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\"EDWARDS, ESCRITOR DE UNA DECADENCIA\"

María del Pilar Vila escribió "Las máscaras de la decadencia", un análisis de la obra de Jorge Edwards que aquí revisa junto al "Cultural".

-Jorge Edwards integra el surco de escritores de lo que usted en su libro denomina "la generación de los '50", un proceso también emergente en otras partes del mundo en el que surgen escritores muy marcados por el mundo signado por la guerra y el que abre la posguerra. ¿Qué define a la generación de Edwards desde la literatura?

-Por lo pronto, una colisión con el mundo de los valores y los paradigmas que sustenta la clase social a la que pertenece, mediana y alta burguesía. Escriben desde esa pertenencia y lo hacen criticándola, observándola con espíritu crítico; toman distancia pero no la abandonan. Reflexionan ese mundo en términos de decadencia, de decrepitud. Son escritores que, por lo demás, asumen la relectura de Kafka, Balzac, Joyce y también Borges y que en la mudanza de ideas y visiones en que los sacuden incorporan lo que yo suelo definir como una mirada "onettiana" frente a la ciudad: descubren y liberan hacia la literatura lugares oscuros, sórdidos, ajenos a la clase a la que ellos pertenecen; los colocan a contrapelo de esa condición.

-Este tipo de descubrimiento, al menos en el campo de la literatura pero también de la política -algo de esto ha reflexionado Sábato en su momento-, suele ir acompañado por ciertas dosis de bohemia. ¿La hay en la generación de Edwards?

-La hay y mucho, y con muchas anécdotas sabrosas.

-Eso que Vargas Llosa llama "andar sin una pela en el bolsillo y con dos tipos de hambre a cuestas: comida y motivos para escribir"...

-Eso. Cuenta Edwards, por ejemplo, que con Ricardo Lihn y otros escritores de su generación comían en lugares baratos y, desde lo social, plagados de esos seres pertenecientes a ese mundo oscuro que iban descubriendo. Y vinculan la literatura chilena con nuevos temas, con nuevos actores sociales. Y también comienza a ser una literatura que extiende una mirada crítica hacia el plano religioso católico en que han sido formados varios de los integrantes de esta generación. Éste es otro dato que los identifica.

-En su visita a Buenos Aires, Edwards abordó en varias oportunidades ese tema, un abordaje en el que no se ahorró nada a la hora de definir el mundo religioso católico. Pero no emergió como un cuestionamiento a contenidos de naturaleza metafísica. ¿Por dónde circulan los cuestionamientos?

-Por cuestiones que hacen a la formación que habían recibido en los colegios católicos a los que habían asistido. La sociedad chilena de la que ellos provienen es muy... muy enclaustrada, muy vertebrada alrededor de valores muy exigentes, incluso de neto dictado religioso.

-El "cerrao y sacristía" de Machado.

-Todo un mundo girando en el miedo, en lo terminante de la jerarquía, un mundo de silencios sobre temas de vida, ajeno a debate. En la literatura de Edwards ese mundo -él se formó con los jesuitas- va y viene. En su primer libro, "El patio", están estampadas sus vivencias sobre ese mundo... emergen como estampas suspendidas en el relato que estarán, con mayor o menor intensidad, en el resto de su literatura. En realidad, en Edwards se mantiene intacto un interés de siempre a la hora de la literatura: trabajar, plantar, mucho de lo que considera ciertas perversiones que hay en las exigencias o aplicación de normas morales.

-Cuando uno reflexiona a Edwards en términos generacionales y esto lo relaciona con sus inicios como escritor, nota que no se desliza hacia el existencialismo, que en alguna medida en Europa y como producto de la sobredosis de historia con que llega la posguerra, bueno, es el refugio de mucha literatura. ¿En ningún momento asume el existencialismo como esquema de comprensión-explicación?

-No, no, no lo asume. En él lo que prima es un fuerte agnosticismo, crítico, e incluso se asume por momentos como un sujeto muy solitario pero que, a su vez, muestra mucha vitalidad a la hora de escribir, incluso, desde dudas y contradicciones.

-Raymond Aron sostuvo que la literatura existencialista era una literatura de rendición, de resignación ante lo "crudo pero apasionante y vital que es la vida". ¿Edwards no cuaja ahí?

-No, no, para nada. Incluso es un hombre de pujas al interior de la literatura chilena. Tiene una fuerte puja con Donoso, entre las sombras y aunque no la plantee en esos términos. Son dos escrituras diferentes pero disputan mucho desde dónde circulan sus propias literaturas cuando abordan los discretos encantos de la burguesía pero también las decadencias de esa burguesía.

-Cuando Edwards pone la lupa sobre la decadencia de la clase que es su cuna, ¿su literatura se vincula con la de nuestro Mujica Láinez?

-Es esa línea, sí, y también de Silvina Ocampo, que mira su clase desde adentro y muestras las zonas oscuras de ese espacio en materia de conductas, de creencias; zonas que encierran ciertas perversiones. En "El fantasma de carne y hueso", Edwards tiene un cuento -"El pie de Irene"- donde habla de la iniciación sexual por parte de las empleadas domésticas de los niños bien de las familias acomodadas chilenas. Es un texto cruel, descarnado, cosa que Edwards maneja muy bien: todo lo que hace a desnudar principios, usos y costumbres que imperan por tradición.

-¿Qué opina sobre "La casa de Dostoievski", la novela con la cual Edwards acaba de ganar el Premio Planeta-Casamérica?

-Lo estoy leyendo y me parece muy interesante porque vuelve sobre el campo intelectual chileno rompiendo con Neruda, pero recién comencé a leerlo.

-Él nos dijo en Buenos Aires, reflexionando sobre el hecho de que la literatura chilena tiene mucha tradición de poesía que invade la prosa, que en los años en que estuvo junto a Neruda, ya como su segundo en la Embajada en París como a lo largo de la amistad que mantuvieron, éste siempre le decía que la prosa no debía perder la música que la poesía les ponía a las palabras, aun admitiendo que en todo caso la prosa está más condicionada en este campo. ¿Edwards lo logra?

-Sí, creo que sí. Lo logra muy definidamente en las crónicas. Edwards es un cronista fascinante porque es un muy buen paseante de la cotidianidad, del espacio cotidiano; la ciudad, por ejemplo. Muy buen observador, a lo que suma un valor agregado: se mete en el momento en que vive. En sus crónicas, él va más allá de la literatura para involucrarse en lo social, en lo político.

-"Persona non grata" por caso. El relato de la visita de Fidel Castro al buque escuela "Esmeralda" de la Armada Chilena en el puerto de La Habana, en plena Guerra Fría y en pleno Allende en el gobierno es...

-...una maravilla. Bueno, ahora, en "La casa de Dostoievski" él ficcionaliza muy bien mucho de su paso diplomático por Cuba. (C. T.)

 



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