico y medido. Hay rasgos de carácter muy similares. No hay otro país tan opuesto como México para nosotros y creo que los opuestos siempre atraen. Además, gran parte de lo que cuento en la novela es una anécdota autobiográfica. -En la novela escribió que México no es un buen lugar para decidir cosas de una relación, ¿por qué? -Es un lugar para vivirlo, no para discutir nada. Una noche estábamos cenando en un restaurante en la playa y esta chica empezó a gritarme. Entonces vino el mozo y dijo: "Usted no puede venir a México a discutir así". Me dio una mano bárbara, porque al menos por una noche no hubo más problemas.
JUAN IGNACIO PEREYRA ipereyra@netkey.com.ar CARLOS TORRENGO carlostorrengo@hotmail.com |
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