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Muy lejos de Georgia, más cerca del sur | ||
Vitali Bujiashvili -sobresaliente músico georgiano, integrante del Cuarteto de Cuerdas de la Fundación Patagonia y docente- está radicado hace 15 años en la Argentina junto con su mujer y sus dos hijos. No se encuentra ajeno al conflicto en su país, pero hoy siente que en la Patagonia otra vida es posible. |
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Sentado a la mesa de un café en la Patagonia, Vitali Bujiashvili recuerda Georgia como un sueño del que se despertó hace unos años. Un espacio sagrado que vuelve desde un tiempo remoto, con sus aromas cotidianos diluidos en otra cotidianidad, con voces que han perdido su vigor y afectos que van tomando formas distintas en un álbum de fotos que aún conserva prolijo y necesario. Vitali, destacado violinista georgiano originario de Mtskheta, una ciudad cercana a Tbilisi, capital de Georgia, y radicado hace cerca de 15 años en la Argentina, soporta una rara paradoja: comienza a sentirse extranjero de su propia tierra. Desde tan lejos sólo le llegan noticias tristes. Grises. Lo dicen los diarios, los e mails, algunos llamados. No siempre fue así. Hasta hace unos pocos años, el país que una vez integró la ex Unión Soviética comenzaba a mostrar signos de claro crecimiento. Su ubicación geográfica privilegiada lo convirtieron en el destino preferido de miles de turistas de Europa del Este. Entonces, antes y después, a Vitali se le cruzó la idea de volver. Pero volver es una palabra que en su vocabulario ya no tiene una connotación precisa. Ha perdido peso. Para él mismo y su esposa, Elvira (también una reconocida violinista), significaría en este momento un cambio no menor. Y para sus hijos, volver es, en realidad, dejar su tierra, su patria afectiva, su cultura bien ganada. Porque Nina y Román, que ya están en edad de pensar sus propios proyectos de vida, la Argentina es el campo donde desarrollarse o intentarlo. Su cartografía personal. Por estos días Georgia mantiene una más que tensa relación con Rusia, su antiguo patrón político que ha reconocido la independencia final e irrevocable, según las últimas declaraciones del gobierno conducido por Dimitri Medvedev, de Osetia del Sur y Abjasia, dos regiones separatistas integradas al Estado georgiano. La decisión acerca del retiro de toda presencia de territorio georgiano por parte de Rusia, en cuestión de semanas, ha sido precedida por cruentos combates que significaron pérdidas humanas y materiales. Vitali es un hombre consciente de sus orígenes, orgulloso, pero tampoco deja de reconocer el producto de sus esfuerzos al otro lado del mundo. Él y su esposa se han transformado en piezas clave del Conjunto de Cuerdas de la Fundación Patagonia, además de ejercer la docencia en el IUPA. Sus hijos ya perfilan sus profesiones que estudiarán en este país. Y como todo un símbolo de permanencia en el sur, acaban de comprarse una casa. Georgia sigue allá, disparada en el tiempo y en el espacio. Poblada de amor e inquietud, un espacio de sentimientos encontrados. Un núcleo duro. "Mira, voy a ser muy claro, sé que vine de Georgia con dos valijas y con mi familia. Tuvimos suerte y aquí estamos", dice Bujiashvili en un momento de la conversación. Estamos, el uno frente al otro, ubicados cómodamente junto a unas mesas del café del IUPA, Ciudad de las Artes, me ha invitado un cortado y enfrente suyo hay un té y unas medialunas que nunca llegará a tocar. Tiene un rato, pero como todo un caballero no se apura, luego debe volver a los ensayos matutinos. Vitali presenta su historia de un modo humilde, más hija del azar que de su propio talento. Él y su mujer estudiaron en el Conservatorio Nacional de Música de Georgia. Un día un director argentino que actuaba como director invitado de la agrupación que ambos integraban en su país, los invitó a formar parte de la Orquesta de la Universidad de Cuyo. Antes de eso, Vitali ya estaba planificando irse a Nueva York, donde vivían algunos de sus amigos. La Argentina apareció en el horizonte. Luego, bajar hasta el Alto Valle obedeció a una combinación de curiosidad con una propuesta abarcadora. - Una pregunta tan obvia como necesaria. ¿Cómo te sientes acerca de lo que sucede en tu país? -Que no puedo hacer mucho al respecto. En cierto modo estamos acostumbrados. Somos una cultura antigua y estos conflictos, en su etapa contemporánea, comenzaron en el '89 con la independencia de Georgia. Hemos tenido períodos de paz y de prosperidad, pero la guerra y la sensación de inestabilidad son una constante. No digo que estamos acostumbrados pero sabemos cómo es. Ya lo tenemos en la sangre, que siempre pase algo. -¿Qué recuerdos tienes de tu vida en Georgia, me refiero a lo cotidiano, tu mundo en el día a día? -Nosotros nos mudamos en el '94, cuando nos ofrecieron participar de la Orquesta de la Universidad de Cuyo. Luego nos enteramos del proyecto de la Fundación Patagonia. El recuerdo que tengo de ese tiempo y de los años anteriores, cuando Georgia todavía era parte de la Unión Soviética, están relacionados con el socialismo. Que aunque tenía sus cosas buenas, tenía también cosas que no lo eran tanto. Después vino una época en la que realmente la situación era crítica y ya no podías quedarte. Es más, cuando mis padres supieron que nos veníamos para la Argentina, se pusieron contentos. Por lo demás, Georgia es un país estratégico porque por ahí pasan las vías alternativas de gas y petróleo hacia Europa. Durante años el país soportó la corrupción en todos sus niveles. Eso ha cambiado mucho. -Imagino que es frustrante estar tan lejos y no poder hacer algo en concreto. -Lo pensé también. ¿Qué hago? Pero realmente ¿qué puedo hacer? ¿Alistarme en el ejército? No creo que eso tenga mucho sentido. Lo mejor que puedo hacer es tratar de que la gente conozca Georgia a través de mi persona. Porque, en definitiva, soy un representante de mi país. Puedo contar cómo está Georgia y representarla a través de mi trabajo como músico. -¿En qué cosas piensas cuando se pronuncia la palabra Georgia? -Georgia tiene alrededor de 5 millones de personas y, aunque ahora está en conflicto, fue uno de los países de mayor crecimiento en la ex URSS. Tiene bosques, lagos, viñedos. Es una tierra con una fuerte atracción turística debido a que por un lado limita con el Mar Negro y por otro con las montañas del Cáucaso. Pienso en mis amigos, en toda mi familia. -¿Tus hijos hablan georgiano? -No porque cuando eran más pequeños yo trabajaba mucho y terminaron aprendiendo ruso con la madre. Pero ahora me dicen que quieren recuperar el georgiano así que comenzaremos algunas lecciones. -Un georgiano en la Patagonia. -Sí, hemos hecho una vida acá. Además ha sido muy gratificante que nos hayan llamado de tantos lugares para preguntarnos cómo estábamos y cómo estaba nuestra familia en Georgia. Son amigos argentinos que llamaron de Bariloche, Mendoza, Buenos Aires. Éste es el párrafo que cierra el círculo de afectos de Vitali, Elvira y sus dos hijos. La patria es también esa geografía invisible donde convergen la amistad y la extraña fascinación que ésta produce al contacto. Como hace miles de años Georgia sigue ahí, profunda y compleja, belicosa y esperanzada. Vitali ha dirigido el curso de su vida por sobre las imposibilidades de aquella historia. Un destino marcado por la lejanía en familia, la música de cámara y el sabor a café por las mañanas.
CLAUDIO ANDRADE |
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