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Argentina: los criminales de guerra nazis y los colaboracionistas | ||
La posible existencia de Aribert Heim y su hipotética residencia en la Patagonia suscitaron un debate en torno del rol que les cupo al país y a la región lacustre como virtuales refugios de nazis. Mitos y verdades de un tiempo pasado que busca ser iluminado por diversas investigaciones. |
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Desde 1983 la Argentina ha sido testigo de una situación más auspiciosa que la anterior imperante en el ámbito local y en el grueso de los países del continente. Se trata de una tácita convergencia entre gobernantes de distinto signo político acerca de la necesidad de hacer una revisión crítica de la actuación argentina durante la Segunda Guerra y sus secuelas, en particular la relativa facilidad con que se afincó aquí una variedad de criminales de guerra. La primera consecuencia visible de este cambio fue la mayor disposición a conceder extradiciones de aquellos requeridos por distintos países por su actuación durante el período bélico. Si desde el final de la conflagración hasta la gestión de Raúl Alfonsín la Argentina sólo había aprobado el pedido de extradición alemán de Gerhard Bohne, este gobierno concedió la extradición a ese país de Josef Schwammberger, siendo altamente probable que habría hecho lo mismo con Walter Kutschmann de no haber muerto éste antes de que la Justicia pudiera expedirse al respecto. A su turno, el gobierno de Carlos Menem hizo lo propio con los respectivos pedidos italiano y croata a propósito de Erich Priebke y Dinko Sakic, entre otros. Según la Comisión de esclarecimiento de las actividades del nazismo en la Argentina (CEANA), que trabajó de 1997 al 2005 con el apoyo material y logístico de la cancillería de distintos gobiernos argentinos, los registros documentales locales y extranjeros consultados permiten afirmar que el país fue recipiente de no menos de 180 criminales de guerra nazis y colaboracionistas. Va de suyo, pues, que el grueso logró eludir la Justicia, cualquiera fuera el pelaje del gobernante argentino de turno. No todos esos prófugos echaron raíces perennes aquí. Algunos se sirvieron de la Argentina como punto de ingreso al nuevo mundo para llegar a otros destinos. Es el caso, por ejemplo, de Walter Rauff, precisamente aludido en el filme "La cuestión humana" como inventor de la cámara de gas rodante, cuya extradición fue repetidamente rechazada hasta su muerte por gobiernos chilenos de distinta filiación política; de Klaus Barbie, cuya captura por Francia fue eventualmente facilitada por Bolivia, y de distintos líderes colaboracionistas rápidamente retornados a Europa como partícipes en la Guerra Fría. Sabido es que la neutralidad durante gran parte de la Segunda Guerra, al igual que la histórica reticencia argentina a alinearse con Estados Unidos, que durante el período bélico acompañó a simpatías progermanas de miembros de sucesivas administraciones surgidas a partir del golpe de junio de 1943, así como el interés de Perón en los "alemanes útiles" para la industrialización argentina y su rechazo de los juicios de Nüremberg como justicia de los vencedores, fueron un imán indudable para jerarcas y prófugos nazis y colaboracionistas. No hay que hurgar demasiado para hallar testimonio de tales atractivos en los escritos de varios de ellos. Está claro, pues, que la Argentina acogió a un conjunto significativo de peces gordos del Tercer Reich y de regímenes pronazis europeos, sin que se cuente con los elementos necesarios para proclamar al país como la meca para tales prófugos. Su total tampoco fueron los 60.000 que un Simon Wiesenthal bienintencionado mencionó más de una vez como habiéndose radicado en una Argentina receptiva, así estigmatizada. Incluidos entre ellos estuvieron los equivalentes bielorruso, croata y eslovaco de Adolf Hitler: Radislaw Ostrowsky, Ante Pavelic y Ferdinand Durcansky respectivamente. Frente a estos supremos de la Bielorrusia y Croacia pronazi y al vicejefe de gobierno de su contraparte eslovaca, los ex funcionarios del Tercer Reich de mayor jerarquía arribados aquí fueron Albert Ganzenmueller y Hans Fischboeck. Ex viceministro de Transporte el primero y ministro de Finanzas austríaco el segundo, estos funcionarios estuvieron íntimamente vinculados con las deportaciones a campos de exterminio y exacciones a las víctimas del nazismo. Paralelamente a ello, y en marcado contraste con lo sostenido por algunos desde la temprana posguerra, Argentina jamás acogió a Hitler y su delfín Martin Bormann. Contrariamente a un volumen periodístico de 1947 según el cual Hitler habría llegado a la Antártida a bordo de uno de los submarinos germanos que más tarde se rindieron en Mar del Plata, difícilmente podría haberlo hecho dada su muerte en Berlín antes de finalizada la guerra. Ello fue determinado por las investigaciones de la inteligencia británica, estadounidense y soviética a partir de los interrogatorios a que estuvieron sujetos distintos miembros del entorno del ex Fuehrer, así como de los elementos materiales acumulados por los investigadores de inteligencia y médicos forenses llegados junto con los efectivos soviéticos que tomaron el búnker de Hitler en la capital germana. Y en el caso de Bormann, sus restos, hallados en Berlín recién a comienzos de los años setenta, fueron reconocidos como tales gracias a su dentadura y, desde fines del siglo pasado, a base de su ADN. En suma, el valioso intento de evitar la repetición de situaciones pretéritas por la vía de no dejar impunes los crímenes cometidos durante el período nazi no tiene por qué alejarse de los hechos documentados respecto de la Argentina y otros países. Esto significa que la perseverancia en la búsqueda de prófugos nazis no requiere de la demonización de la Argentina como acogedora de Hitler y/o Bormann. ¿Acaso resulta beneficioso para la Operación Última Oportunidad del Centro Wiesenthal que un reporte periodístico de fines del 2007 confeccionado a base de declaraciones de dos de sus funcionarios sostenga a propósito de Bormann que "hay datos de su paso por Argentina"? ¿Cómo conciliar esto, que puede consultarse en http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=86726, con el hecho de que jamás se hayan presentado pruebas contrarias a la identificación de los restos de Bormann hallados en Berlín? Tales fábulas sobre Bormann en la Argentina ubican a quienes voluntaria o involuntariamente las impulsan en la vereda de enfrente al estudio preparado en 1998 por el historiador jefe del Departamento de Estado norteamericano, requerido por el subsecretario de Estado Stuart Eizenstat, cuando no a lo sostenido por el propio Simon Wiesenthal. Con la mejor evidencia documental en manos estadounidenses, el informe Eizenstat afirmó que, luego de la caída del Tercer Reich, Hermann Goering, no otros, había sido el principal jerarca nazi perviviente. Años antes, las memorias de Wiesenthal incluyeron a Bormann en su admisión de algunos errores en los que él había incurrido en el curso de su larga y destacada carrera como cazador de nazis. Entre esas reminiscencias puede leerse que "la oficina del fiscal de Francfurt estaba en lo cierto cuando sostuvo que Bormann se suicidó en Berlín", al tiempo que él, Wiesenthal, "había dudado equivocadamente" de su muerte en 1945. IGNACIO KLICH (*) Especial para "Río Negro" (*) Historiador. Ex coordinador académico de la Comisión para el esclarecimiento de las actividades del nazismo en la Argentina y compilador, entre otros, de "Sobre nazis y nazismo en la cultura argentina", Hispamérica, College Park, 2002
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