“Con la camiseta celeste y blanca me voy a cualquier parte, porque me gusta ser el jugador del pueblo”. Así se considera a sí mismo Carlos Tevez, como “un jugador del pueblo”. Y lo es. Nacido en Ejercito de Los Andes, una barriada excesivamente pobre de Buenos Aires, también conocida como Fuerte Apache. Tevez aprobó la más difícil y trascendental materia para ser un “jugador del pueblo”: ser ídolo de Boca. Pero hizo algo más, triunfó en Europa con una camiseta grande y pesada, la del Manchester United. Entonces sí, la parábola del jugador del pueblo se cierra: del potrero a Old Trafford, de Boca al Manchester United. Lejos de Minsk, la capital de Bielorrusia, ese lejanísimo país de la ex Unión Soviética donde Tevez se autodefinía con irreprochable honestidad brutal, en Beijing, Lionel Messi mostraba sus mejores credenciales para ser él también un jugador del pueblo, y más. El heredero de Diego Maradona. Messi y Tevez no se parecen. Leo abandonó los potreros de su Rosario natal y las inferiores de Newell's a los 13 años, cuando se fue a España a tratarse una enfermedad hormonal que le afectaba su crecimiento, y que costaba 900 mil dólares mensuales durante tres años. Allí se probó en el Barcelona y deslumbró. Lo ficharon inmediatamente y se hicieron cargo de su tratamiento médico. Ocho años después, Messi es el futbolista insignia del club blaugrana, la imagen del barcelonismo ante el mundo. Messi, a diferencia de Tevez, se hizo lejos del país. Lo deslumbró por tevé y con una camiseta ajena. De un día para otro el país futbolero (y el no futbolero también) se anotició que el sucesor de Diego estaba en otra parte. Se entrenaba en La Masía y pulía su genio tirando paredes con Ronaldinho. Es crack a distancia. Identificado con ningún color de acá, se calza la camiseta que mixtura todos los colores y cuyo resultado da celeste y blanco. Leo hace el camino inverso de Carlitos. Ya lo idolatra el mundo, ahora necesita cerrar su propia parábola con la camiseta de todos, la de la selección. Uno y otro jugaron para la selección al mismo tiempo, pero por separado. Tevez en Europa del Este, ante los bielorrusos, formando un equipo B que suele ser el A, pero que esta vez le prestó sus mejores jugadores a un Juvenil, que unos cuantos miles de kilómetros más al este, defendía el oro olímpico ganado con sus goles, los de Carlitos, en 2004 en los Juegos de Atenas. Cuatro años después, el oro olímpico sigue siendo argentino a partir de los goles de Leo Messi. Pero también a partir de su genio y su figura. Y eso también lo diferencia del crack nacido en Fuerte Apache. Tevez fue para el campeón olímpico de Atenas, lo que Messi es ahora para el de Beijing. Sólo que no lo sabía. Tevez era la figura más importante de aquel equipo. Lo conocían todos, a pesar de que aún no se había ido de La Boca. Pero fue con el correr de los partidos y la suma de sus goles, que fueron ocho en seis partidos, los que lo elevaron la estrella de Carlitos a lo más alto. Messi, en cambio, llegó a China precedido de una disputa entre el Barcelona y la FIFA. Su presencia era deseada por todos, por su fútbol, su imagen y los millones generados a su alrededor. Y por su fútbol, claro. Pero ese ya era un interés de cabotaje. Messi era tan grande antes, como después del oro. Tevez no, al menos no tanto. Ahora, que Argentina es bicampeón olímpico y que una medalla de oro pende del cuello de Messi. Las cosas parecen ir tomando forma para Leo. Él, como Tevez, también fue determinante para la consagración argentina, por sus goles, pero también por su fútbol. Los Juegos Olímpicos son el primer triunfo grande con la selección para Messi, tras haber sido campeón juvenil en 2005. Como hace cuatro años con Tevez, la reunión mundial del deporte hizo grande al heredero de Diego Maradona, que también quiere ser el jugador del pueblo. Como sea, el futuro del fútbol argentino está en los pies, la inteligencia y el alma de ambos. Del que llevó tierra de su potrero y la desparramó sobre el césped inglés, y del que vuelve para ser de los suyos, el pueblo. Y vestidos de celeste, blanco y dorado. Los Juegos como banco de prueba de lo que vendrá Es cierto, la selección campeón olímpica es Sub-23 (menos tres jugadores), pero también es cierto que sus principales figuras lo son también de la selección mayor. Fundamentalmente del mediocampo para arriba: Javier Mascherano, Lionel Messi, Juan Román Riquelme y Sergio Agüero. Por eso los Juegos fueron un gran banco de pruebas para los equipos que deba formar Alfio Basile en la continuidad de las Eliminatorias mundialistas y, pensando más allá, para Sudáfrica 2010. Ante la falta de tiempo para el trabajo colectivo, el torneo de Beijing fue una gran oportunidad para que el circuito generador de juego que forman Messi y Román cuenten con días de convivencia, dentro y fuera de la cancha. Y así fue. Por eso, lo visto y hecho en los Juegos será muy valioso para Basile a la hora volver a reunirlos de cara a los nuevos compromisos. Leo y JR tuvieron unos cuantos pasajes de alta sintonía sobre todo a partir de la mejor regulación de las velocidades. El de Barcelona entendió mejor el tiempo del pase final de Riquelme y éste, el momento en que Messi explota mejor su velocidad con y sin pelota. Después, los abrazos, el intercambio de opiniones entre jugada y jugada, los festejos y las dedicatorias, fueron la otra cara de una sociedad que en Beijing encontró la forma de convivir, sin la obligación de una amistad que no existe, pero que tampoco es necesaria para formar una sociedad de cracks bajo una misma camiseta. La vitrina está completa Dieciocho goles a favor y ninguno en contra. Los seis partidos ganados. El genio goleador de Carlos Tevez, que marcó ocho. Los números del campeón de Atenas 2004 son sólo una manera de contar el magnífico equipo que Marcelo Bielsa dispuso para conseguir el oro olímpico por primera vez en la historia del fútbol argentino. Después del estrepitoso fracaso mundialista en Japón-Corea 2002 y de la final perdida ante Brasil en la Copa América de Perú, un mes antes de los Juegos de Grecia, la consagración en la cita olímpica fue el reencuentro del entrenador con el la afición argentina, luego de tantos desencuentros. Pero luego de ganar el oro en Atenas, el ‘Loco’ decidió que ese era el mejor premio después de tantas frustraciones y se fue. Siete citas y cuatro podios El fútbol argentino participó siete veces en los Juegos Olímpicos. Conoció primero la plata porque la ganó en Amsterdam '28 y en Atlanta '96. Y también el oro, tras las consagraciones en Atenas '04 y Beijing '08. Las otras tres -Roma '60, Tokio '64 y Seúl '88-, fueron para el olvido. El fútbol olímpico arrancó como deporte de exhibición y el primer ganador fue Gran Bretaña, en 1900 (París), luego Canadá en 1904 (St. Louis), representados por equipos de clubes. Cuatro años después, en Londres, Gran Bretaña obtuvo otra vez el oro, el primero oficial de la era moderna. Y repitió el éxito en 1912 en Estocolmo. La Primera Guerra Mundial abrió un paréntesis hasta el 20, cuando se coronó Bélgica.
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