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A los 30, escribir poesía en el Valle | ||
Éste es apenas un muestrario de poéticas en construcción. Hay quienes privilegian el estudio y el ejercicio del verso y quienes bucean en la percepción y el concepto o en la mirada lapidaria y resentida desde el margen. También en el desgarramiento por el amor perdido o que, quizá, nunca estuvo. Son obras en marcha de jóvenes nacidos y criados, migrantes o nómades; dos mujeres, Verónica Padín y Selva Sepúlveda, y dos varones, Héctor Kalamicoy y Mario Inostroza. |
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Con poéticas en construcción, obras en marcha cuyos hacedores abrevan en fuentes diversas y apuntan a caminos también diferentes. Hay pocos datos comunes: la conciencia -precoz, en muchos casos- subrayada en el ejercicio del hacer poético y el valor de la palabra, la estética del rock contemporáneo y su hibridación con la cultura de comienzos del milenio, el escenario compartido -los cuatro viven o vivieron en ciudades del Alto Valle-, la edad -rondan los treinta o se acercan- y la casi absoluta condición de inéditos, salvo excepciones. No los unen propuestas estéticas; sí, acaso, concepciones políticas o sociales, pero ocupan un espacio común: hacen literatura desde circuitos no oficiales ni institucionales y también su existencia transcurre en los pliegues de la sociedad. Recuerdan a Rainer Maria Rilke cuando le aconsejaba al joven poeta que solamente escribiera cuando la necesidad de hacerlo fuera tan urgente como respirar. En estos cuatro casos, la poesía aparece como una necesidad existencial para explicar(se) la razón del desamor, para saber hasta dónde llegan los límites de la palabra, para describir la iniquidad que anida en el corazón de toda sociedad como un pecado original o para unir ideas, imágenes, sonidos, palabras y percepciones en una correspondencia feroz y estrecha entre todas las artes. Un segundo rasgo: la crítica de la vida social y cultural de estas provincias patagónicas se comparte y se extiende a una indiferencia hacia lo institucional, acaso la misma que las instituciones les tributan. "No dependo de los concursos", se deslizó en las entrevistas. "Ni de los jurados, y a veces del público", pueden añadir. La conversación fue con cuatro poetas: Verónica Padín (31 años, neuquina), Selva Sepúlveda (26 años, bonaerense de Villalonga, residente en General Roca hasta hace un mes), Héctor Kalamicoy (30 años, nacido en Bahía Blanca) y Mario Inostroza (32 años, nacido en la capital neuquina). De los cuatro, el último tuvo sus cinco minutos de fama hace unos días cuando desde un programa de radio se propalaron diatribas contra un fascículo con poemas suyos titulado "Introducción a un feo lugar", publicado por el Ministerio de Educación de la Nación como parte del Plan de Lectura. La embestida llegó a medios de comunicación social (¿?) de Buenos Aires, pretendidamente nacionales. Los textos de Kalamicoy dieron en el plexo solar de las conciencias que se resisten a creer en el lenguaje figurado. Habría que preguntarse, como Alejandra Pizarnik, "Si digo agua, ¿beberé?". Justamente Pizarnik es una de las poetas que la iconoclastia de Padín no perdona, aun a riesgo de llevarse las iras de varios y varias de sus colegas. En cambio, su poesía no remite "a un autor o movimiento" aunque reconoce preferencias por el simbolismo, en especial en lo relativo a aquello que vincula lo conceptual con la imagen. Se aleja del erotismo como tema casi obligado en la escritura hecha por mujeres y hace foco en una obsesión por el entrecruzamiento de las artes. Lo explica: "El cine, la fotografía, la música, aportan a mi escritura", y así no es solamente la obra de otros poetas fuente de su poesía. Hay una suerte "de pelea con el estereotipo que dice que hay que usar diminutivo y cierta estética relacionada con el objeto amoroso", explica Padín. "No puedo evitar escribir sobre la imagen, filtrando lo que pienso: por ahí transita el aspecto poético". Con el cutralquense Guillermo Gorordo, Padín presenta en bares y cafés el espectáculo "Cielos de la Isla Viento", un trabajo de música y poesía "que consta de cuatro temas instrumentales y seis poemas entrelazados con la música de manera que parecen canciones". El resultado es un disco compacto que lleva el título del espectáculo y que intenta "llevar la palabra poética al campo del sonido. Así, la música se sirve de la palabra y viceversa". Esto implica "otra llegada a gente no habituada a escuchar poesía". Con "Introducción...", su primer libro -en rigor, un fascículo con tres poemas largos, "¡Oh, Poeta!" y "Cómo te quiero KoKo", además del que lleva el título de la publicación-, Kalamicoy desmontó la iconografía del Valle con un mecanismo de parodia. En los textos sucesivos, este autor apunta contra el "american way of life" en un tono que recuerda a los beatniks norteamericanos o al estilo collage que preconizaba Ernesto Cardenal hace unas décadas. Su escritura es "la búsqueda de expresión" y, en ese camino, "la palabra justa". Kalamicoy se propone "explicar cualquier hecho, pero la historia siempre lleva a un punto determinado". El problema, insiste, es que "las cosas se naturalizan, se sabe quién es responsable pero se acepta el horror, se lo explica y nadie hace nada. Hay que buscar la rebeldía de la palabra". Para Mario Inostroza, "toda poesía es crítica, expresa una cierta rebeldía". Se autodefine como "poeta de la palabra, enamorado de la expresión acertada" -en esto coincide con Kalamicoy, en cuanto a la búsqueda de "le mot juste"-. Su producción va de acuerdo con la "vivencia poética que tiende a encontrar el cuerpo del poema". Esa corporalidad traduce "una existencia que escapa a la propia vida". Para este poeta es importante, de modo especial, cómo se distribuyen las palabras en el papel, ese dibujo que forma el poema como un ideograma y que traduce el ritmo interior, la respiración del texto. Se trata de un recorrido similar al del amante con el cuerpo de la amada, explica, "que se revela de a poco". ...not least, Selva Sepúlveda define su "naturaleza nómade" mientras recuerda un verso del chileno Jorge Teillier -"esperábamos algo, sin duda algo en todas las puertas que abríamos y cerrábamos"-. Esa espera está en su búsqueda, en cuanto a lo laboral -oficios diversos; mudanzas signadas por lo laboral- y en lo relativo a la literatura. En su poesía "está la necesidad de cerrar algo" y eso es a veces un tango que no termina, un blues lacerado y la existencia cotidiana iluminada por "la paz que sobreviene al poema acabado, como algo que antes aturdía y no me dejaba dormir". Sepúlveda opina que "en la Patagonia hay muy buena poesía" y su certidumbre está avalada por la precocidad de su incursión en la literatura. En efecto, en su Villalonga natal, cuando cursaba los primeros años de la primaria, participó de un taller literario coordinado por Mary Zúñiga. Allí fue con sus hermanos y con ella asistió al Encuentro de escritores de Puerto Madryn a los 14 años. Acaso eso la definió como participante y organizadora de reuniones similares; antes en Villalonga, ahora en Bahía San Blas, donde se radicó hace menos de un mes. Ahora, la poesía de estos cuatro poetas en un Olimpo descarnado y desértico, como la estepa y el oasis del Valle norpatagónico. GERARDO BURTON gburton@rionegro.com.ar |
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