>
żEl fin del capitalismo?

El Premio Nobel de Economía Paul Samuelson ha afirmado que "la actual debacle es para el capitalismo lo que la caída de la Unión Soviética (URSS) fue para el comunismo". Es una opinión que merece ser matizada. Mientras que la caída de la Unión Soviética significó un cambio radical en el modelo productivo -el paso de una economía centralmente planificada a una de libre mercado- la hecatombe financiera en la que todavía estamos inmersos no pondrá fin al capitalismo, aunque modificará sus parámetros.

La primera idea que debemos revisar es la que opone la intervención estatal al mercado. La obra clásica de Karl Polanyi "La gran transformación", publicada por primera vez en Nueva York en 1944, explica que los mercados nacionales no surgieron, como a veces se cree, por el hecho de que la esfera económica se emancipara en forma progresiva y espontánea del control gubernamental. Por el contrario: el nacimiento histórico del mercado fue fruto de la intervención consciente, y a veces violenta, del Estado. Para confirmarlo basta simplemente con tener en cuenta que el respaldo de la moneda fiduciaria, tan necesaria para que tengan lugar las operaciones de compraventa en el mercado, es consecuencia de la presencia de un Banco Central, un dispositivo destinado a proporcionar la protección oficial sin la cual el mercado habría sido destruido.

La tesis defendida por Polanyi es que la idea de un mercado que se regula a sí mismo es puramente utópica. "Una institución como ésta no podía existir de forma duradera sin aniquilar la sustancia humana y la naturaleza de la sociedad, sin destruir al hombre y sin transformar su ecosistema en un desierto". Inevitablemente, la sociedad debió tomar medidas para protegerse y todas ellas cuestionaban la idea de la autorregulación de los mercados. América, con el New Deal, proporcionó la prueba concluyente: la protección social es el complemento obligado de un mercado autorregulador.

"Los orígenes del cataclismo, que conoció su cénit en la Segunda Guerra Mundial, residen en el proyecto utópico del liberalismo económico consistente en crear un sistema de mercado autorregulador", afirma Polanyi. El liberalismo económico se afanaba por crear un sistema de mercado. Pero lo que había nacido como una simple inclinación a favor de los métodos no burocráticos se convirtió, con el paso del tiempo, en una verdadera fe que creía en la salvación del hombre aquí abajo gracias a un mercado autorregulador.

El nacimiento, en los países europeos, del Estado de bienestar constituyó una especie de tercera vía entre el modelo liberal anterior a la Segunda Guerra Mundial, que renunciaba a toda reglamentación y dirigismo, y las sociedades autoritarias que nacieron al calor de la

Unión Soviética, que utilizaban la planificación, la reglamentación y el dirigismo pero negaban las libertades prometidas. La fijación de un salario mínimo, las jubilaciones, los seguros de enfermedad y la protección contra el desempleo, la fijación de las tasas de interés, la regulación de los flujos monetarios por el Banco Central y la redistribución de ingresos a través de la política fiscal fueron todas las señas de identidad del nuevo modelo.

Fue con la llegada de Ronald Reagan a Estados Unidos y Margaret Thatcher al Reino Unido, en los años ochenta, que las viejas ideas liberales retornaron aggiornadas con el nombre de "neoliberalismo". Esta retórica del libre mercado propicia el "consenso de Washington", es decir, la privatización, la liberalización de los mercados regulados y la presencia de bancos centrales autónomos, preocupados únicamente por el fenómeno de la inflación y el fin de lo que denominan "la represión financiera" (el control de la tasa de interés). Es el sector financiero el que hace las veces de vanguardia del nuevo movimiento, en oposición a todos los intentos de regulación estatal y reclamando para sí el beneficio de la "autorregulación". Se va conformando así un subsistema de la economía que tiene una lógica propia.

El gobierno norteamericano inició el proceso de eliminar la regulación pública de los agentes financieros con una ley de la administración de Reagan de 1981 que permitía las llamadas "zonas bancarias francas" en Estados Unidos. Siguió con el desarrollo de una amplia gama de nuevos productos financieros: bonos corporativos -emitidos por las empresas y comprados por fondos de inversión-, titulización de los créditos hipotecarios, derivados financieros -títulos cuyos precios se derivan de los precios de otros activos, principalmente títulos o monedas- y hedge funds, también denominados "fondos de cobertura", que especulan para aprovecharse de los movimientos de precios en los diferentes mercados.

El resultado final es que los mercados financieros adquirieron una enorme dimensión. Se calcula que actualmente el total de productos financieros supera los 250 billones de dólares, es decir, seis veces el monto de la riqueza real mundial (la suma del PBI de todos los países). Esto los hace muy líquidos -permite que todo el que quiera vender y alejarse del mercado lo haga- pero al mismo tiempo, como se acaba de verificar ahora, muy vulnerables a una crisis generalizada de todo el sistema.

La crisis sistémica del mundo financiero ha revelado ahora a los ojos de todo el mundo algo que un reconocido especialista como George Soros había señalado hace tiempo en "La crisis del capitalismo global" (1998): los mercados financieros son intrínsecamente inestables y por ello necesitan supervisión y regulación. Probablemente la crisis actual provocará el fin de lo que es una excrecencia del capitalismo, la presencia de un espacio financiero desregulado y sin controles fruto de la preeminencia de una ideología dominante en estas tres últimas décadas: el fundamentalismo de mercado; es decir, la visión de que los mercados financieros se autorregulan, asignan los recursos con eficiencia y sirven al interés público de un modo que hace innecesaria la presencia del Estado.

Por consiguiente, seguirá habiendo capitalismo, es decir, unidades económicas organizadas en forma privada para vender bienes a los precios determinados por el encuentro de la oferta y la demanda en el mercado. Pero será un capitalismo más regulado y controlado por el Estado. Lo que dejará de existir es un modelo en que el sector financiero predominaba a sus anchas y alcanzaba un nivel tal de autonomía que desvirtuaba la finalidad específica para la que había sido diseñado: servir a la economía productiva.

 

ALEARDO F. LARÍA

Especial para "Río Negro"



Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí