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Me custa más explicar un libro que escribirlo
Editorial Planeta acaba de reeditar su libro “Noticias secretas de América”. El autor, un puntano de 63 años, es dueño de una prosa que lo ha convertido desde hace más de dos décadas en uno de los mejores escritores argentinos.

El primer contacto con Eduardo Belgrano Rawson fue vía e-mail. Acordamos que vendría a la corresponsalía del diario en Buenos Aires y afirmó: "...entre las 15 y las 15 andaré por ahí".

-El tema del horario, entre las 15 y las 15, suena a maniático... ¿o tiene que ver con una puntualidad inglesa? -preguntó uno de los redactores de la nota.

-No, de boludo no más. Quise decir entre las 15 y las 15:30 -acotó el escritor.

Días después llegó a la agencia del "Río Negro". Mochila colgando sobre su hombro izquierdo. Una imagen con aire de adolescente despistado. "El oficio de escritor sigue siendo el más solitario de todos. Es un ejercicio en absoluta soledad", contará en un rato, en medio de una larga charla.

-Buenas tardes. Soy Eduardo Belgrano Rawson -saludó y se presentó.

-¡Joder, cuánta carga de la historia en sus apellidos! -le respondió uno de los periodistas que lo esperaban.

-Me dijeron de un reportaje. Alguien de "Río Negro" me habló para un reportaje. No sé. ¿Es alguno de ustedes? -preguntó.

-Sí, sí, nosotros -le señalaron y con cautela Belgrano Rawson comenzó a sentirse cómodo. Estrechó manos. Semblanteó el inmenso ventanal que deja entrar una imponente proyección de Buenos Aires. Se acomodó y sin solución de continuidad este puntano con 63 años a cuestas puso orden en su prolija cabellera blanca. "No me escrachen en la foto", pidió. Y acotó:

-En cuanto a lo de los apellidos...

-Lo de los apellidos lo dejamos para el final, para un recuadro. ¿Qué le parece?

-Okey. La familia va al recuadro. Ustedes mandan.

-¿Arrancamos?

-Arrancamos.

-De cara a una segunda edición, revisada, de "Noticias secretas de América", retorna la convicción de que usted es un escritor forjado en lo que podemos definir como un espacio cultural de fronteras muy abiertas, no tanto un hijo del Iluminismo en que se ha formado el grueso de los escritores argentinos de su generación sino un paciente explorador de la historia, lo que hace que esa tarea esté tamizada por ésta o aquella ideología.

-Este libro es una crónica o una novela, depende de quién lo diga, aunque lo de los géneros no me preocupa mucho. Me metí en la historia con una crónica contada por un periodista. Una zambullida en el pasado hecha por un periodista, que es la zambullida que más me agrada y me ha agradado para meterme en la literatura.

-Hay partes del libro que parecen escritas por un hombre de la Costa Este de Estados Unidos, sin fronteras ideológicas, creyendo en el progreso.

-Mis ancestros son italianos y norteamericanos, el mejor cóctel para un mafioso. A San Juan llegaron los Rawson norteamericanos. Desciendo del hermano de Belgrano, Domingo, que tuvo un hijo negro, y de ése vengo yo. Era cura. Mi vieja siempre decía que yo me buscaba esos antecedentes porque quería escandalizar para mi futura biografía. Pero tengo buenas informaciones de que por ahí viene la cosa. Me gustó lo de tener un negro en la familia, unos tanos y unos norteamericanos de Massachusetts, de la Costa Este... pero me parece que si hablamos ahora de mis antepasados, bueno, ustedes se quedan sin el recuadro.

-Bueno, no hay recuadro. En el libro hay un esfuerzo por vincular lo distinto de América Latina y América del Norte...

-A mí me seduce mucho el juego de las relaciones.

-Pero no hay un esfuerzo por establecer conexiones desde lo axiológico. ¿No lo tentó comparar el destino de uno y otro espacio?

-A mí me agrada, como método, como estilo para reflexionar, lo que defino de disgregación continua. Saltar de historia en historia. Y en cuanto a la pregunta, tampoco este libro está escrito para pontificar sobre el bien o mal. No hay una mirada juzgadora; yo escribo.

-Da la impresión de que le cuesta teorizar sobre su literatura. ¿Es así?

-Me cuesta más explicar un libro que escribirlo. Mi veta, si es que tengo alguna, es la de ser un narrador desde lo más primario. Un contador de historias, un charlatán de fogón. Eso trato de llevarlo al papel.

-Parece haber en usted una deliberada tendencia a minimizar lo que hace. Usted no es un "charlatán de fogón"...

-Es una figura no más...

-Llama la atención su formación. Un ejemplo: por primera vez en la literatura argentina, al menos hasta donde conocemos, alguien se acuerda del coronel Estomba...

-...que combatió valientemente en la Guerra de la Independencia, pero ya estaba psíquicamente dislocado. También emerge en el libro la figura de Ramos Mejía, prácticamente el fundador de la psiquiatría en la Argentina.

-¿Cómo se llega a esas figuras de naturaleza tan particular si no es desde determinada concepción, incluso filosófica, sobre la vida?

-No soy todo lo culto que podría entreverse. Escribo desde la irresponsabilidad del narrador, sin toda la carga intelectual que puede tener un ensayista. Me veo librado de eso.

-¿Cómo es eso de la irresponsabilidad?

-Me limito a contar historias y no saco demasiadas conclusiones. Dejo que los hechos hablen por sí mismos. Ni siento el peso de una actitud filosófica ni intento demostrar nada. Mi espíritu es contar, contar todo el tiempo. No tengo el peso de una carrera cultural. Estoy en las antípodas de un Borges, que escribe desde la biblioteca. Yo escribo desde la ignorancia, desde el corazón. Pero soy un bruto muy informado, cosa que me enseñó mi profesión de periodista. Con ese instinto narrativo agarro cualquier mandolina.

-Está de moda preguntarles a los escritores cómo es su relación con la lectura, cómo se organizan frente a la lectura. Vargas Llosa dice que está tironeado por la necesidad de las relecturas y de nuevas lecturas; Andrés Rivera recuerda cómo nació la idea de escribir su mejor novela -"La revolución en un sueño eterno"- y entonces dice que hay que leer hasta los papelitos que trae el viento. ¿Y usted?

-He leído. Entre los diez y los veinte años leí todo, y sí, sí: hasta los letreros de los caminos. Vengo de un hogar de un padre que tenía bibliotecas y me hizo descubrir el mundo de los libros. A partir de ese momento viví en estado de novela. Veía el mundo a través de las novelas.

-¡Vivir en estado de novela! ¡Suena a ebullición! ¡Épico, algo casi extraído del tejido napoleónico!

-Y, me parecía que el mundo era eso: vivir en estado de novela. Todo lo que leía me provocaba una conmoción y una sed inacabable de seguir leyendo. Porque el mundo era muy lindo así. En mi pueblo no existía la televisión, entonces no tenía más remedio que leer. Era mi único vínculo cultural. Cuando se terminaba la biblioteca de mi casa, agarraba una biblioteca pública por una punta y terminaba por la otra.

Cuando llegué a Buenos Aires no fui a la Universidad de Filosofía y Letras.

-¿Qué hizo?

-Me puse escribir historietas, que me parecía que era para lo que servía. Mientras trataba de iniciar la carrera de periodismo, después de haber abandonado, como corresponde, mis estudios de abogacía. Sabía que era una carrera que nunca iba a terminar, que estaba ahí porque tenía que ganar tiempo para pensar. Mientras decidía hacer algo cursé tres años de abogacía. Cuando se me abrió una puerta en el periodismo puse la pata y adelante. Eso me permitió seguir viviendo de contar cosas. Tuve la suerte de poder optar por un periodismo que me dejaba cierto estilo para hacer esas cosas. Tomás Eloy Martínez fue el que me abrió la puerta para entrar a "Primera Plana". Yo vivía en una pensión a tres cuadras del Congreso. Era mi época de historietista de "Intervalo".

-¿Con qué nombre firmaba?

-"Eduardo Cilento", porque me gustaba la novia de Sean Connery, que se llamaba Diane Cilento. Bueno, eran pésimas historietas. Como guionista de historietas no se las recomiendo a nadie.

-¿En ese momento estaba convencido de que las historietas eran lo suyo?

-En un momento lo pensé. Después escribía historietas como quien puede vender rifas. No era Oesterheld, estaba muy lejos de eso. En la pensión en la que vivía había un venezolano que me dijo: "Mire, las historietas que usted escribe son una cagada. Todo eso de Rommel, África Korps y las carreras de Fórmula Uno es mentira. Yo le voy a traer un personaje para que usted haga una buena historieta". Un día cayó con un personaje que se llamaba Ramón Masvidal; había sido paracaidista en Bahía de Cochinos. Permítanme una digresión.

-Claro, claro...

-El otro día recibí un mail de una chica que me dice: "Soy Camila Masvidal. Acabo de leer 'Rosa de Miami' y veo que mi padre figura como paracaidista". Bueno, efectivamente este cubano había estado dos años como prisionero de Fidel. En el momento en que me lo presentaron jugaba al béisbol en Ferro y vendía pollos San Sebastián. Me junté con él y me contó la historia real de la invasión de Bahía de Cochinos y cómo ellos habían sido entrenados en Guatemala. Y yo escribí la historieta. Yo era un tipo que en la pensión tenía cierta fama. Era el que publicaba historietas en "Intervalo", "El Tony", "D'Artagnan"...

-Todo un bronce en el mundo de cualquier pensión de estudiantes, pungas, desarrapados, reducidores de cobre, timberos, aristócratas en picada... porque ése es el estándar de una pensión.

-Claro, y en ese mundillo yo estaba en la historieta... ¡¿se imaginan?! Bueno, la historia del cubano me pareció un delirio absoluto pero la escribí y cuando la llevé me dijeron: "No, Cilento, cómo vamos a publicar esto. Usted es de la CIA. Esto no existe. Siga escribiendo de lo que le sale tan bien, del África Korps y demás". Me olvidé del tema hasta que un día se la llevé a Tomás Eloy, a quien le interesaba mucho el tema. Me recibió Hugo Gambini y me dijo que me necesitaba como redactor pero nunca publicaron la historia en "Primera Plana".

-En su literatura se nota una fascinación por la Patagonia; ¿de dónde surge?

-A mí me fascinó la Patagonia desde el momento en que empecé a investigar para escribir "El náufrago de las estrellas". No sé si aprendí a navegar para escribirlo o si escribí el libro porque aprendí a navegar. El mar me fascinaba pese a mi condición de terrícola de una provincia mediterránea, seca. Conocí el mar a los 15 años y sin embargo era una cosa muy presente en mi vida. Y cuando estuve ahí, navegando por los canales, conocí la historia de los fueguinos. Me dije que quería volver a eso y fue la novela siguiente, que publiqué después de once años.

-Hay a lo largo de "Fuegia" pero muy acentuado en "Noticias secretas de América" algo que evidentemente creo que forma parte de uno de los aspectos más deliberados de su estilo: ausencia de temor a repetir palabras en un marco de muy pocas líneas, expresiones. ¿Es así?

-Sí, porque me parece que esa repetición es la más adecuada para contar. Creo que Marguerite Duras decía que escribir no es encontrar las palabras más lindas, los mejores adjetivos y los mejores sinónimos, sino que escribir es ir enlazando con naturalidad todas las palabras. Que ése, finalmente, es tu contacto con el lector. Añadiría que escribir también es tratar de alcanzar esa nota tal vez inapresable que está en el aire, que uno ni siquiera sabe cuál es pero que la descubre cuando la toca. Esa capacidad de utilizar las palabras más evocativas, no las menos repetidas. Se puede ser evocativo repitiendo "tierra" tres veces. Se puede neutralizar esa evocación buscando sinónimos inadecuados.

-Sin embargo no cae en la cotidianidad del lenguaje de los argentinos. En su literatura no hay expresiones, digamos, vulgares. ¿No se siente parte de esa generación de escritores que siente la necesidad de reforzar los calificativos y las definiciones con vulgaridades o términos duros?

-La falta de dureza probablemente viene del interior, de mi condición provinciana más que de una cuestión generacional. Creo que el provinciano es más sutil para expresarse y también en su humor. El porteño creo que necesita acudir a herramientas más ásperas. Se ve en la televisión. El humor cordobés, que es la cumbre del humor provinciano, está lleno de sutilezas.

-Cuando uno acede a "Noticias secretas" espera el mazazo del desencanto por la historia que nos toca vivir, ese lamento tan propio de mucha literatura. ¿Comparte esta impresión?

-Tal vez (ese desencanto) se vea reflejado en cierta actualidad en muchos momentos. Por ejemplo, esta historia remite a un país que vive siempre al margen de la ley. Y la Argentina sigue siendo eso, desde siempre. Porque es una condición que heredamos de los españoles, nada más que ellos la corrigieron. Los italianos no lo hicieron. Y por eso creo que más bien nosotros venimos a descender de los italianos, cuyo sistema político, por caso, tiene poco de ético.

-Sabemos que "Noticias secretas de América" tiene, precisamente, una historia secreta...

-Iba a ser una fotonovela. Yo trabajaba en una revista que se llamaba "Temas y fotos", donde había una sección que se llamaba "La novela de la historia". Yo había reunido una enorme cantidad de fotos que no eran las típicas fotos tontas del pasado que van a parar a libros que después sólo sirven para poner en la mesita ratona, como son en general los libros de fotos: cosas para hojear distraídamente, que se dejan rápidamente. Quería hacer un libro de fotos que fuera apasionante. Empecé a buscar esas fotos y en una de las primeras que vi había algo que me llamó mucho la atención. No sabía lo que era, hasta que descubrí que ese tipo estaba muerto. Era un cadáver al que habían sentado en una camilla para fotografiarlo de espaldas. No tenía epígrafe ni nada. Después descubrí que era la foto de Amable Jones, el gobernador asesinado de San Juan. De ahí nació la idea del libro, que se iba a llamar "Fotonovela". Iban a ser fotos con grandes epígrafes que fueran pequeñas historias.

-¿Cómo define a "Noticias secretas de América"?

-Es un fresco de doscientos años.

 

JUAN IGNACIO PEREYRA

ipereyra@netkey.com.ar

CARLOS TORRENGO

carlostorrengo@hotmail.com



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