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FESTIVAL INTERNACIONAL DE PERCUSIÓN
Hay muchas más que diez, pero el “Cultural” seleccionó este número de razones por las que nadie debe perderse el próximo festival de percusión a realizarse en la Ciudad de las Artes de Roca del 24 al 29 de este mes, que reunirá
a algunos de los más prestigiosos instrumentistas del mundo y que este año contará con el regreso de Víctor Mendoza.

La propuesta y la valentía. La propuesta es uno de esos festivales de sonidos como pocas veces se han visto y escuchado. No hablamos sólo de percusión porque al final -como quienes ya han estado lo saben- cada concierto se multiplica a sí mismo por las posibilidades estilísticas del instrumento y de su ejecutor. Y, girando alrededor de este eje, músicos de distintos lugares del mundo, clínicas, estrenos, asociaciones musicales... sinergia que arrebata, divierte y trastoca las reglas. Además, asistir al festival es ser parte de él y del acto valiente que significa ponerlo en marcha cada año.

Expectativa. Cada festival de percusión ha sido una experiencia gratificante y rica en matices. Sería injusto para todos los participantes decir que uno superó al otro. No, más bien es que cada uno tuvo su propio clímax. Sin duda alguna, este festival no resultará igual al anterior y nuevas ideas sobrevolarán el escenario, nuevas formas de entender el mundo. Esto lo hace tan especial y es que, aunque adivinamos de qué se trata, ignoramos con qué cosa nos vamos a encontrar en definitiva.

Originalidad. La sola idea de plantear un festival de música en la Patagonia es desde ya algo quijotesco. Si a esto se le suma el hecho de ser exclusivamente de percusión, pues, es porque se refiere a un acto artístico distinto de pies a cabeza. La originalidad como base de una manifestación musical es algo bastante más raro que lo que se parece; más en un marco industrial que ha agotado la posibilidad de producción realmente creativa desde los géneros tradicionales. Es como si asistiéramos en la

radio y en la televisión a un constante reciclaje del rock de los '50 a los '80. En el festival de percusión se dejan escuchar piezas que se salen de la norma, obras que no son alcanzadas por ninguna categorización o esquema probado y servido al plato. No, aquí nos enfrentamos a verdaderos juegos compositivos que prevalecen al sistema y su beneplácito.

La proyección. Han pasado ya cinco temporadas de buena música e invalorables experiencias. Probablemente quienes una vez dibujaron este festival no alcanzaron a sospechar que llegaría tan lejos. El punto es qué hay más allá para este evento. Porque probablemente el crecimiento futuro sea grande. Esta parte del proceso debe ser entendida por la comunidad en términos generales. Con el debido soporte económico y la constancia que hasta ahora mostraron Ángel Frette, su gente, los artistas invitados, el IUPA y la Fundación Cultural Patagonia, este festival podría alcanzar una categoría histórica en el espectro de la música internacional.

El escenario. Son dos los escenarios sobre los que se desarrolla el festival: uno es la geografía patagónica, el Alto Valle, un sitio que por sí mismo ha cautivado a muchos de los músicos invitados que no lo tenían en sus registros turísticos y el otro, las instalaciones del IUPA. Es un marco artístico ideal. La disposición edilicia del lugar y la acústica de las salas en las cuales se realizan las actividades están a la altura de las grandes estructuras de cualquier otra casa de estudios del mundo. Toda vez que se inicia una jornada entre las paredes del anfiteatro uno no puede más que aceptar que se está en el momento oportuno y en el lugar exacto. De esta arquitectura se sirve el arte del festival, y lo hace bien.

Los músicos, las actividades. Conciertos, clínicas, charlas y masterclass: el festival es un abanico multisonoro. Los nombres que aquí siguen participarán del evento y constituyen una razón en sí misma: Roberto Hernández (México), marimba; el Ensamble de Percusión de la Unicach (México); John Wooton (EE. UU.), tambor; Víctor Mendoza (México), vibráfono; Ángel Frette (Argentina), marimba; Jim Jacobson (EE. UU.), timbal; el Grupo de Percusión de la Universidad Católica de Chile; el Ensamble de Percusión de Fundación Cultural Patagonia (Argentina); David López (México), percusión; Tom Teasley (EE. UU.), percusión; Maraca 2 (Inglaterra), marimba; Ruud Wiener (Suiza), marimba y vibráfono; Brett Dietz (EE. UU.), percusión; Arthur Lipner (EE. UU.), vibráfono; Oscar Guinta (Argentina), batería; Fabián Poblete, percusión (Argentina); Grupo de Jazz y Quinteto de Vientos de Fundación Cultural Patagonia (Argentina) y Taller de Percusión Huracán Buceo (Uruguay), cuerda de candombe.

Suma y posesión. Sumar hace la diferencia, porque un evento no es sólo el producto de las cualidades de quienes ejecutan sino también del quehacer de su público, de su participación. El Festival Internacional de Percusión de la Patagonia pasará a la posterioridad por diversas razones y una será el compromiso de la gente que asista a él. ¿Cómo? Comprando entradas, disfrutando de conciertos y hasta de clínicas especializadas donde ocurre otra parte de la mística, charlando con los artistas, viviendo el lugar de los hechos. El evento crecerá aún más en la medida en que lo haga su convocatoria. Llenarlo lo convierte en algo nuestro, una partitura a la que nosotros, los escuchas, le ponemos nuestra humilde firma.

Único en su tipo. No hay uno igual y emparejar semejante rueda de artistas internacionales parece poco probable de repetir en otra parte del país. Es cierto que el festival se ha consolidado con el paso del tiempo, tanto como que el principal motivo de su crecimiento es la suma de voluntades, la de los músicos participantes (locales y extranjeros) y la de quienes forman parte de la Fundación Patagonia y el IUPA. No es común acceder de un modo tan sencillo y amable a un hecho artístico de esta índole y que además resulta exclusivo. Que lo sea no significa que se haya dormido en sus laureles. Cada año transcurrió en la búsqueda de alternativas que ofrecieran un plus a sus audiencias.

La energía. Hay raros momentos en los que el saber y el entender terminan invalidados por una sensación superior. Simplemente sucede, se percibe en el aire como un aroma o una brisa que juega con nuestro pelo. Es pura energía. En algunos de los recitales que brindan los músicos invitados se produce una química que no puede repetirse o imitarse. La música es capaz de crear un lenguaje por encima de cualquier simbología. Es cuando nos convertimos en parte de un universo invisible y le otorgamos un sentido. A esta energía han tenido el privilegio de asistir quienes participaron de los festivales pasados.

Víctor Mendoza. Por último, y no menos importante -de hecho ésta podría considerarse una de las mejores razones por las que el festival es una cita ineludible-, Víctor Mendoza. Como Aníbal Troglio, desde que Mendoza conoció esta parte de la Argentina no dejó de regresar al barrio. Su desembarco siempre es un hecho tanto artístico como emocional que no ahorra en asados, largas conversaciones etílicas y fugas a los bares de turno por el último café de la noche. En lo estrictamente musical, el percusionista brinda el show más emocionante y entretenido. Nada queda fuera de su órbita de instrumentista ambicioso y su música se asemeja a un imán que atrae almas y sonidos. Cuando su espectáculo está por concluir y el público lo ovaciona de pie, se tiene la exacta medida de las cosas, y es que ante nuestros ojos ha ocurrido un hecho mágico, un sortilegio en medio de la realidad. Algo no menor en este mundo de cronómetros descompuestos.

CLAUDIO ANDRADE

candrade@rionegro.com.ar



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